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jueves, 27 de noviembre de 2014

The Zero Theorem.


Del 75 al cero.

Lleva en su espíritu observador y curioso, la pasión por la imagen y las historias que cuestionan conceptos únicos en el ser humano. En el conocimiento y la experiencia de sus setenta y cuatro años (recientemente cumplidos, felicidades por muchos más) ha concebido una carrera como director de cine, simplemente, peculiar y atractiva. Siempre al borde de la frontera de lo real y lo imaginario, naciendo desde sus comienzos como animador y dibujante cuando sus ideas se impregnaban de surrealismo mágico, ácidas interpretaciones de la sociedad y el comportamiento humanos, y un sentido del humor que llamaría a las puertas de los cinco ingleses más alocados en el mundo cinematográfico, the Monty Python.
Terry Gilliam nacido en Minneapolis, fue el único no inglés del grupo cómico que se convertiría a la nueva religión británica de la metafísica filosófica, la crítica más atinada y la magia del conocimiento.

Sin duda, los que nos vemos atrapados por esos mundos plagados de surrealismo, nos acercamos a Gilliam y sus películas como los adeptos a una droga con necesidad de sentir efectos distintos a la realidad del exterior.
El problema es que sus aportaciones se van espaciando cada vez más en el tiempo, y este sentimos que se nos agota. Estamos ante los comienzos de una nueva época y aquellos que se preguntaron ciertas cosas en su existencia, se acercan con curiosidad e imaginación a la época que se aproxima inexorablemente. Quizás en un ejercicio de autocrítica, para ver en que estado se encuentran esos sueños que se cumplieron, y otros no.
Como aquel superhéroe que tendría que escapar de la injusticia y los crímenes cometidos por una sociedad retrógrada, estancada en su visión del mundo, así tendrían que bautizarle con el sobrenombre de Capitán Caos.

Con Zero Theoreme vuelve a acometer alguno de aquellos temas que le inquietaban en el pasado, como el hecho preguntarse cuál es el motivo de todo lo que nos rodea, el destino de los hombres y su objeto, y sobre todo, si es cierto lo que estamos viviendo o sólo somos una pequeña cantidad de energía que está separada (y a la vez unida) del resto de los ciudadanos.
Esta búsqueda astronómica, con una premisa en forma de teorema matemático, es la excusa para que Gilliam nos vuelva a recrear el estado de las cosas en una historia entre lo futurista y la distopía, y con un amor desdibujado entre la frialdad sexual y el absurdo distanciamiento.

En muchas ocasiones, el mundo de Terry Gilliam pertenece a los personajes atrapados en su conciencia, (simplemente un espejo personal y crítico) dónde las pesadillas surrealistas y las relaciones tiene su sello característico, repletas de cierto barroquismo estético y los rostros ampulosos. Observamos a través de su mirada, los planos que identifican su abstracta opinión también seña de identidad del grupo británico, jugueteando con los tiros de cámara más excitantes sobrecargados de información y los grandes claroscuros que ocultan personalidades obtusas. Seres atrapados en un destino incierto.
Sus protagonistas poseen actitudes entre la locura y la genialidad, ocultos en un halo de misterio en sus pensamientos caóticos.

Estéticamente Zero Theoreme tiene recuerdos de anteriores filmes, paralelismos con otras famosas películas míticas construidas con su ingenio. Pero, en esta ocasión el director y sus sueños han tenido que contar con un recorte (no sé si buscado u obligado) en la producción, limitando las habituales y monumentales estructuras que derivaron de su privilegiada cabeza. Así, se da un vuelco al aspecto visual y espectacular, por la interpretación más cercana si cabe aún de este singular reparto encabezado por Christoph Waltz y un guion no firmado por el director, como habitualmente nos tenía acostumbrados.
El personaje de Qohen Leth, interpretado entre la convulsión y la contemplación de un hombre maduro, se envuelve de una aventura filosófica y metafísica para intentar acercarnos a la mente del director, con semejanzas a El Rey Pescador, algún viaje de Doce Monos o el Brasil de la década de los ochenta. Hermanas de sangre, aunque separadas por una calidad técnica fruto del recorte y los formatos digitales a modo de postal o videojuego barato.

En la película, el papel de Waltz tiene tantos matices que es fácil perderse en ellos (incluso pienso que él mismo anduvo algo errático en el trayecto), así como de algunos compañeros que se envuelven e esta locura racional y onírica a partes iguales. Una bella y sexy actriz francesa Mélanie Thierry se convierte en su escudera de andanzas y pensamientos lúdicos, lúbricos; Matt Damon y Tilda Swinton en sus registros cada vez más habituales, el excéntrico personaje de David Thewlis y el joven Lucas Hedges proveniente de los mundos igualmente imaginarios de Wes Anderson.
Sin embargo, no todo es tan fácil como visualizar sus interpretaciones, pues identificarse con ellos requiere de un esfuerzo supremo en este filme porque deambulamos por momentos de lucidez con otros que abren puertas a la confusión absoluta. El público puede salir con demasiadas preguntas, o simplemente olvidándose de la historia en un abrir y cerrar de, sueños.

Preguntas sobre la racionalidad y la imaginación, lo personal y lo universal.
Un mundo en que los sueños, como alucinaciones ocultas, se viven dentro de una realidad virtual que chocaría con ciertas disquisiciones moralistas o científicas, en trabajos que transforman a los seres humanos en meros observadores sin participación. Y cuyo motor final es la investigación para llegar a alcanzar el nirvana o la muerte física, por una puesta de sol infinita.
El guion de Pat Rushin está confeccionado con una mixtura de materiales y ecuaciones secundarias al personaje de Waltz, con una relación sentimental tan fría como poco creíble, definitivamente desarmada de atractivos visuales y descompuesta psicológicamente hacia una profunda superficialidad. La mujer irá perdiendo sus rasgos atractivos e inteligentes para convertirse en una extravagancia manufacturada y falsa.

