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sábado, 28 de mayo de 2016

Irrational Man.

Woody y la narración de un crimen.

Actuó apareciendo ocasionalmente en programas de televisión, hasta que finalmente y gracias a su talante e ingenio, tras una actuación en 1960 en el local Blue Angel ideado por Cole Porter y George Gershwin animando a un empresario de Nueva York, le ofrecerían la posibilidad de elaborar un guion y participar como actor en el filme What's new, Pussy Cat?, una divertida y surrealista película sobre el hedonismo con el psicoanalista de risas Peter Sellers y Peter O´Toole, y una sucesión de miradas sexys con Paula Prentis, Capucine, Ursula Andress y Romy Schneider, dirigidos a la limón, cítricamente hablando, por Clive Donner y Richard Talmadge. Después ha escrito todos sus guiones hasta hoy, incluso otros como Play it again Sam, o su pequeña batalla con la enormidad del complejo de Edipo en Historias de Nueva York, por si alguien dudaba de su imaginación prodigiosa. En 1968, rueda su primera película (actuando como un delincuente) en Toma el Dinero y Corre de la productora llamada Palomar Pictures, que financiara el proyecto de apenas dos millones de dólares.
Luego llegaría un éxito medida a través de la identidad y estimando la proporción de esas mareas emocionales que fluirían entre sus personajes futuros, fluctuando del romanticismo al crimen pasional. Ideas mentales en relación con las mujeres expresada en imágenes. Woody Allen comentaba: "También les digo a quienes me preguntan que si no temo quedarme alguna vez sin ideas, qué no... nunca he tenido esa sensación. La gente siempre me pregunta, ¿Alguna vez piensa que despertará una mañana y no será gracioso? Esa idea nunca se me ocurriría... es extraña, poco realista. Porque lo gracioso y yo, no somos dos cosas distintas. Somos una sola cosa. Así que es todo lo contrario, ando siempre con congestión de ideas. Se me ocurre una idea mientras camino por la calle y la registro inmediatamente. Y siempre quiero convertirla en algo". Algo así, sucede con los grandes escritores de la historia.

Con 47 películas y 4 Oscar´s en su haber, un cineasta inteligente y creativo, muestra la aportación de las mujeres de su vida en la pantalla, aquellas que han sido o son, musas de una filmografía extensa y una radiografía de humanismo recalcitrante.
Si alguien define a Woody Allen como un director de cine, se queda corto. Pues recién cumplida la doble cuarentena, pienso que este privilegiado visual y dominador de la lengua, demuestra en la actualidad, que sigue conservando su sentido divertido y una mente preclara para la narración o la escritura de guiones, además de un apasionado por la comedia y la música. Así, podríamos decir que Mr. Allen es un nuevo renacentista en este mundo enloquecido y cruel, bueno disparatado mejor.
... "Escribir para el teatro es algo muy diferente que escribir para una película, y ambas cosas son completamente diferentes a escribir prosa, tarea más exigente, creo, porque cuando uno ha terminado, ése es un producto final. El guión, en cambio, es un vehículo para que actores y director desarrollen personajes. En el caso de las películas, simplemente garrapateo un par de notas para una escena. No es necesario escribir en absoluto, sólo notas que se escriben teniendo en cuenta a los actores y la cámara. El verdadero guion es una necesidad para el casting y el presupuesto, pero el producto final no tiene demasiada semejanza con él... al menos en mi caso. Pero en una novela, uno ejerce el control sobre todo el material. Es un gran atractivo. Otro es que, cuando uno ha terminado puede hacerla pedazos y tirarla a la basura. Mientras que, en el caso de una película, es imposible hacer eso. Hay que mostrarla, aunque a uno no le guste. El tiempo es mejor cuando uno es escritor de prosa, es mucho más divertido levantarse a la mañana, ir hasta la habitación de al lado, quedarse solo y escribir, que levantarse temprano y tener que ir a filmar una película. El cine es muy exigente. Es un trabajo físico. Uno tiene que estar en algún sitio, según un programa, a cierta hora. Y depende de las personas. Sé que Norman Mailer (escritor, guionista y biógrafo de Marilyn) dijo que si él hubiera empezado actualmente su carrera, podría dedicarse al cine en vez de ser novelista, pero creo que el cine es una actividad de jóvenes. En su mayor parte, es agotadora".

En su última película (de una inagotable carrera) y vista en España con título Irrational Man, establece otra de sus parejas, cubierta de exótica ambivalencia con Emma Stone y Joaquin Phoenix, entregados por segunda y primera vez, en las manos de un Woody Allen que vuelve a demostrar su maestría para contar relaciones personales, siempre envuelto en una trama mágica definida por la atracción, y metafísica. Cuando no, sumergida en un mundo de tensiones provocadas por aquellas actuaciones desequilibradas o criminales, que aparecen de sopetón en nuestra cabeza dividida, tras sesión de psicoanálisis alleniano.
Su cine sigue invadido por el humor, claro, o nublado, de la introspección personal y el retrato magistral de los personajes creados con notas, reafirmando sus posiciones morales y sarcásticas respecto al cine o la vida, como un pequeño teatro de las vanidades y de las culpas. Diría que si no maldijera tanto en sus escenas románticas (con excepciones que terminan mejor que otras), no sería fiel con sus consecuencias vívidas, imaginarias o verdaderas, que se producen a diario en cualquier ciudad del mundo, o un arrugado pañuelo de sonrisas y lágrimas. La metodología mantiene las reglas básicas del género romántico, pero sus palabras indican que se trata de un director único e irrepetible, un poeta enmarcado por la libertad de expresión y de elección, o la tortuosa dicotomía entre el bien y el mal que marca el siguiente paso dubitativo. Por tanto con él, la masculinidad se ve diseccionada por la inventiva y la perspicacia de un lado femenino, dejando el diván para las antiguas sesiones analíticas que, no servían de nada cerca de unos ojos claros como el cielo, o a los pies de una luz surgida sobre una barraca de feria.

A cuerpo de rey de la conversación, anduvo estirado frente a doctores del alma, pero un rey abdicado y asustadizo, observando con su prisma ácido, el panorama en cada década y los condicionamientos, desde los comienzos inventando chistes o monólogos para el Ángel Azul hasta la pesada carga de nuestra sociedad actual, también de esa latente mentalidad desunida. Un actor entre bambalinas que crece tras el ojo, que observa a través de sus gafas a un dramaturgo del sentimiento, al cómico que se ríe de sí mismo; y un músico marcando el compás del objetivo, indiscretamente libre para narrar la diversidad, los tiempos, silencios y respiraciones, los ritmos. A cada paso que daba, no dejó nada al azar en su camino, todo parecía encuadrado dentro de una viñeta o libreto mágico, aunque sus filmes demuestren que la casualidad es una estimada referencia a tener en cuenta.
Desde que Manhattan anochece sobre una ribera, hasta un asesinato descrito con gracia y desparpajo, en sus calles y dormitorios, cómo si fuera habitual tanta evidencia. Esa inevitable irritabilidad de la coincidencia, para algunas personalidades, géneros o personajes, puede tratarse día a día, como un macguffin de proporciones catastróficas, o no.
Mientras, en segundo término y más fundamental, el desarrollo de sus intrincadas escenas llenas de sombras y niebla, de delitos y las faltas que nos acompañan o cometen otros, o acordes y desacuerdos entre más sábanas y noches, aquí se vuelven a aparecer. De los estudios al festival alejado de los sueños, de la desgracia y la apatía, por sonidos repetitivos de un seductor, sugestionados por una conversación a hurtadillas con Annie o Hannah, demostrando que la responsabilidad social y el secreto, se abrazan. Nuestros propios actos o decisiones marcarán el devenir, que estaría controlado por el derecho y la ley. Tal vez, guiada en la oscuridad por la inercia de aquellos ojos, luciendo como estrellas en un observatorio de la vida o entre manos temblorosas.

