Héroes Accidentales.
Desde aquellas películas que inmortalizaron escenas marítimas en superficie y las profundidades abisales, o los grandes héroes de la literatura sobre marejadas de páginas de espuma y ciencia ficción como las 20000 Leguas de Viaje Submarino, Simbad o Moby Dick, he surcado los siete mares del blanco y negro al technicolor, fundiéndome con cril marino y la sal de la vida. Siempre anclado a una butaca de cine frente a los clásicos. Hasta problemas de cabotaje con distinta naturaleza, como el error humano o un desastre inesperado, el mar inundó las perspectivas cinematográficas en grandes transatlánticos Titanics, Poseidones, o pequeñas embarcaciones entre Mandíbulas y Capitanes Intrépidos de cualquier pelaje, porque la aventura ha formado parte de este viaje. Bello, heroico, peligroso, poético o bélico... el mar ha virado por mis venas con la marea de una máquina a 24 segundos, desde aquellas pequeñas odiseas sobre la pantalla a la aventura narrativa con mayúsculas.
Aunque, el caso que nos trae a esta latitud actual, sea mucho más gélido debido a la profusión de imágenes digitales de nueva generación, la película The Finest Hours es la escusa perfecta como una tormenta, para comentar a continuación otras catástrofes imprevistas.
Gracias a la automatización de ciertos efectos, accidentes atmosféricos e ilusiones ópticas, todo este dramatismo nos traslada a los rincones más inverosímiles o multitudinarios, para contarnos una situación al límite de la población o grupo de marineros, y claro está, como héroes obligados por las colosales circunstancias a la lucha sin respiro.
Si bien, el siniestros trasladados al cine, no adquieren la misma consideración o relevancia cultural, dependiendo de los derroteros que tomen los personajes o las fuerzas que se desaten frente a la costa. Pondré algunos ejemplos de dicha inestabilidad, para soportar o disfrutar de esta dura travesía veraniega.
Pero primero... voy a aprovechar el viento en las velas, para comentar otras desastrosas consecuencias de un aumento del agua.
¿Vaya movida se ha desatado, eh Carla?
Un sinvivir Dwayne... like a Rock in the Ocean. Let´s go!
San Andres... Una falla grave y descomunal.
De 25 a 30 mm. de desplazamiento de roca al año, que continuará hasta que California se desgaje del continente y se convierta en una gran isla.
Durante el abril del año 1906, significó una crisis pavorosa para los ciudadanos de San Francisco, donde la tierra tembló bajo sus pies sin misericordia, para pequeños seres en tamaño comparada a tal masa bajo la superficie, en la conocida falla de San Andreas. Un nuevo cataclismo para los ciudadanos y las edificaciones o infraestructuras de cualquier tipo.
La placa del Pacífico barrunta, se retuerce o remueve en las profundidades, como otro ser vivo herido. Debido a un profeso natural de inmensas proporciones y universal, como ha ocurrido recientemente en otras localizaciones como Nepal, Chile, Indonesia y Sumatra, Haití, China o Japón, afectando a miles de habitantes, y humildes territorios edificados sobre esta terrible bisagra, que desgaja el planeta y en el Noroeste termina en la nomenclatura hispana de San Andrés, bajo una región soleada por los sueños. Aunque gratamente, esta acción dramática se pospone en el tiempo y modifica las coordenadas, hasta esa acción esperada y a la vez inesperada, que arrasase parte del continente americano, desde el Sur andino hasta la hermosa ciudad de San Francisco, como propone la película histérica de Brad Peyton.
Pero, en el mundo cinematográfico, de la norteamericana San Andrés a La Ola noruega, estos movimientos tanto telúricos como económicos o sociales, son objeto de especulación por productores que buscan el efectismo. Menos acciones acordes con la realidad y enormes cantidades de bits moviéndose de manera abrupta, o más o menos sincronizados por una fría y polvorienta pantalla digital.mEfectos grandilocuentes como un texto o golpe bíblico, con la capacidad de destruir la Tierra debido a esas mismas fuerzas que la moldearon y continúan haciéndolo cada segundo, minutos del resto de nuestra existencia...