Sin embargo, la película se fundamenta en los procesos internos del cerebro y la inteligencia artificial que se potencia hasta el infinito, creando una sociedad paralela de deseos e inquietudes sobre el existencialismo del hombre, y en general del mundo. Un individuo solitario que siente su vacío existencial entre diferentes presiones sociales, como el trabajo o la religión, el amor o el sexo, buscando una respuesta a mayor escala. La respuesta poética estaría en un futuro universal retratado como una secuencia perdida, que pudiera significar la marcha atrás en nuestra existencia. O el paraíso inmóvil.
El problema es que la instantánea que nos ofrece el filme es demasiado errático visualmente, y su aspecto estético se diluye entre procesos digitales de calidad dudosa y escenarios poco edificantes tratados en un proceso de editado simplista. Así que, en cierta forma, el resultado visual es algo decepcionante para un admirador de la filmografía de Terry Gilliam.

El punto de fuga este Teorema que tiende al infinito o al final más estático, es que sus estructuras son rancias (poca originalidad probablemente debido al presupuesto) y la escasa profundidad en las distintas ramificaciones temáticas, entre la desgana o las lagunas argumentales. Con ideas poco trabajadas, diálogos que van decayendo tragados por un agujero negro que engulle todo lo que empezó animosamente, o secuencias diluidas en una trama que se pierde por este desagüe estelar, tanto el trabajo dedicado de los actores como su interesante premisa inicial. Por tanto, el desarrollo es tan errático como sus dos últimas películas Tideland o The Imaginarium of Doctor Parnassus. Creo que estamos perdiendo a Terry para el Séptimo Arte, cuando necesitaríamos de su Sentido de la Vida de nuevo.

Exponencialmente, hecho en falta unos personajes secundarios con más importancia en el artificioso orden que se pierde en un todo, es decir más estratificación de las partes del guion, e igualmente más diversidad de escenarios. Codo contribuye a esta extrañeza, a esta situación de pérdida en el Teorema de Zero.
¿Al final seremos ángeles o demonios, despreocupados?
Como podrían haber dicho algunos de los componentes satíricos de los Monty Python, todo el producto predestinado al fracaso, tiente al cero o al infinito.

** Regular **

Karen Souza - Creep (The Zero Theorem Soundtrack)

The Zero Theorem - Main theme (Soundtrack/OST by George Fenton)


Creep - Radiohead

Karen Souza - Creep (Live)

sábado, 22 de noviembre de 2014

Boyhood.


Educando la Personalidad.

Producir y filmar una película requiere su tiempo, por supuesto, y esfuerzos hercúleos en los tiempos que vivimos, se podría decir que es semejante a un parto. Pero, en el caso de Boyhood el hecho diferencial es que se trata de un proyecto que tiene la perspectiva de una vida.
Este chico interpretado por Ellar Coltrane en distintas edades, puede significar el relanzamiento de una carrera y un futuro para él, si consigue centrarse en el trabajo de actor.

En el filme dirigido por Richard Linklater se produce un hecho curioso, consistente en que las secuencias rodadas como pequeñas entidades separadas tienen el objeto de construir una historia sobre la familia americana. Aunque, bien visto, en la actualidad los núcleos familiares se han ido mimetizando en la mayoría de sociedades modernas y los episodios que se cuentan en Boyhood son universalmente conocidos.

Los hijos, esa entidad familiar que sufre los vaivenes emocionales de sus padres. El fruto de sus relaciones personales, y una visión particular de los comportamientos internos de las familias, así como un reflejo al exterior de sus actitudes desproporcionadas para su tiernas mentes. Sin embargo, el protagonista de esta esforzada película se convierte en un espejo de la inteligencia endurecida por las circunstancias personales y por la mirada de Linklater.
Los adultos y su complejidad son la excusa perfecta para recrear la institución familiar desestructurada y los cambios en la personalidad según afecten los factores externos a sus protagonistas, tanto mayores como jóvenes.

Pero, el verdadero fruto de esta concepción es el tiempo.
Boyhood se convierte en las manos del director en una extensión de su punto de vista, el fruto de su trabajo durante un periodo extenso de contactos entre él y los actores (algunos de ellos comenzarían como en una especie de juego y acabarían como verdaderos profesionales), exhaustiva realización y evolutiva concepción de un rodaje impactante. Que captará tanto los aciertos como los errores de su propia idiosincrasia en los diferentes momentos en los que se planta la cámara sobre ellos.
Atrapados o libres dependiendo de su propia edad, sobre todo cuando se producen las decisiones que marcarán sus vidas, y cómo éstas se ven a través de los ojos infantiles de dos hermanos. Chico y chica, amigo e hija propia.

En esta película, el protagonista es el tiempo en los cuerpos y las mentes de sus protagonistas, principalmente del joven Coltrane, pero también para unos actores acertadísimos especialmente seleccionados por el propio director, ya que han pertenecido en su mayoría a su lista de elegidos en otras producciones anteriores. Observamos su conversión dramática o rutinaria, desde la edad temprana de los juegos a otras etapas más turbulentas en cuánto a la toma de decisiones, es decir la madurez emocional. Pasando por etapas que reflejarán los defectos y virtudes de los diferentes miembros del reparto, influyendo en el crecimiento y desarrollo social del niño. Todo contribuye a su realización como adulto, impregnándose de métodos educativos y faltas graves en la conducta por parte de los mayores que le acompañan, familia y amistades. Hasta llegar a establecer sus propias relaciones personales con el sexo femenino.

Siempre con el punto de vista de Liklater que realiza su trabajo más minucioso, aunque con alguna fuga de interés. Se esfuerza durante los años de rodaje y montaje en captar escenas importantes o cotidianas de las relaciones de esta familia, compuesta por padre y madre divorciados y dos hermanos con personalidades diferentes. Sobre ellos, recaen las continuas observaciones a modo de amenazas que tratan de influir en sus jóvenes vidas, y los sacrificios que tendrán que afrontar para desarrollar sus personalidades en construcción.