Con su sentido crítico, Woody Allen se sonríe de la patosa existencia y de esos individuos perdidos ante una respuesta discutible, de las opciones que truncan el éxito social o silencian el fragor de una batalla romántica. Dividida en dos secciones, hemisferios del cerebro de un guionista frustrado o un hombre irracional, nos sirve un juego de marionetas dirigidas por su experiencia y el fracaso de los personajes. Por este motivo (u otras argucias intelectuales), Woody continúa siendo uno de los referentes universales en esta tragicomedia clásica que representamos, y de la dialéctica cinematográfica del doble sentido que nunca empaña sus gafas. Izquierdo o derecho, en su cerebro indica que dicha separación física, está condicionada irremediablemente por unos labios carnosos tocando a un aldabón de una puerta enclaustrada u oxidada por el tiempo, fraccionados pero atraídos el uno por el otro, como si una vigorosa alumna anduviera coqueteando con otra mirada esquiva, estresada o depresiva. Esto es, de una forma menos lesiva, la autodestrucción que tantas veces, nos visita o la negación de unos valores, que perpetraron el estado de ánimo actual o las diferencias sociales, económicas y de edad. Son un tabique mayor que las excrecencias de cada lado, construido por nosotros mismos.
Reúne en este escenario, en principio anestesiado, a este académico universitario interpretado por un Joaquin Phoenix (que sostiene con firmeza las riendas de una estimada y ascendente carrera) envuelto en las sombras de un agravio comparativo, una reflexión inaudita o una revuelta interna frente a la injusticia, que empujará a nuestro lado más salvaje. Frente al paso del tiempo o la grasa abdominal acumulada, emerge esa inseguridad personal o desprecio. Que controla todas las respuestas, respecto a la atracción sexual o una alocada declaración amorosa que podría cambiar el registro de su mirada, sin brillo ni una mínima luz.

Estas decisiones personales que te elevan a la categoría de héroe o justiciero social, son una pequeña distorsión del ego y la evolución a otra cosa peor. Ya que el asesinato, se convierte en una costumbre, un uso pragmático, irreductible, prosopopéyico, académico, complejo, filosófico, dicotómico, alcohólico, antisocial, arrastrado, vengativo, ´soñador` y algo, esencialmente, degradado por la dejadez intelectual, hacia ese lado animal que responde a la crisis existencial y el olvido.
En New Port (Rhode Island), las secuencias van desde paseos diarios y conversaciones privadas por la facultad o al lado del mar, hasta la universalidad de la idea romántica como concepto y el estudio del crimen perfecto, de los ojos cansados de un maduro profesor hasta la vivaz y lasciva mirada de una pelirroja enamoradiza, transparente como la piel a plena luz del día, un ojo tras la lupa de un detective de su realidad sentimental. Como si la pareja protagonista de True Detective profundizara en la metafísica de su labor, y el amor olvidara todas las consecuencias, o el destino se hubiese calzado un vestido corto y liviano con unos zapatos de tacón. Una Sherlock apasionada, encarada a su desestabilizado y temperamental Doctor Watson. Con Parker Posey pisándole los talones en un posible viaje reparador, para evitar una caída sobrevenida inevitablemente. Siempre, uno saldrá más herido que el otro. Por ejemplo, Jamie Blackley (Blancanieves y la Leyenda del Cazador) un abatido y joven actor interpretando al incomprendido y abandonado. Frente a ese desconocido, amante llamado comúnmente peligro.

Ella, Emma es frágil pero no tonta, ofrece un brazo sobre el que apoyar el peso de su conciencia, aunque su pensamiento evolucione como una receta ilegible a priori, contraproducente para aliviar el mal, incluso ese desgaste que empieza a sentir, por él. Porque las indicaciones románticas exigirán una explicación o sino, una evolución del carácter individual a una catarsis de pánico, la extinción de la humanidad en camino. De la idealización del sabio al reproche aciago del torpe, no de odio ni misericordia mas bien de frustración, quizás consecuencia de una revelación inaudita como el descrubrimiento del cianuro tomado de la mesilla en una gran mansión y una distancia de separación tan esperada como necesaria, mientras se ríen con su imagen distorsionada frente al espejo.
El Hombre Irracional y la estudiante romántica, ofrecen una diversión distendida (con filosofía sin diván) a un público de alumnos, entregados al maestro del escapismo y el disfraz, como un camaleón con el jazz a flor de piel. Esta forma de trío musical y cinematográfico, con violines frente al piano calculador, y clarinetes contra la inactividad del alma en un halo endiablado que se propaga desde la gran pantalla hasta nuestras conciencias, más o menos racionales. El Hombre Irracional, tal que un meditado cuento con las relaciones entre hombres y mujeres en el anfiteatro, como siempre desde Madrid a Nueva York, o de Londres-París de los sueños, al coloso granítico de Rhode Island. Su madura y reflexiva idealización del amor, alberga a un Woody Allen tierno enfrentado al de los crímenes, crítica del romanticismo caduco de la magia lunática y la pérdida de la razón en otras fábulas, de la rosa púrpura (amor el ídolo o ´Prince` de Egipto) a un escorpión de jade, de la hipnosis. De ceder los bártulos si la cosa funciona, a la decadencia de un jazmín azul, en masculino.
Un trío del que visionaremos sus sueños divididos, filosófica o emocionalmente, en nuestra retina una vez más, ascendiendo del Bronx a un Café Society en breve, con Steve Carell y la Sheryl Lee auténtica, (quizás cerca de Melinda) y cuerpo de las pesadillas de David Lynch y sueño erótico de muchos seguidores de Twin Peaks. Mientras que la dulce Emma se debate en una Cruella de Vil no confirmada, y un baile de altura en La La Land, junto a J.K. Simmons y el radiante Ryan Gosling. Además, el tridente incisivo protagonizado por Joaquin Phoenix tiene papeles para dar y tomar, con directores como Casey Affleck, un novel Garth Davis o una escocesa llamada Lynne Ramsay, autora de la increíble Tenemos que hablar con Kevin. Se rumorea también con el director francés Jacques Audiard.

El orden, el lenguaje y la estructura teatral: "Siempre empiezo por la página uno. Es un viejo hábito que me quedó de escribir para el teatro. No puedo concebir la idea de escribir el tercer acto antes del primero, o un fragmento del segundo acto fuera del orden cronológico. Los acontecimientos que ocurren más tarde –la interacción entre los personajes, el desarrollo del argumento, dependen demasiado de la acción que se lleva a cabo al principio. No puedo concebir algo fuera de la secuencia. Adoro la forma narrativa clásica en una pieza teatral. La adoro también en una novela. No me gustan las novelas que no son básicamente historias claras... () cuando veo a Chejov o a O´Neill, donde hay hombres y mujeres en crisis clásicas humanas, eso sí me gusta. Es anticuado decir esto en esta época, pero las cosas basadas en el “lenguaje” –los más inteligentes ritmos del habla-, en realidad no me importan. Quiero escuchar a la gente hablar de manera común, aunque sea poético. Cuando uno ve La muerte de un agente viajero” o “Un tranvía llamado deseo”, se interesa en la gente y después, quiere ver lo que ocurre".