Otra cosa, es la imaginación desaforada que crea aventuras de ficción, tal que una segunda entrega de devastación producida por una raza alienígena de calamares acorazados. Los bichos y las olas, nos invaden y destruyen casi por méritos propios, ante esa desesperante carga de profundidad intelectual que desprenden los protagonistas al baile, una y otra vez. Sí... es posible que la raza humana actuara de forma semejante a los marcianos conquistadores (propio de pueblos de cualquier tiempo y latitud cósmica) tal que un Independence Day 2 espacial, y especialmente en caso de una destrucción masiva con el fin de perpetuar a la humanidad y su supervivencia. Pero, ¡váyase usted a hacer gárgaras, gran jefe rostro pálido! ¡Qué cantidad de incongruencias y salidas de olla intergaláctica, xD!
Luego, volviendo al dato terrenal de este comentario... lo temerario y realmente estúpido del comportamiento humano, se refleja en hechos fílmicos que impulsaron diversas producciones con motivos oceánicos y desastres de aspecto colosal o asesinos naturales que producen fuerzas ciclópeas en el cine. De los proyectos con desastroso devenir para su raza, diseñados por la mano y fuerzas binarias o imaginación humana, desbocada y sacrificada, en espectáculo incierto de entidad científica, hasta un multitudinario escenario de muerte y devastación cuántica, que pareciera deseada por una minoría, en algún momento.
Esas obras actuales de carácter apocalíptico e informático, esconden dramáticas consecuencias artísticas y muchas debilidades narrativas, con interpretaciones heroicas de sus protagonistas y un montaje dinámico del suspense que subraya la exhibición hercúlea de efectos especiales. En un derroche de proposiciones diabólicas y sugestionados ciudadanos, intentando sobreponerse a magnitudes tan enormes como una ola de diez pisos, pudieran ser, exposiciones culturales algo exageradas. Pues, en el lado humano se precipitan los actores a un vacío existencial (y situaciones cursis), capaces de inicializar sus actividades o vidas, después de una catástrofe o la masiva pérdida de seres queridos. Es decir, poco detenimiento en la psicología destructiva y sí, en una emotividad más teatral o falsa, salvo esas excepciones en el pasado, con terremotos, aterrizajes forzosos, vuelcos o hundimientos de grandes navíos, y actividad volcánica frenética y devastadora.
Aquellas historias, verídicas o inventadas, poseían una fuerte carga humanista e interpretadas por grandes estrellas de Hollywood. Actores reparados para una incursión en nuestros miedos intrínsecos y una evolución sentimental de los héroes encargados de salvar vidas. Repartos plagados de rostros conocidos, desde el Titanic o Poseidón, pasando por Colosos en Llamas, Aeropuertos de variedades trágicas, impactantes erupciones del pico Vesubio u otras más dantescas, o estos terremotos con múltiples escenarios y elementos destructores de volumen descomunal. El sentido de la nueva ola, actual, es muy diferente al pretérito, con efectos digitales de calidad minuciosas y fantástica, pero esa falla enorme en la narrativa emocional de los personajes. Como es el caso de esta San Andreas o The Wave europea. Un director Brad Peyton en su tercer largometraje hasta la fecha, antes de inmiscuirse con otros demonios en Incarnate o el aviso de un próximo terremoto, si queda algo por derribar.
Porque hoy, el suspense se encuentra absorbido y diluido, sin esencia, con una prosopopeya científica que entra en oposición al carácter interesado con las habituales desviaciones monetarias o políticas, vacua plasmación de sentimientos y la fuerza de equipo, con distintas mentes puestas en la supervivencia, o épica del héroe solitario, enfrentándose al desastre alrededor y las posiciones individualistas o egoístas.