Comenzamos como los nuevos tiempos, mostrando una sociedad convulsa desde el núcleo familiar hasta el mundo educativo y laboral, la toma de decisiones erróneas que marcarán su evolución cuándo los padres (demasiado jóvenes a su vez) se deslizaron entre el deseo y la responsabilidad. Y las consecuencia, como siempre, las sufrieron los vástagos. Es verdad que, ahora, es corriente este tipo de separaciones mas no deja de ser una frustración para los pequeños ver que sus padres no se comprenden. Con el tiempo, llegarán otras relaciones que harán buenas las primeras barreras o distancias físicas entre la paternidad de primera instancia.

Para Cinecomio, el filme se divide en tres partes diferenciadas según la edad de los protagonistas, en especial de Boyhood. Enmarcadas en las diferentes etapas de su desarrollo y la complejidad argumental de la situaciones, pues los momentos elegidos deambulan entre lo trascendente y lo cotidiano, entre causas-efectos y anécdotas en conversaciones privadas. Parecido a echar un ojo a la cerradura de una casa particular, pero conocida por todos.
Fundamental el trabajo de post-producción, imaginamos a Linklater y su equipo devanándose los sesos para encajar las piezas, en un puzzle del tamaño de una pequeña vida. O al menos, de esos doce años de trabajo cinematográfico e interpretativo. Un aprendizaje para todos, incluso los más maduros intelectualmente.

En esta selección de secuencias, momentos señalados más o menos importantes como las instantáneas de un fotógrafo oculto tras las cuatro paredes de su propia hogar, descubrimos a unos actores elegidos por su gran talento y profesionalidad. Como los maravillosos Patricia Arquette y Ethan Hawke, con Marco Perella, Steven Chester Prince que participaron en anteriores rodajes del director de Houston (Texas) y el crecimiento paralelo de su hija Lorelei Linklater.

Primera etapa. El estadio infantil de juegos, que observan y no comprenden los comportamientos de los mayores, como si el juego se hubiera detenido demasiado pronto y los chicos tuvieran que profundizar en temas que no afrontan otros compañeros de su colegio. Esta época es la más significativa porque marcará el carácter y la personalidad en su vida adulta, tomando en consideración las promesas incumplidas y las faltas de cariño, así como, el esfuerzo en la educación de una madre que no se verá recompensado. Al menos, en esta película.
Los protagonistas durante este primer tercio están absolutamente brillantes y conmueve su trabajo.

Segunda etapa. La variable e indefinible pubertad, que demuestra los altibajos en el carácter de los jóvenes y también de sus interpretaciones, pues se desdibuja su trabajo entre acnés y personalidades demasiado endebles. Como si no tuvieran (y no tenían) bastante asumido su responsabilidad ante la cámara, con escenas algo forzadas y demasiado violentas que subrayan esta volatilidad y credibilidad ante las escenas que se suceden ante nuestros ojos. El alcohol se presenta amenazador, pero a la vez impredecible, así que nos agarra desprevenidos sin protección y nos zarandea, de igual forma que a los jóvenes aprendices de actor. Es un período grave y necesario, aunque coquetea con un cierto desbarajuste que enfría el guion.
Este argumento errático que funciona a saltos en este tramo, también provoca cierto enfriamiento en parte del elenco. Aunque claro, esto es un hecho particular que probablemente otros espectadores no detecten, o no piense de igual forma.

Tercera etapa. La toma de responsabilidades, aparece cuando empezábamos a salir de la historia y nos vuelve a sumergir en procesos reconocibles por la mayoría. Siempre desde un punto de vista político y social particular del director.
Los pequeños han crecido en profesionalismo y su trabajo hace bien al resto de la producción o de nuestra atención como público, además de las nuevas incorporaciones a la trama que dan empaque a los sentimientos. Se produce el síndrome del nido vacío que proporciona el dramatismo y la frugalidad de la convivencia bajo el mismo techo. A partir de ahí, cada uno elegirá su camino para bien o para mal y tomará responsabilidad de sus propias acciones. Incluso tendrá el derecho a confundirse como sus propios padres, quizá no se vuelvan a encontrar a menudo y las comunicaciones serán más frías y distantes. Es posible que se reúnan en ciertas celebraciones, y la atracción comience en un amanecer cualquiera de su vida en el futuro.

La música generacional acompaña a la acción, siempre desde la decisión personal de Linklater, lo cual es muy de agradecer por tener una melodía que sintoniza con el buen gusto.
A pesar de esa etapa intermedia, de cambios y vaivenes interpretativos, mi calificación que tendía a lo interesante, volvió a tomar el camino del notable.

**** Notable ****

En la Banda Sonora de Boyhood:

Family of the Year - Hero


Gotye - Somebody That I Used To Know


The Hives - Hate to Say I Told You So



The Black Keys - She's Long Gone


Gnarls Barkley - Crazy

jueves, 13 de noviembre de 2014

Locke.


Una noche sin manos libres.

Aquella noche, un tono de llamada del móvil todo lo puso en movimiento. Al otro lado de la comunicación, un hombre de gesticulación ruda se ponía al celular.
- Hi, I´m Ivan Locke!


Pero, curiosamente lo que parecía ser una película atractiva y de acción trepidante, se quedó colgada a la escucha de un nuevo aviso. Tan solo hace unos meses, Ivan Locke no pensaba que su vida cambiaría de una forma tan radical y repentinamente, y sin apenas moverse de su asiento al volante.
Pues, aquello que sustentaba su esforzada vida como técnico de la construcción se venía al suelo, no por el hormigón endurecido con el que levantaba sus edificios sino por las decisiones que había tomado en algún momento concreto. Errores o decisiones críticas, lo suelen llamar.