Entre la razón de Kant y el tumultuoso existencialismo de Soren Kierkegaard (ayer descubrimos que la filosofía está muerta en la tumba de Aristóteles)... en esta ocasión, deberemos elegir entre un disco de jazz aderezado con largos paseos entre la depresión y la autodestrucción, o la carnosa sonrisa que nos atrae al precipicio con sus posteriores contradicciones y el lío de nuestra cabeza, con la inteligencia de un observador interesado por el fracaso emocional y el asesinato contemplativo, o salpicada de diálogos metafísicos sobre la redención personal y la irresponsable naturaleza humana. Irrational Man, es una reflexión sobre aquello que fuimos en el pasado, cómico o sabio loco (lejano como unas vacaciones por Europa, rodando) y el presente irascible del yo, un manipulador mediático que nos condena a ejercer de héroes, de depredadores o justicieros morales. Ya que lo otro, al futuro, nadie se le aproxima ni conoce, tal que un ascensor detenido que no sabemos si sube o baja, o una pelota de tenis en la red. Una final de un deporte cualquiera, sentenciada a cara o cruz.
De los axiomas profundos, se visualiza una realidad más terrenal sin metas, que Woody tomó a pequeñas dosis para no intoxicarse, la violencia física. Agravio de un sueño que se desvanece, un espejo roto por intereses personales o deseos frustrados, naufragados contra las rocas. Una sociedad que no mide, esa necesidad de una sonrisa cálida, porque los riesgos económicos se entremezclan y la mentira triunfa, cuando la justicia es una línea roja borrosa y la caída puede partir nuestra cabeza en dos.
Izquierdo, irascible y masculino, frente al derecho, intuitivamente femenino. Ella y él, unidos aunque separados.

El cerebro es un órgano proporcionalmente racional, con momentos circunstanciales o reflejos de vacío existencial, o maltratado por enfermedades peligrosas contemporáneas, que atacan nuestra memoria o el ánimo. El cerebro es un debate constante entre ambos lados, entre el propio agujero de la inestabilidad emocional y el hemisferio contrario, próximo... que nos vigila y se muestra inevitablemente sugerente. El yin y el yang, de la filosofía oriental en nuestras calles, dentro de un occidente que, siempre, fue fotografiado, distorsionado o analizado brillantemente por este profesor de cine y de vida, llamado Mr. Woody Allen. Un ejemplo a seguir, una fiesta o baile en un club neoyorquino, si la salud nos lo permite.

"En ciertas ocasiones he escrito cosas que fluyen fácilmente y han sido bien recibidas, otras no; es decir, no son bien recibidas. Y también me ha sucedido exactamente lo contrario, cosas con las que he luchado días y días y son mal recibidas, y otras veces son bien recibidas. Pero, en realidad, no es un esfuerzo tan tremendo como lo creería alguien que no puede hacerlo.
Por ejemplo, a los dieciséis años conseguí mi primer empleo como escritor en una agencia de publicidad de Nueva York. Iba todos los días después de la escuela y escribía chistes para ellos, que distribuían a sus clientes en las columnas de los periódicos. Yo iba en el metro, en el vagón atestado y colgado del pasamanos. Sacaba un lápiz, y cuando llegaba tenía anotados cincuenta chistes... diarios, durante años.
La gente me decía: “No lo creo... 50 chistes por día y escritos en el tren”. No era para tanto, si veo a alguien que pueda componer música…
¡No entiendo cómo empieza o cómo termina, ni nada! Pero, cómo siempre pude escribir, para mí no era nada. Siempre pude hacerlo... dentro de mis limitaciones. Creo que, con una educación mejor o una formación mejor, y tal vez una personalidad diferente, podría haber sido un escritor importante. Es posible, porque creo que tengo cierto talento, pero nunca tuve interés, crecí sin interés en nada académico. Podía escribir pero no tenía interés en leer, sólo practicaba deportes y los veía, leía cómics... nunca leí una verdadera novela hasta que entré a la Universidad. Tal vez, si hubiera tenido una formación diferente, podría haber ido en otra dirección. O si los intereses de mis padres, mis amigos y el ambiente en que crecí hubieran estado más dirigidos hacia cosas a las que más tarde fui sensible. Tal vez yo hubiera sido un novelista serio. O tal vez no. Pero ahora es tarde, y simplemente me siento feliz de no tener artritis".

The "In" Crowd - Ramsey Lewis Trio (1965): Soundtrack The Irrational Man.

sábado, 21 de mayo de 2016

Dirty Weekend.

Aeropuertos, qué lugares tan gratos... para consolar.

Nada es perfecto como diría Jack Lemmon en cambio de actitud y un yate a la vista. Así, debe de pensar el protagonista de la película Dirty Weeken de un director como Neil LaBoute, educado en colegio mormón y dramaturgo reconocido gracias a su obra En Compañía de Hombres, que posteriormente llevaría al cine con éxito protagonizada por Aaron Eckhart. O en Amigos y Vecinos, describiendo ácidamente las mentiras y manipulaciones escondidas tras pálpitos del corazón esquivos y los deseos sexuales. Algo que está presente con un toque de comedia en ésta, su última y sencilla película, marcando las diferencias de un Dirty Weekend, donde el humor es uno de los puntos relevantes como demostrase rodando el tercer y recordado largometraje de su carrera, titulado Persiguiendo a Betty, también mostrando un lado mágico en Possession. Sin embargo, el lado perturbado persiste tras la cámara de LaBoute con diálogos, entre la brillantez y la subversión, osando tocar temas como la insubordinación en el desarrollo laboral y una sumisión como contraposición a éste, en el ámbito privado.
Así, han ido transcurriendo los años y dejando atrás aquellas nominaciones a premios internacionales, cuando LaBoute se encaraba con el mal en Wicker Man y peor aún, perpetrando uno de esos engendros que aprovechan otra producción exitosa de Frank Oz y ejecutan como una copia vulgar en la segunda versión de Un Funeral de Muerte (aunque en ella repitiera, nuestro querido Peter Dinklate); a partir de ahí, no he vuelto a visionar ninguno de sus trabajos, hasta que me encontré libremente y sin avisos, con este Dirty Weekend.

Es una historia que se aproxima a sus primeras visiones sobre el falso romanticismo y la aproximación al sexo (con diferentes olores), pues su guion habla de las relaciones y mucho, la cámara persigue durante un atribulado fin de semana a dos personajes, que se consolarán y dialogarán frente a frente, contándose las intimidades más secretas y haciendo gala de parte de esa comicidad que desplegara abiertamente en el pasado. Todo pasado por el tamiz de las funciones laborales, el éxito y las malinterpretaciones sexuales, en cualquier sentido posible.
Para que esto funcione, han de convergir dos figuras tan dispar como el genial Matthew Broderick, neoyorquino que comenzó en esto de la interpretación en la producción infantil Max Dugan Returns y sobre todo, con Juegos de Guerra y lo tendremos en el próximo trabajo de un actor y director incombustible como Warren Beatty en Rules Don´t Apply, adentrándose en una relación tormentosa de Howard Hughes en sus últimos años y un reparto espectacular en el que participan ambos, con Alden Ehrenreich, Haley Bennett, Lily Collins, Candice Bergen, Martin Sheen, Taissa Farmiga, Alec Baldwin, Ed Harris, Annette Bening, Oliver Platt, Amy Madigan y Steve Coogan; y una bella actriz como Alice Eve que ofrece una réplica perfecta a su partener, si bien físicamente les separan grandes diferencias y después alguna que otra barrera mental, que terminan convenciendo con un trabajo divertido. Además, próximamente la disfrutaremos en el filme Misconduct junto a Josh Duhamel, Al Pacino y Anthony Hopkins, o el filme de ciencia ficción y suspense titulado Criminal, con Gary Oldman, Tommy Lee Jones, Michael Pitt y Gal Gadot.

Resultando algo increíble este ´aparente` acercamiento, el argumento mantiene un clímax en aumento que difiere de cualquier rastro de romanticismo, tranformándose en una especie de confesión de secretos, y unas conversaciones que mantienen el peso central de la acción, con naturalidad y profesionalidad. Aunque dubitativo en principio, las próximas acciones van demostrando esa empatía entre ellos, y con la química apropiada se acrecentan sus condiciones interpretativas e innatas para la comedia. Que por otro lado, resultan atractivas en distintas formas de seducción, con elementos cargados de sexualidad morbosa (o equívocos que hacen cambiar el punto de vista del espectador), desde la responsabilidad familiar y en la vida empresarial, hasta una perspectiva complicada que cambia a estos compañeros de trabajo para siempre. Dirty Weekend se pasea entre pasajeros atrapados en una tormenta, a una nueva disposición en la atracción física y el olvido de los negocios hacia la exclusividad del placer.
Pues, ya lo decía el refrán con mayor o menor acierto, respecto a las repercusiones semánticas: dónde tengas la olla...

Neil LaBoute despierta de este anonimato actual, a nuestros bajos instintos, consiguiendo abrirse a la naturalidad del diálogo entre hombres y mujeres, otra vuelta de tuerca a su pretérito, esta vez no tan enfrentados. Sus diferencias, entre genéricas y diversas, mueven a la simpatía más que al desdén, y las palabras profundizan en temas culturales que forman parte de nuestras complicadas reacciones antropológicas o de imagen personal ante los demás. El guion es una parte del juego, un revuelto de medias tintas y verdades, que nos van incitando en el despiste inicial para recrear un fin de semana que será recordado. E igualmente servirá como una bocanada de aire fresco en el recuerdo de otros ´weekend` del pasado.
Entre envidias en los negocios, perdidos por aeropuertos y conversaciones de hotel, los deseos de esta pareja en cuestión casi protagonistas en exclusiva, sus reflexiones pueden ser el reflejo de nuestras vidas e historias pasadas, que regresan como una aventura atractiva, esporádica y guiños a esa normalización de lo diferente, tan actual y reivindicativa.

Ella es joven, bonita, conversadora y decidida. Detrás de una confusa realidad y ciertas traiciones de sus intenciones intelectuales y ocultas, tratará de descubrir sin indirectas hacia el colega, esa incómoda y esquiva desnudez que práctica su competidor e interlocutor de fin de semana. Manteniendo la distancia, se halla un hombre maduro con comportamientos de adolescente tímido, reticente a cierta apertura sentimental y acostumbrado a tratar a sus conocidos, como si fueran miembros de un equipo de trabajo. Es decir, nada de intervencionismo de otros valores sentimentales.
Pero ella, también esconde algo, como protección personal. Esta realidad alterada ante un ser cerrado, provocará su desenvuelta personalidad, y le ofrecerá un terreno virgen para interrogar al nuevo amigo, con temas sobre la atracción sexual y la repulsa, la fidelidad frente al poder económico y social, o el desencanto y rutina que lleva al engaño. Así, podría llegar a ser un fin de semana tras otro, plagado de mentiras.
Para darse cuenta de ello, tan solo es necesario un par de días o una conversación sobre la mesa de un bar.

El personaje de Broderick, siente que su interior se desmorona al no enfrentarse con la verdad, comprobando que aquella joven inmadura frente a él, le está ofreciendo una salida. Comprensiva mano para aferrarse a los gustos o deseos ocultos. Por descontado, su inteligencia, provoca sus miedos que le envuelven como una capa de indiferencia, una personalidad frustrada y grandes dosis de mansedumbre emotiva. Las confesiones íntimas mostrarán su verdadera naturaleza y sacarán a la luz, a un hombre transformado en apariencia, tras las tendencias esquivas de la mente a otros derroteros más libertinos.
Al final, asistimos al reencuentro de una escapada temporal que marcaría años de confusión y obcecación, disueltos en un instante, gracias a una mirada y algunos cócteles en una pequeña sala de contactos, más o menos, casuales. El significado último, será establecer los cimientos de una, a priori, inmejorable amistad.

Por tanto, Dirty Weekend es una peli de palabras y momentos explicados sin pretensión, hacia un sentido diferente de entender la amistad o el compromiso con la libertad. Expresión que aumentará el conocimiento de una sobre el otro, Les y Natalie... mientras, LaBoute trata de convertir la tensión (sexual o profesional) en los cimientos sobre los que construirán su nueva actitud de compañeros íntimos... ¿quizá amantes?

En el futuro, sus pasos se podrían ver como antojo ocasional o sensaciones que producen salivación de su boca, como un sabor en el recuerdo, o por el contrario, se mantendrá firme y hará que vuelva a sentirse vivo, como una insistente revelación de esos días. O años atrás.
La película tiene un montaje ágil con sorpresas, con la música divertida de un compositor como Joel Goodman versado en los documentales y televisión, dónde se desplegará la verdad o motivo principal que originó su desencuentro inicial, mentes cerradas a las intenciones del otro, a sus intimidades o deseos más infranqueables. Reprimidos, se podría asegurar. El humor vencerá a esa parte siniestra de dudas consigo mismo y posiciones defensivas, también a incertidumbres personales con las relaciones de géneros en guerra, que él y ella profesarán con ocurrencias airosas y sonrisas del espectador. Dos días de desavenencias inseparables, con una joven intensa que parece saber lo que desearía sin prejuicios, mejor que él mismo.

Si, ella es más franca y abierta, enseña a ver las cosas tal como son, sin resentimiento ni remordimientos, pues lo que somos irá con nosotros en el futuro hasta el final. Esta aceptación tendrá éxito, gracias a los dos actores protagonistas.
Aquel fin de semana, que empezase gélido y plagado de objeciones confidenciales, podría confirmar una amistad a prueba de dildos o una vuelta en aviones separados. Una fuente de inspiración para activar los tríos, y que dos extraños emprendan un viaje próximo, con otra mirada y una sonrisa en su rostro.
La comedia de equívocos, es lo mejor, para encarar una nueva visión de la realidad, difícil de visualizar sin ayuda o distribución. En alguna otra ciudad (fuera de Alburquerque), porque en su aeropuerto o en aquel pub perdido, se unieron dos corazones... o más.

domingo, 15 de mayo de 2016

The Witch.

... y del Mal, líbranos señora bruja.

Mientras, los hombres y mujeres de siglos anteriores que vivían en sociedades medievales, se proponían dar un empuje cultural o artístico a la sociedad y emprender un camino de conocimiento lejos de los métodos inquisitorios, hacia un nuevo Renacimiento; otros ciudadanos europeos vivían una existencia basada en la tierra y los productos que ésta les brindaba con el sudor de su frente, y la necesidad de hallar una perspectiva mejor, creciendo espiritualmente o abandonando el hambre generalizado. Les lanzaría a la búsqueda de un lugar donde instalarse y comenzar una nueva etapa, cargados de esperanzas y, también, bastantes responsabilidades. Pues, provenían de una era donde el miedo al castigo divino por asuntos sin explicación aparente y las creencias religiosas, produjeron en las familias un conjunto de actitudes desajustadas, más cercanas al crimen o esa división terrenal entre bien y mal, que produciría hechos salvajes en sus mentes condicionadas por la fe y la superstición.
Sería el caso de aquellos colonos procedentes de la Inglaterra de 1620, cuando unos buques partieron rumbo a lo desconocido, a nuevos territorios estadounidenses de Massachusetts y Nueva Inglaterra para formar colonias alejadas de la Iglesia anglicana fundada por Enrique VIII. Y la propagación de la culpa a través de falsas acusaciones, que tendrían la consecuencia histórica de unos juicios inexplicables y criminales, con persecución a unos acusados sentenciados por prácticas de brujería. Pero, esa es otra historia...