En la película Locke, el director británico Steven Knight se conecta con su personalidad doble de guionista para adentrarse en la dirección de su segundo largometraje. Y, paradójicamente cuenta con la personalidad de un actor como Tom Hardy (Warrior, El Caballero Oscuro: la leyenda renace) que se reconoce por sus dotes interpretativas y un aspecto físico llamado para empresas colosales. Sin embargo, Knight se propone otra visión muy distinta para su protagonista, entre deslumbramientos en la lluvia y luces intermitentes en la carretera como si fuera un espejismo o ilusión.

Es singular que un filme con un puñado de personajes que entran y salen constantemente de la historia, sin embargo no aparezcan visualmente en ella. Porque la totalidad del aspecto fotográfico recae en las sensaciones de su encorsetada filmación, y en la fisonomía de Hardy que ofrece un recital de gesticulación y estados de ánimo, en una interpretación casi perfecta.
Aunque, como diría Edgar Allan Poe, allá por el siglo XIX: "No tengo fe en la perfección humana. El hombre es ahora más activo, no más feliz, ni más inteligente, de lo que lo fuera hace 6000 años". Y a esa supuesta fe, que el hombre es más activo dedicándose a muchas cosas sistemáticamente, sus momentos de ocio, sus relaciones, el trabajo, su familia... pero, no ha demostrado ningún atisbo de resultar más inteligente, ni mucho menos, feliz.

Como todo intento de perfección, el filme Locke con su simbología de irrealidad demuestra que algunos aspectos repetitivos en las imágenes que retrata, no son favorecedores de los momentos dramáticos del argumento, muy al contrario se embarca en un viaje monótono de sonidos y reflejos en nuestro vidrioso ojo, como tics que resecan e irritan por igual.
Está claro que el director nacido en Marlborough (condado de Wiltshire) quería acercarse a la city londinense, en una apariencia fantasmal y para ello, le corta las piernas. Porque Tom Hardy, se coloca en el asiento de piloto y observamos sus gestos de cara al espectador a través, desde fuera y dentro del parabrisas, demostrando que el músculo no está reñido con la personalidad y el saber estar.

Durante algo menos de hora y media, se propone a un Hardy con amplio abanico de registros y expresividad gesticular, igualmente que su voz en todas las tonalidades de dolor, duda, profesionalidad, enfado, desconfianza, ira, angustia, tristeza, hilaridad, compasión, locura, irreverencia, debilidad o resignación. Con aquellas otras voces de rostros que no aparecen, más bien son etapas en el transcurso de su éxodo hacia otro lugar.

Todas esas palabras que conforman la historia de Locke provienen de personas que no conocemos, pero que se hacen imprescindibles para que el interés del espectador no se venga abajo, por falta de una planificación anterior. Para ello, el guión en las ´manos libres` de Knight se vuelve la parte, iba a decir más importante, más bien única que alimenta el motor de esta película. Por tanto, es una pena no reconocer el bello rostro de su compañera Ruth Wilson (El Llanero Solitario, Saving Mr. Banks) o Olivia Colman (Arma Fatal o la voz británica de Arrietty); mientras que por el lado masculino nos hallamos un buen número de actores británicos de diferentes registros y generaciones, proponiendo sus voces como acompañamiento a Hardy.
Ellos son Ben Daniels (Jack el Cazagigantes, Andrew Scott, Danny Webb (Alien 3, Sherlock), Tom Holland (Lo Imposible) o Bill Milner (Son of Rambow, X-men: Primera Generación).

Por otro lado, Locke es un filme elaborado en un espacio reducido, semejante a otros que se verían atrapados en la mínima expresión de escenarios como El Coleccionista de William Wyler o Sola en la Oscuridad de Terence Young. Luego, vendría la recordada y magistral Cabina de Antonio Mercero, que lanzaría una moda de encierros y fosos o zulos, hasta llegar a la conocida por todos Buried recreándose en el reduccionismo de espacios.
Está escasez de movilidad puede producir un agotamiento en las formas de interpretación y su relación con el público, cansado y excitado por la repetición de planos, la reducida visibilidad o la limitación de espacio para actuar y colocar la cámara. Es un hecho que el director se encuentra con sus manos atadas, recreando la libertad de movimientos al celular del protagonista y produciéndose una paradoja.

La película en su totalidad es como este comentario que escribo, que parece entregado a las características de la acción (escueta) y por el contrario no se conoce muy bien la ruta de su argumento. Esto es, que lo aparente no es siempre el motivo para acercarse a un personaje, pues se puede estar produciendo una evasión de su finalidad, dando al traste con las expectativas creadas.
Está claro que el director demuestra su buen gusto por la conversación y la palabra (dadas sus aptitudes de narrador y guionista), y que Tom Hardy es uno de los actores actuales más singulares, paradigmáticos y virtuosos, con sus trabajos en el cine. Pero, el guión se ve arrinconado o en un punto muerto, cuando miramos por el retrovisor al camino recorrido... y no lo reconocemos.
¡Nos hallamos perdidos!

Todo el trayecto hemos estado mascullando con Hardy, metiéndonos en la piel de Locke y sus esfuerzos para hacerse entender a través de una aparato diabólico. Hemos aguantado, cláxones y luces caleidoscópicas discurriendo por gotas de lluvia en el parabrisas, soportado chillidos y llantos de sus hijos y las mujeres que han pasado por su vida, teléfonos de jefes y empleados jadeantes como perros ante la presa. Y aún así, estamos perdidos en un final que ha jugado con nuestras mentes, sin saber muy bien para qué.
Los viajes suelen ser de dos sentidos, hacia el interior o el exterior, como la comunicación que depende del emisor y el receptor. O nuestro amado cine.

Al menos, el recorrido no ha sido muy largo, hemos pasado un buen "o mal" rato con el protagonista de su aparente vida, aunque el resultado haya sido esquivo y diluido, como un fantasma en el asiento trasero.

- I´m Locke, Ivan Locke... and I´m very lost.
And You?

*** Pasable **

lunes, 10 de noviembre de 2014

12 Years a Slave.


12 Years a Slave, ni un minuto más.

12 años en la vida era en el siglo XIX, momento de la historia de esta ignominia, con la trata de seres humanos. Doce años era una quinta parte de sus vidas. El perderse el crecimiento de un hijo pequeño.
Esta no es una mala película. Quizás no esté a la altura enorme de otras competidoras de este año en los Oscar´s, pero es necesaria de contar y dar a conocer al gran público.

Un viaje intenso a la bella y musical Nueva Orleans (Louisiana) puerto de entrada de los esclavistas y recreada en 4 plantaciones existentes. En ellas (se pueden visitar en la actualidad), recorremos las difíciles vidas y los espacios donde eran explotados los hombres, mujeres y niños de raza negra. Salir de una conjuntada y divertida New Orleans, con sus calles pintorescas y edificios coloridos del centro junto a esas vías comerciales modernizadas, es muy recomendable para ver in situ las grandes casonas a campo abierto.
Adentrarse en la naturaleza más salvaje junto al río Mississippi, ver extensiones de campos de maíz o algodón y visitar las casas coloniales, es una joya para el viajero. Moverse en verano, por esta región y comprobar el asfixiante calor en sus riberas, refleja la dureza del trabajo a la intemperie de aquella época. Observas las estancias de los amos y la de los esclavos, y sus catres para descansar sus cuerpos lacerados por el cuero del patrón o Massa.

El director londinense Steve McQueen en 12 Years a Slave, viene de rodar una obra colosal con su anterior filme Shame. Y ahora nos presenta otra diferente aún más vergonzosa historia, sobre las capacidades horrorosas de los seres humanos con sus semejantes. La explotación en el trabajo no es demasiado importante, comparado con la esclavitud del alma, ambas cosas sumadas producen una muesca fatídica en la Historia del Hombre.

Sin embargo en el aspecto técnico, compruebo un guion de John Ridley un poco lineal, sin demasiadas particularidades además de lo ya comentado. La extensa duración tampoco le hace justicia al proceso de deshumanización de su protagonista y escritor del original, Solomon Northup interpretado por Chiwetel Ejiofor, muy correcto.
Otra causa de esa línea sin picos prometedores o de calidad, son unas interpretaciones poco motivadoras para el espectador, con escasos matices que busquen la sorpresa. Prácticamente, el recorrido de Solomon por las manos y látigos de sus distintos negreros, se mueve dentro de un mismo registro de actuación. Y eso, que todos son grandes actores.
El montaje es otro punto conflictivo, pues encadena sonidos con secuencias siguiendo un patrón que puede llegar a confundir. Haciendo hincapié en un virtuosismo fotográfico y un abuso de la planificación y del uso machacón de la música creada por Hans Zimmer. Repetitiva hasta la saciedad.

Sin duda el acierto anterior de películas como El Color Púrpura o incluso de series reconocidas mundialmente como Raíces, marcaban con mayor altura emocional, la vida de los explotados como cosechadores, y de los hombres que les hacían aquella imposible. En la cinta Spielberg daba una relevancia a la música, convirtiéndose en otro personaje esencial de la historia. En 12 Años de Esclavitud es una excusa… una pena tratándose de Nueva Orleans.
Recordar que el jazz del sur de Norteamérica tiene aquí su sede, captando las influencias de la música antillana y afroamericana. Después nacería en Nueva Orleans el rhythm and blues (delta blues) influyente de mi pasión, el rock and roll. Tiene su frío reflejo en escasas escenas de la película.

Por último no creo que nos actores estén mal, sería muy injusto por mi parte, solamente no puedo destacar a ninguno por su excelencia. Aunque alguno en particular me parece un poquito por debajo de sus enormes posibilidades ya demostradas.
En definitiva, un visionado necesario.

El conocimiento del terror de nuestra historia es evidente para no volver a repetirse, pues la sangrante separación de los seres queridos es demasiado cruel para cualquier ser humano. Y los trabajos forzados actuales no llegan a esas circunstancias, pero deben de ser denunciados. Cinematográficamente he echado en falta más inspiración, más acusación de los terribles sucesos y de los explotadores… y un Steve McQueen con mucha más Hunger.

*** Interesante ***

Call Girl


La corrupción de finales del 70... nos invade.

Suecia a pesar de su avanzada sociedad, también sufriría los excesos de sus representantes públicos, malgastando el dinero de los impuestos de sus ciudadanos. Lo que ocurre es que sucedió en la década de los setenta, y el mundo o sus naciones no estaban preparados para la lucha contra las corruptelas de todo tipo, incluido los EEUU.
En cambio, en España llevábamos un retraso de varias décadas, ante los avances de los demás países de nuestro entorno debido en gran parte a la salida de la guerra civil y el terrorismo, que golpearía durante años y todavía sufrimos sus consecuencias. Call Girl es una película que hace referencia en sus título a las jóvenes muchachas que trabajan como chicas de compañía de aquellos poderosos y de mente casquivana.

Una nueva cinta de calidad de la cinematografía escandinava, dirigida por Mikael Marcimain en su primer trabajo para la gran pantalla y ha conseguido cierta relevancia en determinados festivales. Gracias a un elaborado guión de Marietta von Hausswolff, libre de prejuicios y convincente en la factura de la historia contada, basada en hechos reales acaecidos y no esclarecidos durante el gobierno del socialdemócrata Olof Palme.
La factura en la recreación de la sociedad sueca de 1976 que mantiene la película es adecuada y precisa, con vestuario y ambientación perfectamente conseguidos, bajo los efectos de la investigación casi policiaca y las fiestas privadas con elevado caché de sus participantes.