Esas historias de purificación espiritual y huida de peregrinos extremistas, propagarían los métodos más recalcitrantes para la explicación de fenómenos naturales o circunstanciales debido a su nuevo asentamiento agrícola y ganadero. Así como, una sucesión de leyendas propiciadas por las bestias que se adentraban en la colonia (como los lobos u otras manos asesinas) con la misión de atacar a sus más desvalidos miembros, los niños. Entre bosques, pactos de lobos, asesinos escondidos, métodos inquisitoriales o pactos de brujas, el cine siempre ha puesto su foco, en las prácticas oscuras, incluso si El Día de la Bestia se avecina en un bosque de cemento de Madrid e inunda la sala con las risas.
Lejos de ahí (de la sonrisa), un director valiente y entregado a la imaginativa causa cinematográfica, a pesar de su corta experiencia en el ámbito del largometraje, construye una eficaz cinta de terror que está causando un debate interior, sobre las traumáticas escenas y el pensamiento de algunos de aquellos colonos o la superchería que envolvía sus vidas sugestionadas.

Porque, quién se acerca a una cinta de terror, pensando que asistirá a una sucesión de sustos al estilo clásico, podría decepcionarse con la pausa psicológica y el ritmo de sus personajes caóticos. Con unas interpretaciones de la realidad paralela, que son mérito tanto del casting como del trabajo de los actores elegidos, desde una pareja desasosegante de padres, tanto como los hijos, cada cual con sus miradas desafiantes. El espectador puede verse sorprendido con las sugestiones personales de estos diferentes integrantes y las intenciones primarias del miedo. Pues, este director Robert Eggers dirige su mirada (sin búsqueda de respuestas) a ese pasado convulso espiritualmente que, se enfrentaba a la naturaleza y la oscuridad espiritual con el terror existencial y los castigos físicos. Hombres y mujeres, escondían su propia angustia bajo la construcción de muros de contención, condicionados en las creencias radicalizadas y la mitología.
Sin embargo, este director instalado en Brooklyn y procedente del mundo del diseño artístico, vivió en Nueva Inglaterra con viajes habituales a la localidad de Salem en cada Halloween y una visita que recorría este folclore que le llevaría a rodar su primer corto basado en la historia de Hansel y Gretel. Pareciera evidente que su acercamiento a los cuentos populares y la mitología de seres extraordinarios y misteriosos, producirían ésta, su primera película titulada La Bruja.

Sus personajes, y los creíbles actores de The Witch (pues, cada uno de ellos realiza un trabajo portentoso a pesar de las diferencias de edad), proceden de aquella antigua consagración espiritual que derivaba de conceptos como bondad, culpa y fe, para los que la inspiración artística del montaje y la fotografía, entre luces naturales y sombras de interior, ha fundamentado Eddgers su idea particular del terror, preocupado en recrear un suspense psicológico, que retrata su alma y los envuelve de esa atmósfera densa psicologícamente. Si bien, propaga sus vaivenes interiores, sin perder la cara al terror físico o los parámetros que marcan las diferencias entre lo correcto o no, de sus relaciones e intenciones finales, o la visión mitificada de las distintas bestias que subyacen en su ficción. Mas, sin esconder una dramática realidad basada en lecturas propias de la naturaleza humana y sus debilidades personales frente a lo inexplicable.
Por si no estuvieras lo suficientemente sugestionado con el guion del propio director o las imágenes impactantes en la reclusión de estas personas expulsadas de su congregación y sus radicalizadas posturas, esta bruja premiada en el último festival de Sundance, se sumerge en la paranoia entre conversaciones endiabladas que mantienen los diferentes miembros de esta sufrida familia, y se eleva por encima de nuestro entendimiento, con el recuerdo de mundos asfixiantes e introspectivos confeccionados por la maestría de Bergman, Lars von Trier o Haneke.

Perseguidos por la postura inmisericorde de tribunales inquisitorios o dirigidos por unos cabezas de familia entregados a la devoción desproporcionada, esencialmente disparatada. Los cinco hijos se convierten en la dramática referencia de nuestra piedad con los inocentes, y las jóvenes mujeres que se enfrentan a esa lucha generacional por la virtud, mal entendida, frente a laceraciones o rezos sobre culpabilidad, más allá de su propia voluntad o valor. Sentenciadas por un pensamiento irracional de una época de oscuridad y la maldición de enfermedades mentales generadas por la superstición o actitudes coercitivas basadas en el castigo. Tanto emocional como ideológicamente carnal... aunque, el mal no aparezca siempre flotando en la atmósfera con figura libidinosa, el verbo descansa en el horror y se puede transformar en cualquiera de las criaturas, denominadas "de Dios".
En ese campo de batalla, convergen las fuerzas de la naturaleza con el poder incontrolable de seres sobrehumanos o místicos, que atacan la entidad familiar frente a la deshonra de una expropiación tanto moral como material, fuera de la comunidad y rayana al bosque. Ese lugar mágico que esconde la mayor de todas sus nuevas preocupaciones, como ocurriese en cintas como El Bosque de M. Night Syamalan, La Noche del Cazador de Charles Laughton, el Anticristo o la Melancolía de Lars von Trier, o ciertas sociedades distópicas de Haneke.

Leyendas de la antigüedad que regresan para apoderarse de su carne o la voluntad, de igual forma que aquellas películas cuyos participantes se vieron golpeados o maltratados por la encarnación maligna, como .... en los cuentos de Grimm, pactos de lobos, jinetes sin cabeza, chupasangres, Brujas de Salem o modernas de Eastwick, el Bosque de Shyamalan o cultos satánicos y aquelarres perdidos en escenarios recónditos, agrestes o rodeados del cemento madrileño en El Día de la Bestia. Aquí, en The Witch sin mínimo rastro de humor, sólo preguntas sin definición... no para hacernos orar, sino meditar.
Pero, The Witch posee otra característica que la hace imprescindible, además de la estética ambiciosa y la textura asfixiante de sus diálogos, son sin duda sus protagonistas. Un reparto perfectamente elegido y encabezado por unas figuras paternales casi dueñas mortificadoras de las almas de sus propios hijos. Jóvenes actores, también, cuyos trabajos sobresalen por esa increíble y sugerente interpretación de la inocencia perdida.
El guion se encarga de impregnarles de la duda ante lo desconocido e impredecible ahí afuera, entre los árboles y la cerca de su granja, y la profundidad de las sombras del bosque (aquí no tan negro como las tierras frías del Norte de un Juego de Tronos o la batalla entre el bien y el señor oscuro propietario de los anillos) sino más real y frío que los sueños incoherentes de Hugh Dancy en la serie Hannibal; así que, los niños se aparecen ante nosotros como los súbditos o bestias, sacrificios a esa oscuridad entre los tranquilos animales de su granja e instrumentos cortantes, la conciencia paternal y el aparente verdor que les rodea silenciosamente.