Call Girl se divide en dos historias paralelas que reconstruyen los hechos que discurrieron durante las elecciones, con miembros de la alta sociedad (e invitados de otras nacionalidades) sumergidos en una trama corrupta de alcohol, drogas y prostitución. Una vía transcurre por la exhibición de la prepotencia de una banda organizada y las fiestas enfebrecidas que realizan para sus clientes, siguiendo los pasos de dos menores de edad que caen en las redes de esta red de proxenetismo en unos momentos de libertad exacerbada. Pero, también remarca los abusos por el consumo y la trata de blancas con violencia, en un mundo en que se ven imbuidas las dos jóvenes, escapadas de un centro de integración social.
Por otro lado, se desarrolla la preocupación del mundo que las rodea y la investigación policial, ambas separadas pero interesadas en desentrañar las oscuras relaciones entre las protagonistas y el antes distanciado mundo político de excesos.

El asunto es tan fangoso que recuerda otras épocas más actuales, e incluso me recuerda que hubo invitaciones de políticos españoles y de otras nacionalidades a esa especie de burdel para delegados y diplomáticos. Pero, realmente se basa en la figura del Ministro de Justicia llamado Lennart Geijer y los intentos del gobierno de Palme por silenciar las informaciones aparecidas en algún periódico de la época, e incluso, los miembros policiales que se vieron obligados a quemar la famosa lista de clientes.
Así, como acallar su relevancia en la campaña política.

Uno de los puntos más importantes, además de la laboriosidad del equipo, es la interpretación de todos sus actores participantes, con realismo y eficacia. Entre ellos, destacan como dos ángulos de acción la joven Sofia Karemyr y el actor también sueco Simon J. Berger que interpreta al detective que investiga la trama, a pesar de las presiones. Y también, la entregada fisonomía y expresividad de Pernilla August (desde Fanny y Alexander hasta Star Wars: la amenaza fantasma) para dibujar el retrato de esta madame alocada y casquivana. Este triángulo de actores y generaciones dan empaque a Call Girl para resolver la historia con garantías de éxito.

La corrupción generalizada de una sociedad debe ser analizada y denunciada, aunque hayan pasado años de su aparición, para recordarnos que la actividad pública tiene que ser transparente y justa. Los estamentos y sus miembros de alto standing, aparecen como el auténtico fraude de nuestra aparente libertad, que se convierte en un teatro para títeres recordando que nosotros somos los únicos capaces de cortar los hilos de la esclavitud ideológica. Como la prensa y la policía fuera de los ámbitos de intimidación u ocultación.
Aquí, tenemos a unos inspectores de policía, más o menos comprometidos con el caso. Luchando contra el fraude y la propia integridad de sus acciones como defensores de los ciudadanos. De aquellas chicas que se envuelven en la misma decrepitud moral que la sociedad, en manos sucias de sus captadores y manipuladas para guardar silencio. Todo bajo el reclamo de una vida de lujos económicos y relaciones de representación que se verá encauzada a la fuerza hacia la esclavitud sexual.
Y sino, entienden a razones... ya saben a lo que se enfrentan.

Curiosamente, quedaría como otra cinta o thriller político sin más, a no ser de la relevancia actual y su paralelismo con otras circunstancias más cercanas a nuestro país. Sin embargo, no es la única conexión con España pues en Call Girl, participa una actriz que pertenece al ámbito profesional del director sueco con la participación en capítulos del Inspector Wallander y nacida en las Islas Canarias, ella es Ruth Vega Fernández, realiza un pequeño papel pero interesante por su atractivo; además de la selección a concurso del filme en el festival de Sevilla (SEFF) que se desarrolla en estas fechas.
En definitiva, es una acumulación de características que hacen atractiva la visualización del filme, en sentido emocional o artístico de los acontecimientos que cuentan en la realización de Call Girl.

Cuando la recaudación de los dineros del ciudadano se malversan en otros beneficios personales, a través de las redes mafiosas, se produce una relación bipolar entre los poderosos y los vilipendiados. Chicas y ciudadanos maltratados por los resortes de estos peligrosos juegos de vicio y crimen organizado.

*** Buena ****

Nota: aquí aprovecharé a anunciar que el tema de la corrupción institucional, será recurrente en mi próximo relato largo (porque no me atrevo a llamarlo libro) y primero en escribir de mis propias manos. Un reto y una satisfacción personal.

sábado, 8 de noviembre de 2014

Jack Ryan: Shadow Recruit.


Jack no era Bond.

Kenneth Branagh ha vuelto a dirigir, el británico se ha decidido a intervenir de urgencia en la política y los hombres de acción norteamericanos, para rescatarles de su aspecto desgarbado y demasiado llamativo, para darles un poco de su flema flemingniana.

Jack Ryan vuelve a su comienzos novelescos, y posa sus pies en una novela que recuerda a espionajes de grandes corporaciones, a guerra fría entre países del viejo telón de acero. Busca a su primera novia, para contar la historia de un error convertido en amor, de un silencio por su actividad secreta que la lleva al peligro y la muerte comunista. Comunismo convertido en capitalismo, en vil dinero, el terror de la gulag transformada en cuentas bancarias internacionales y primas de riesgo. Al hundimiento de la nación como en los viejos tiempos, por caídas de los muros monetarios mediante el terrorismo y el crack bursátil.

Kenneth se reserva el papel del terror silencioso, y ronroneante del gato siamés soviético, con viejas cuentas a saldar con el imperialismo yanqui (ahora huele un poco pero como no precisan el tiempo en que transcurre), más con el estilo sobrio del conquistador enfebrecido con las bellas damas, encarnadas por la novia Keira Knightley, y de paso dar un golpe en los morros al Jack de turno, interpretado por un esmerado Chris Pine.