Ella, la pequeña de la familia es una sorprendente actriz, que cambiará su inocencia por una muestra del poder oculto a su alrededor, siempre reflejada en su mirada con absoluta eficacia, o los cuadros costumbristas de una novela de Washington Irving entre las travesuras de sus hermanos mellizos y los gritos familiares. La fuerza del mediano encarnado por otro joven actor con carácter indudable para el oficio de actor y la transgresión, Harvey Scrimshaw que redefine los parámetros de la actuación en el género del terror, como hiciera Linda Blair en El Exorcista.
Especialmente, nuestra referencia va encaminada a la principal protagonista, visión de la iluminación prístina que acaba tentada por esa atracción revolucionaria, de todas esas ideas adocenadas y antiguas frente a una atracción invariable de los jóvenes frente al peligro y lo desconocido. Su postura indefinida con trazas de exaltación sexual o violenta adecuación de normas establecidas por tutores, los ojos de Anya Taylor-Joy se convierten en la pupila del director y un receptáculo de todas nuestras miradas al otro lado de la pantalla, pues describe lo ocurrido con su lengua afilada (como el filo de un hacha) con una actitud transgresora y sobrenatural, tanto que ha sido llamada por el mismo Shyamalan para su próximo proyecto, junto a James McAvoy.
Aparentemente, todo evoluciona según las reglas que rigen en la casa solitaria y los trabajos habituales se convierten en una escapada a otros mundos distantes y mágicos, siendo los padres encarnados por Ralph Ineson (con papeles en Guardianes de la Galaxia o Blancanieves: El Cazador y la Reina de Hielo) y la irascible madre interpretada por Kate Dickie (Prometheus, Game of Thrones), son la entrada ceñuda a una escalada psicótica y peligrosa de varias aptitudes sociales, entre los valores erróneos de la historia y encuentros con el Mal en su estado puro.

Robert Eggers ha fijado su mirada en otra historia, quizás un relato cinematográfico en el futuro, ha declarado: "... voy a leer y profundizar en La Reina de las Hadas del poeta inglés Edmund Spencer". De hecho, Eggers cita ilustradores de cuentos de hadas como Arthur Rackham, Edmund Dulac y Howard Pyle, junto con Bergman y Tarkovski, como posibles influencias.

En definitiva, reflejos enfermizos de nuestro cerebro y barroquismo esotérico envuelto en las notas de cuerda y las voces corales, casi de ultratumba, compuestas por Mark Korven... que se elevan entre la iluminación natural o el efecto de blancura espiritual, frente a la amenaza de una oscuridad que osa acercarse a la granja y la mente de los pequeños, a plena luz del día. Gracias a un montaje ágil y guion fascinante, con la música y efectos, vamos profundizando en la psicología de los personajes. Expresiones artísticas de la realidad como los efectos sonoros, la voz suplicante que desprenden las palabras contra entidades inmóviles de la casa, objetos, textos sagrados y otros seres animados, como la respiración frondosa del vecino bosque, o unas reglas establecidas por la religión o la propia naturaleza.
Puede que todo ello, no sea lo estipulado para una cinta de horror de estas características sobrenaturales, ni los tiempos actuales estén adecuados para contar una historia que pertenece a una época oscura de enfermedad psicótica o ese miedo a las dudas ancestrales de la humanidad que permanecen sin respuesta. Ni que los seres recreados tengan paralelismos con la calidad digital de los medios actuales o la tecnología visual de rodaje, pero sus personajes dejarán un marcada huella en aquellos que se acerquen libremente a su vida pretérita y las actitudes que conformaban una educación anclada en el medievo. El cine se engrandece con la importancia de unas respuestas inteligentes, frente a las que buscaban la palabra divina como forma de reivindicar nuestro lugar en el planeta. La fe frente a el mundo de las ideas o los sueños, las palabras frente al poder de la imagen... el dolor frente a la brujería del Séptimo Arte.

Soundtrack The Witch, Mark Korven.

sábado, 7 de mayo de 2016

The Lobster.

Tú serás, el animal de mañana.

Las situaciones personales y surrealistas provienen de los estímulos exteriores a nuestra educación y conocimiento, pues sus raíces indican que el mundo irreal o, por ende, las películas y el arte en general, difunden una estructura confusa a nuestra percepción cotidiana. Quizás, por eso los protagonistas de la última película de Yorgos Lanthimos se comunican con expresiones o palabras que trastocan las definiciones de las cosas, sobre todo de los conceptos abstractos, como el amor y el odio. Su mirada va dirigida a dicha experiencia sensorial, retratando una atmósfera opresiva en los interiores y una gris clasificación colectiva según los comportamientos, como ya ocurriese en anteriores trabajos, en el ámbito familiar y social. La idea soñada fuera de toda lógica o de la propia personalidad del individuo.
En el universo del ciudadano griego o europeo, en plena crisis de valores y creencias hacia la enajenación (algunos diríamos involución), se se desarrollan las acciones emparejadas a, desde la soledad hasta la muerte. Pero, la psicopatía aparece en todo su cine, como un estallido o un regalo envenenado, cubierto de imágenes oníricas. Y la referencia cultural de cineastas como Michael Haneke o Lars von Trier, que interpretan la música en sus filmes como un personaje más de sus oscuras historias, remarcando las posiciones filiales y paternas o las dificultades en las relaciones de género o pasionales. Forman parte de la nueva representación onírica del cine entre el bien y el mal.

Las atmósferas del autor griego, sin embargo, tienen una sencillez estructural fuera del entramado argumental que permiten su inclinación hacia el mundo de las relaciones y las pesadillas, donde el punto de vista estereotipado de la sociedad que las rodean, han ido forjando una especie de trilogía filosófica o metafísica de la psiquis del ser humano. Desde la educación y los miedos, dibujados por la teatralidad en los comportamientos e interpretaciones de la vida de los otros, hasta el crecimiento de esos caninos de nuestro lado animal, que indican la aceptable, o no, individualidad frente a la responsabilidad adulta de nuestros actos y deudas con los demás. En definitiva, el carácter comunicativo entre hombres y mujeres, y familiares de cualquier edad. Por supuesto, que al son que nos toque bailar en cada momento.

Aunque, adentrándose en el aspecto relacional o comportamiento social, no tanto formal, el director Yorgos Lanthimos persigue una identificación del instinto salvaje dentro de los rasgos educativos, que nos hacen aparecer con una careta frente a amigos o, incluso, la pareja. Casi como si persiguiéramos convertirnos en otra persona distinta, difuminando esa actitud individual frente a códigos aceptables por una unidad colectiva como la familiar y la posibilidad de estar escondidos en las entrañas de un conjunto mayor que conforma la sociedad actual, deshumanizada en tantos aspectos.
Desde que Canino sorprendiera en el festival de Cannes del 2009, su cinematografía ha ascendido las cumbres más elevadas de lo imposible y lo irracional, hasta desprenderse de todos esos rasgos que nos hacen humanos, hacia la alienación, para establecer una etapa más adulta o la decadencia degenerada de una vida de perros. Esa enseñanza tutorial que estalla con golpes imprevisibles y desafiantes, distorsiones de la realidad y la ficción cinematográfica, como puñetazos frente al espejo, gimnastas en presión, dentelladas y los abusos que terminan con una violencia descarnada. O la autolesión, de Alpes que se elevan como un muro de vanidades al teatro real de identificación con la vida de ciertos desconocidos. Ese hiperrealismo que defiende el humor negro de sus cineastas preferidos como Bresson, Cassavettes o Luis Buñuel.