Todas estas buenas intenciones, de sacar a relucir el lado más OO7 del agente del FBI, se quedan en los primeros minutos o secuencias en lujosos hoteles a la orilla del Kremlin, porque allá se va Ryan, a dar vueltas sin parar por las cercanías de la Plaza Roja (como reclamo, por otro lado, una maravilla para visitantes foráneos empequeñecidos ante tanta magnificencia), y alguna prometedora escena de acción con sabor al Bond luchando por su vida. Luego, todo se vuelve más mecánico, artificial y menos novelesco. Por no decir, romántico o sexual.
Resulta hasta empalagosa, en cierta forma, en las relaciones entre parejas. Él con ella, el ruso con Jack, y con ella. Entre agente y jefe del FBI, interpretado por un recuperado Kevin Costner conservando el tipo, entre hijos y padres enloquecidos por la causa, pero fríos como el hielo en un vaso de vodka. Para terminar con una parafernalia en el centro de Manhattan, llevada por los pelos, las bombillas, las alcantarillas, y acabando en explosión de sentimientos encontrados. Lo típico.

Te queda como un regusto a buena película desperdiciada, de espionaje empresarial, de asesinos a sueldo exóticos, frases grandilocuentes pero predecibles del futuro de la cinta, escenarios repetidos en exceso, demasiado viaje en coche, avión o helicóptero, y un amor algo distante para el caso en que se desarrollan los miedos, o celos, o nada. Vamos que no me los creo, ni con sub-trama de rehabilitación de heridos en guerra.

Esta es la última película sobre el personaje creado por la imaginación del autor Tom Clancy, con diferentes resultados en la gran pantalla, como en el caso de nuestro inolvidable James Bond, que unas pican y otras no, como pimientos de padrón. Veamos:
La caza del Octubre Rojo (1990) - Alec Baldwin
Juego de patriotas (1992) – Harrison Ford
Peligro inminente (1994) – Harrison Ford
Pánico nuclear (2002) - Ben Affleck.


Yo las veo, un poco faltas de ese picante sexual y atractivo a lo galán de Bond, por no comentar, las chavalas o malvadas de la muerte orgásmica. Quizás debido a los autores de la adaptación Adam Cozad y David Koepp, resultan complicadas en su concepción, pero simples como el mecanismo de un chupete-rodaje, nada que ver con los gadgets ideados para combatir el mal de antaño.

Kenneth araña el viejo polvo, pero se queda en lo superficial. Una pequeña marca sobre la madera de roble, y sin fumar, ni reír, no daiquiris en la playa ni trajes de baños, ni tiburones con dientes de acero, sólo él y Jack, un duelo.
Hubiera hecho gracia verle algún cara a cara con el bueno de Kevin. Lo mismo partírsela entre ambos por unos minutos habría tenido más chispa. Cosas del guion escrito originalmente, supongo.

Mi nombre es Ryan, Jack... cualquier parecido con otros es pura casualidad. Buen acompañante al título, esta Operación Sombra. Pues eso.

** Pasable **

domingo, 2 de noviembre de 2014

El Niño.

Fronteras al Mar.

En cada franja de terreno los jóvenes se aferran a sus héroes o mitos, según determinados roles sociales o culturales.

Los norteamericanos inventaron a seres mirando a las estrellas, hombres y mujeres enmascarados o irreales, éstos les hacían vivir otras vidas y recorrer otros mundos.

Sus amigos protagonistas en filmes y cómics les sacaban de los estragos de la guerra y de sus barrios repletos de racismo y desajustes clasistas, barridos por las drogas y la violencia. Desde las grandes ciudades del norte hasta los desiertos del sur y sus pasos fronterizos se marcaban las diferencias por el color de la piel o el dinero, que no de sus necesidades o sueños.

Gibraltar un territorio comercial influido por varias culturas y enlace de conexiones con el narcotráfico. En esta encrucijada entre dos mundos y dos masas de agua (Mediterráneo y Atlántico) existía un chaval de nombre Mohamed alias el Nene, que se hizo valedor de una historia contada por un director de Mallorca de nombre Daniel Monzón (la premiada Celda 211) y un guionista asturiano Jorge Guerricaechevarría (habitual de las películas dirigidas por Álex de la Iglesia, también coescritor de la Celda 211).

Ellos saben que aquellos héroes anglosajones combatían a los malvados con sus grandes poderes, o transitaban el espacio combatiendo amenazas fantasmas y guardando las galaxias de peligros exóticos. Sin embargo, la realidad es una batalla diaria más terrenal.

Estos héroes forzados tendrán que luchar en la cartelera con Guardianes y extraterrestres, deberán embarcarse en motos fuera de la ley y surcarán estrechos confines alrededor de sus sueños. Pobres diablos a uno y otro lado del charco.

Este Niño en busca de su princesa, es uno de ellos. Ha dejado sus raíces africanas por una mirada azulada (a lo Paul Newman de Jerez), pensando en una fuga por las olas de la marginación y el dinero fácil. Que en realidad no es tan fácil ni tiene marginalidad para aquellos que viven a sus anchas de otras vidas.

Podrían ser de cualquier frontera, pero nacieron en la Línea de la Concepción con su deje y su gracia para acercarnos el mal a la nuestra, la frontera marítima de la costa almeriense hacia las montañas del valle del Rif.

El Niño sueña con una mujer de otro planeta, se embarca para luchar contra las mafias comerciales de la droga o las personas, y evitar a los policías en la negra corriente marítima entre África y Europa. El director Daniel Monzón ha puesto su complexión morena en un rostro pálido de facciones más occidentales buscando una nueva estrella. Si lo conseguirá o no, dependerá que el estudio de la interpretación le lleve a lugares insospechables si pule bien sus errores primerizos y expresividad perdida. De momento, el actor Jesús Castro ha conseguido un nuevo papel en la película española La Isla Mínima, con buenas críticas generales.

Si ha nacido un posible Skywalker de la península ibérica con escalas a otros mercados, se verá en sus poderes para robar escenas en el futuro. De momento, es una promesa con buena fisonomía.

Ahora está de moda hablar de la corrupción en todas las escalas sociales, desde los ricos mandatarios hasta los cuerpos policiales (se necesitan medidas para controlar internamente los medios. Ellos, los duros Luis Tosar, Sergi López, Bárbara Lennie o Eduard Fernández, se preguntan si todo es válido o si merece la pena la lucha contra los ocultos interpretados en la figura de Ian McShane y sobre los que no aparecen en el filme defendiendo con sus tentáculos a manos ejecutoras provistas de martillo y katana.