Entre la representación y las máscaras, sobresalen sus guiones distorsionados de realidad junto a su colaborador habitual Efthymis Filippou, que dibujan la parábola social dentro de aquel maletero canino, al juego animal de esta The Lobster o Langosta, donde han ido estableciendo las distintas facetas por que pasan las familias en momentos trágicos. Sus historias se intercambian con conceptos, erróneos o inventados, sobre la pérdida de seres queridos o la educación de los hijos.
Canino fue, el golpe sorpresivo en la mandíbula e indicativo de esa alienación, con los humores enfermizos que perseguía la concepción aséptica, de nuestra actualidad como un futuro cercano, que desbarata nuestros sentimientos.
Mantiene la necesidad artística y teatral de reinterpretar la realidad, a pesar de cualquier tipo de coste laboral o familiar. Mientras, que en Alpes era la estigmatización del dolor y la sobreactuación, que se confunde con esa naturaleza emocional y tergiversa la percepción con sensibilidad aparente. Nos disfrazaba de falsos héroes, cuando somos otras víctimas más.
Pero, los intentos vanos de nuestro renacimiento ante la humanidad, nos confiere una sensación de derrota sentimental, que golpea en la llaga o remata la escondida herida que se infringiera a golpe de maza, como el dolor ajeno. En esta etapa (sin haber visionado sus primeros trabajos) preferiré la primera, mucho más libre en conceptos y su fundada dramatización onírica, hacia esta deshumanización general que nos martillea, antes que Alps, más confusa y mucho menos transparente con aquellos enmascarados conceptos, que denominamos bondad o maldad. En cambio, más sensual que una sexualidad animal o salvaje.

Ahora, pasados seis años de su exitoso filme, su Langosta redondea esta trilogía emocional y muy personal, con la que Lanthimos aparece con una nueva visión más internacional (fuera de fronteras adocenadas de refugiados, actualmente) de otros personajes atrapados en el aspectos sentimental. En un lugar recóndito de sus pesadillas, no islas paradisíacas en mitad del Mediterránero, sino un edificio y los bosques a su alrededor, que conforman el eje desdibujado y fantástico de la falta de libertades y el cierre de negocios. Si bien, aquellos basados en la ayuda psicológica tiene su clientela.
Sobre el Tirreno hacia el Egeo, por mares asépticos de sentimientos, una mesa repleta de mariscos sabrosos, como la Langosta. Ricas ofrendas deshumanizadas que fundamentan su guion más ecléptico, entre lo metafórico y la crítica sin tomar partido. La misión de hacer pensar al público (si este se acerca a su complicado universo), para lo que el director cuenta con la baza de rostros reconocibles en el cine comercial actual, aunque lejos de estereotipos y particularidades reales, que forman la pareja Collin Farrell y Rachel Weisz, o varios actores de carácter como Olivia Colman y el incorregible John C. Reilly frente a los jóvenes que siempre están presentes, con tendencias turbias como Léa Seydoux (Malditos Bastardos, La Vida de Adèle) o el protagonista de El Perfume, Ben Whishaw que da muestras de su adaptación y gran oficio, en papeles como Sufragistas, La Chica Danesa, Spectre o En el Corazón del Mar. También lo veremos en la próxima película de Tom Tykwer, Esperando al Rey junto a Tom Hanks. Pero, Lanthimos también requiere de alguno de sus actores fetiches como Angeliki Papoulia, para su pequeño universo altamente sugestionado por el pensamiento cinematográfico; pero que, en The Lobster forman un complejo y atractivo cartel de aciertos interpretativos, y bastante sorprendentes.

La cinematografía de Mr. Yorgos, también está condicionada por un extraño sentido de la danza o interpretación musical de temas universales, que sugieren secuencias surrealistas a la vez que imágenes desbordadas del comportamiento de unos protagonistas, que podríamos ser nosotros. Semejante a una composición corporal y vocal, que se disfraza de un ritmo absurdo como apertura al humor negro, rayando en la desestabilización generalizada del colectivo e incomprensión del individuo enajenado. Si los movimientos que se ven ennegrecidos por sus relaciones personales, sirven como lubricante a la difícil comprensión, tan impactantes y elásticos como un choque generacional.
Lanthimos ve el paso de la infancia o adolescencia, como una obra desenfocada hacia el mundo ´insensible` de los adultos del mañana, donde las falsedades y confesiones se dan la mano en el mundo onírico y la naturaleza. Algo que tiene su paralelismo con el acto sexual, la prohibición o los tabúes, con definiciones tan abstractas como el amor o relativas como el respeto. Nunca aparta la mirada a las futuras generaciones de alienados, en este caso, con una aparición neutra y problemática de la responsabilidad.
Si la idea es una lucha o no, contra esta globalización, o un error a subsanar por el ser humano en próximas películas, será porque nuestra especie y géneros necesitarán de novedosas inversiones en ese capital inabarcable, de la imaginación. El conjunto de poderosas secuencias se intercalan con la baja intensidad contemporánea o nulidad de la personalidad, en la búsqueda de una sensibilidad con ilusión renovada y acorde a nuestro poder racional. Pero, creo que profundamente literaria como una novela de Ray Bradbury o Philip K. Dick.

O acaso, ¿no existen personas que tratan a sus mascotas como verdaderos hijos y son alimentados mejor que muchos niños hambrientos en el mundo?


Bueno, este aspecto me sugiere un juego... ya que el director ateniense contesta con su típico humor negro y la reflexión que hace pensar al espectador, entre los fanáticos e incrédulos, coquetea con sus sentimientos o percepciones en la evolución de sueños sintomáticos frente al fracaso social y familiar, que ya emprendiese en las anteriores representaciones con la dicotomía entre bien y mal, o tramando una complicada red enfermiza que, desvirtualiza nuestra civilización moderna.
La simplicidad es un cuento o una analogía de lo estético, del escaparate privado aparentemente disfrazado de fábula y la realidad como una elegía o una metáfora animalesca del ser humano. Una Zootrópolis, de sentimientos al contrario.
Con tres mundos diferentes convergiendo, padres e hijo con estado, hacia ese paralelismo de actitudes familiares con condena animal, descerebrada, que nos realizan como seres mortales (o castigan) sobre las intervenciones interesadas, los diferentes papeles que jugamos en las relaciones asociales o subjetivamente, con negaciones de la violenta realidad.
Como Langosta, todas las confluencias personales del personaje principal se dirigen a una comprensión artificial del otro, interpretado por un caústico Farrell separado el mundo que le rodea, que parece magnificar estos errores que han evolucionado hasta la soledad y su apatía social. Cuando el hombre solitario "o denominado soltero recalcitrante" se embarca en una actividad o viaje vacacional a la fuerza (semejante a la odisea de Total Recall sin memoria) de un perdido David (descrito con anterioridad por el escritor Philip K. Dick), que arrastrase su traumatizada existencia a una insensible personalidad, semejante a la búsqueda infructuosa de un recuerdo válido. Aquí, una pareja estable en tan solo 45 días de pesadilla, engaños, cacerías humanas y evasión emocional entre alienígenas.

Si alguna vez te preguntaste, seguramente lo hiciste, en qué tipo de animal te gustaría reencarnarte después de una existencia triste y grisácea... mediante sacrificios inhumanos hacia otra oportunidad romántica y la construcción del nido rocoso; en este universo exótico y claustrofóbico de The Lobster y sus fríos inquilinos, encontrarás respuestas, o no. Pues, si nunca desearas ser una carnosa langosta, buscarías otro tipo de aventura distinta a la fidelidad, que todos intentan probar o meter la presa en la cazuela. Langosta, conejo, cerdo... insecto.
Quizás, tras la intervención de otros sentimientos clásicos, tus deseos irreverentes o las desviaciones del instinto básico, se inclinarían hacia una criatura de elevada capacidad reproductiva o un animal con sentido de la sexualidad más abierto, provocativo, placentero y sin ataduras emocionales, a ser posible. Deseos, más o menos, imposibles y salvajes, que predominan en la condición primitiva de hombres y mujeres, sobre las conexiones neuronales más complicadas.
Otros, en cambio, se decidieran por una existencia más longeva y comprometida, una cazuela acogedora, más allá del ejercicio físico y el orgasmo, o la deriva de esa responsabilidad diaria frente a nuestra opinión pública y aceptada por las reglas sociales. Sofocar la presión soltando la válvula, decidiéndose por la proximidad o el gusto que ate de por vida... ¿he dicho atarse?. Habrá sido un resorte del inconsciente sexual.
Pero, los protagonistas de Langosta, cuanto más intentan alejarse más se acercan hacia esa parte "animal", aunque comparta necesidades y sueños húmedos con el otro, la delgada línea que significa el procrear como conejos para transformarse en la carne saludable que alimente otras pesadillas humanas del futuro generacional. Lograr ese curioso fin establecido de refinada salubridad, y felicidad. Aparentemente...