Pues parece que sí, porque son los profesionales auténticos que permanecen con su carismática cabeza en la pantalla.

Daniel Monzón se ha interesado por los que sufren, los héroes anónimos a ambos lados de la ley. Los que en Europa crecieron mirando al mar y leyeron los cómics llegados desde el otro lado atlántico, viendo las películas de exploradores espaciales e intentando conseguir un hueco en las estrellas.

Para ello, ha competido con sus armas, la acción y los primeros planos. Y ha dotado de humor de Cádiz y romanticismo juvenil a una historia real con aromas a Ketama y a pescaíto frito. A humo y persecuciones de narcos, a marginación y Roca blanca.

Aunque se haya alejado del estereotipo físico mantiene la forma, dando una de cal y otra de arena del Estrecho, viendo el gran negocio y alejándose de polémicas con los políticos. Es una historia de un Niño y su compañeros nodrizas, queriendo salir de su vida hacia visiones televisivas en Miami Vice.

El humor salva en muchas ocasiones de la reflexión más cruel y mantiene al espectador atento a los héroes con sus compañeros como robots en una guerra espacial de consecuencias planetarias, y amor con princesas de diferente piel.

Esta Roca ha ejercido de faro entre dos culturas y cárcel para muchos que buscaron una fantasía por medio del tráfico clandestino. Vidas con altibajos y rodajes de realidad.

Mucho ha pasado desde su primer Corazón de Guerrero, ahora Monzón se centra en el realismo... entreteniendo al público. Al menos en la taquilla tiene su rédito.

*** Interesante ***

Bernardo Vázquez - La Goma, BSO "El Niño"


India Martinez feat. Rachid Taha - Niño Sin Miedo

sábado, 1 de noviembre de 2014

Begin Again: Compás dos x dos.


¿Qué significa para vosotros la música?

Para los protagonistas de la película Begin Again, la música lo es todo en sus vidas. Lo bueno, mágico y lo malo, dolor. Una forma de sentir, comunicarse, amar... vivir.
El director dublinés John Carney ha construido una historia a base de errores, estudio y ganas de seguir avanzando en lo que realmente le gusta, el cine. Y, los personajes con sus canciones que, son ellos mismos.

Desde los comienzos, y traspiés de un músico, dando esos pasos callejeros, sombrero en el suelo, o visitando los pequeños locales dónde las melodías se mezclan con el ruido y las risas, como el vapor etílico (ya no tanto el humo) y las ganas en un cóctel de sensaciones únicas. Irrepetibles.
Mientras en la penumbra de aquella barra, unos ojos aparcados en el vacío existencial se fijan en la voz y los futuros arreglos de aquella chica, fracasada en el amor y abierta al mundo con sus ideas poéticas y canciones. Un corazón herido más, sin miedo.

En una de las secuencias más brillantes sobre la creación, ambas miradas se encuentran unos segundos que desarrollarán su historia, más allá de los recuerdos. La magia de un bar se encierra en los puntos de vista, para identificarse con ellos. Todo lo que rezuma en el aire, en Begin Again, parece la banda sonora de algunas vidas (o al menos, unas notas) porque son de verdad, aunque con una tendencia al positivismo. Esas construcciones musicales con tendencia hacia la amistad y el amor, también lo contrario. Y sobre todo, a la ciudad de Nueva York.

Este New York callejero y multicolor, que se desvive por magnificar su historia, la de la cantante novel y el productor en retirada forzosa, forzado, pero unidos por auriculares compartidos, algún baile y la calidad en los temas desde el exterior hacia el corazón. Emocionantes Keira Knightley y Mark Ruffalo. en sus papeles compenetrados, musicalizando perspectivas laborales de futuro y vitalidad en los boquiabiertos espectadores. Un trabajo en sintonía redonda, blanca y cómplice.

Para muchos de nosotros, la música es un trabajo de grupo, o una sensación en vibración dentro del cuerpo. Con sus componentes entregados a mover emociones, cada uno con su habilidad en la yema de los dedos, aunque se comience como ambulante solitario. Begin Again, tiene esas dos caras diferenciadas, que confluyen en el medio comercial o se distancian en el reconocimiento de la expresión artística. Los elementos son profesionales arropando a la voz cantante, una cara delicada que interpreta con frescura y traspasa la gran pantalla directa a nuestra retina o más allá. Si ves el filme, es probable que te enamores un poco de ella, de Keira. O de él, de Mark.

Porque ellos son la composición perfecta, incluyendo a los demás intérpretes que conforman un conjunto sin desafinación de esta obra pintoresca. No sabemos mucho de sus vidas respectivas, pues no importa demasiado, el éxito está asegurado con el dúo principal. Eso sí, con una especial mención a una actriz siempre cómplice y atinada como Catherine Keener.
Secuencias cargadas de belleza rítmica, visual y sonora. Reencuentros familiares rotos por los egos y la convivencia, y separaciones matizadas por sensaciones callejeras y el trabajo bien realizado.

Los artífices de esta fábula, son instrumentos mágicos con una mano dirigida a hacer reír, soñar o llorar, con personajes inolvidables y un guión confeccionado con gusto por el mismo Carney y retratado de una manera alleniana. Por tanto, la música también enseña un camino a algunos.

Y en el viaje, nos encontramos perdidos o queridos, variabilidad de cálidos y fríos, como las notas de una canción que sonará una y otra vez, en los corazones. Resonando por los callejones de ciudades inmortales o parajes ocultos de nuestras vidas.
Once upon a time... again. The music!

**** Notable ****

A Step You Cant Take Back - Keira Knightley


Keira Knightley - Like A Fool (Begin Again Soundtrack)


Keira Knightley - Tell Me If You Wanna Go Home (Begin Again Soundtrack)


Adam Levine - Lost Stars

Cinemomio: Thank you

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