La Langosta elegida de un increíble actor que lucha contra su propia apariencia (admitida por la sociedad cinéfila y las fans), Colin Farrell ha aumentado su volumen y capacidad disuasoria, para interpretar al individuo alienado y desprovisto de sentimentalismo, como el protagonista desanimado de una sorprendente distopía animada llamada Anomalissa. Su caso es desconcertante y bajo la mirada de Lanthimos, ofrece un hálito de irrealidad al personaje (tal vez caricatura personal o descripción onírica de los autores del guion) que nos atrae a un universo disparatado, un balneario de Battle Creek, oscuro como el pensamiento oculto del director, entre la sociedad y el teatro clásico del absurdo.
El personaje de David se ve atrapado en una estructura blindada o de apariencia calcárea, que le permitiría esconderse de su aburrida existencia, y transformar la monstruosidad en una crisálida que escapara volando o arrastrando su dualidad bajo las profundas aguas. Más bien, paseando de la mano con sus hechuras de galán cinematográfico o joven de sex-appeal arrollador, aunque el género sea mercadotecnia e interés superficial. Por eso, Langosta es una pesadilla animal y existencial, desdoblada sobre la actual situación de una vida matrimonial o en pareja, frente a aquel extinto ideal romántico.
La incipiente Langosta en que sueña convertirse, es el Gregor Sansa de la Metamorfosis de Kafka que no aceptaría fácilmente responsabilidades ni aptitudes sociales osadas. Una pupa que no consigue el cambio deseado al estado superior o un crustáceo irracional y sin sentimientos que puede perder incluso este universo práctico y enfermizo que posee, el de una percepción sintomática como los protagonistas cegados en una novela o ensayo filosófico de José Saramago. Criminal como una película de Lars o Haneke, introspectivamente bergmaniana.

Por otro lado, de este condimentado trabajo en fascinante salpicón griego con pizcas de onirismo y fábula distópica, nos hallamos ante la conciencia dual. Llena de complejos que aumentan con nuestras indecisiones o las aparcadas responsabilidades actuales con los demás, hacia una parábola amarga y alejada de sociedad adocenada, apartados por la civilización de cemento o el terror sangrante que nos acosa, que no puede escapar a esa realidad más natural de aprendizaje emocional. Y por ello, en la película Langosta, el personaje de Farrell se decanta por un hábitat condicionado por los elementos y vecinos mecánicos, en el que los géneros copulan y aprenden a expresarse como antepasados del Hombre sin evolucionar, para volver a las raíces o caverna involutiva. Algo que no libre de la alienación, palpando (o idealizando) a ese conocimiento de una verdad o concepto realista con el que desenvolverse a diario y desprovista de cualquier resquicio de libre emotividad. En definitiva, encarar la necesidad del otro sin miedos o vergüenza al rechazo, a la desconocida empatía.
El viaje de Lanthimos no es negociable, ni pertenecerá a aquellos que se disfrazan de humanos, alrededor de los deseos ocultos y los hechos que esconden su verdadera entidad animal; por ello, este filme o propuesta experimental no se adaptará a la visión grupal o el público habitual en las salas, dónde la comida se sirve en bandejas y se bebe a sorbos ruidosos, todo tan higiénico como mascado. Insensible.

En toda distopía racional, como esta Langosta, algo crece en las entrañas existenciales de la personalidad, existencia contemporánea, para recrear libremente las páginas de aquella receta elaborada por la mente de George Orwell en 1984, y elevándola a un extremismo sobre la insaciable necesidad humana de relacionarse con otros. Todo el despropósito que rodea a los personajes del universo Lanthimos, es un reflejo del comportamiento con el sexo opuesto y la vigilante sociedad como testigo de la privacidad deseada, inalcanzable, insensible, que nos cataloga como especie en extinción, dentro de un corral de langostas anónimas.
Todos seccionados por el mismo bisturí que no desvía del camino emocional, hacia una pérdida de referentes sin distinción entre amor u odio. Así, cuando los personajes de The Lobster se embarcan en una odisea preseleccionada por un estado vigilante sobre la verdad simulada, el viaje nos aleja del colectivo violento a una sensibilidad más estimulante, aprendiendo a comunicarse y pactar en esa granja que el propio Orwell diera vida sobre el animal político y social, frente al líder insensible, o enseñanza irreal en el bosque shakesperiano, donde los hombres con cabeza de asno buscan el amor. Una parábola sobre habitantes libres en un lugar utópico, como los bosques en el sueño de una noche de verano, tantas veces protagonistas en el mundo cinematográfico. Algo salvaje, que nos hiciera a todos más humanos.
Al epicentro altruista en sentimientos, contra la acomodada y ciega colectividad que se propaga como el miedo individual.

En definitiva, cada uno tendrá su perspectiva sobre el valor o la desidia sonámbula, que nos refleja a pesar de reacciones sensitivas, fuera de lo común como seres previsibles y condicionados por las experiencias o el aleccionamiento grupal. El espectador como animal del futuro, manteniendo una expresión manipulada de los sentimientos, o una especie que duda de la propia condición inteligente ante las agresiones perturbadoras de la mente, ya que si una sociedad reniega de las aptitudes diarias de nuestro interior o que viviremos, podemos caer en la inactividad emocional (por ejemplo, la frialdad de los procesos informáticos) a una vida teatral o farsa frente a la muerte. Algo inseparable de una situación normalizada por nuestra violencia innata frente al deseo, tal que dos elementos convalecientes de sus errores y debilidades, o dos mariscos emparejados y cocinados sin condimentar en la cacerola social, al vacío de una presión individualista y práctica. Sin romance.
Por eso, ella y él, intentan establecer algún nexo común, por muy increíble e imperceptible que sea, desproporcionado o anecdótico. No transformarse en la pareja vilipendiada de moda, a la vista de todos.

Sin sentimiento pero con un extraño humor, la Langosta de Lanthimos avanza lentamente, nos evade de la realidad a su particular universo, entre el mundo perceptible y el de ideas individuales más imprevisibles. Desproveernos de la piel de persona, que no encuentra la comunicación necesaria para conectarse de nuevo, y vestirse con establecimientos sociales no te distraigan de la variedad social, hacia primitivos instintos o apariencia animalesca, u otro tipo de castigo.
De no converger a un concepto más evolucionado y amable, del conocimiento del otro o comprensión de su carácter y personalidad, nos veremos perdidos en el sentido de la vida... el contigo pan y cebolla, langosta... hasta que la muerte nos separe o se interponga algún pirado.
Yo elijo a un miembro más individualista, introspectivo y libre dentro de un mundo salvaje.
Yo elijo al gato, al felino de siete vidas que se alimenta con sus garras de caza... aunque me apasionen los baratos conejos o la cara langosta. ¿Y a ti, en qué te gustaría reencarnarte?


Soundtrack The Lobster: Apo Mesa Pethamenos - Danai



Cinemomio: Thank you

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