San Andrés y La Ola, entran en la categoría de imposibles humanos, frente a la potencia de tales fuerzas de la creación, y esa destructiva actividad uniformemente acelerada hasta el temido día final o apocalipsis bíblica. Ya que el sonado y ya lejano, diciembre de 2012 y la deformada interpretación arcaica de datos a través de una mitología, sobre el futuro de las civilizaciones, ha vuelto a precipitar un desenfrenado interés por las producciones catastróficas, tan frecuentes en devastación como idílica la supervivencia de algo dentro del caos. Porque San Adres, percute con intensidad en la costa del Pacífico, de California al centro de Chile, amenazando en la realidad con reaparecer algún día futuro, y hoy en el cine con un reparto encabezado por una pareja irreal con Dwayne Jonhson y Carla Gugino, abrazados de manera sobrehumana y ofreciendo los comportamientos más sensibleros hasta una agonía del espectador o el mareo visual colectivo. Igual ocurre, en otro nivel presupuestario, con la película Bolgen o La Ola, extremo filme noruego y dirigido por Roar Uthaug, entre rostros europeos menos ´archiconocidos` en el universo cinematográfico o internacional, y parecido desconcierto con el H2O. En comparativa, las mismas exageraciones en el devenir de los personajes y errores demasiado fantasioso o realismo fracturado. Es decir, da igual que la ola se aproxime a una costa Norteamérica (el resto del Sur no importa tanto) en dirección al puente de San Francisco, o la noruega en el fiordo azul de Geiranger... en una montaña de Trollstigen, cubierta de cascadas y cortantes acantilados, alejada de las estrellas y el ambiente de Los Ángeles.
Curiosamente en algunas producciones de otras décadas, siempre existía un cura, enteradillo y se mencionaba la existencia protectora de un Ser omnipresente, sin embargo, ambos directores rechazan la ayuda divina y aquellos ruegos, para transitar por caminos similares, de informaciones silenciadas por el miedo mediático, las exageraciones dramáticas con base semi-científica y otras labores imposibles para el ser humano, por muy Rock que uno puede llegar a ser. Al otro lado calculado, esta la calidad de las muestras (esencial en el modelo de Hollywood) y definición de los objetos o construcciones derribadas por la bravura acuática, con fracturas enormes que resquebrajan el terreno y anticipan la enormidad del desastre que, al parecer, no tendría demasiadas consecuencias en pérdida de vidas humanas. Principalmente, escombros y situaciones ampulosas, como el advenimiento del día del juicio final, pero sin cebarse en el terror colectivo. Un abandono a su suerte de la respiración, o la mortandad esquiva en las grandes ciudades. Todos los eventos retratados y el detalle de texturas o colores, son visualmente estilizados por los píxeles de las cámaras modernas y procesadores matemáticos, para un acabado tan realista que produce escalofrío, sentado a otro nivel de plagio o poder de destrucción que acabaría con parte de nuestra especie. Lo dicho... su alcance en la población civil, es variable de costa a coste.
De acuerdo, que los norteamericanos conocen muy bien lo que hablan (y los europeos, la fuerza descomunal de sus volcanes o subsuelo sumergido), con serios avisos y pistas calcadas en la morfología histórica de la Tierra, así ahondar en el reconocimiento de la amenaza sísmica. Desde San Andrés y todo el Pacífico, hasta Norte y Sur del continente europeo, no existe ninguna duda, que volverá a ocurrir y debemos estar preparados, ya que estas ofertas cinematográficas sirven como desgraciada advertencia del devenir futuro, terrenos conflictivos y posibles evacuaciones en sus poblaciones milenarias. Si bien, en ocasiones, se asemeje más a cierta realidad aumentada e ilusoria.
La mente se ha puesto manos a la obra, una vez más, trasladando el éxito ante un desastre de semejante tamaño en ambas orillas, a una reparación confusa de lo sentimental, antes de la conmoción generalizada o una señal de emergencia cinéfila al cielo de nuestras grandes urbes. Opciones desviadas e irreales, con ridículas individualidades y desproporcionadas estratagemas, navegando entre basura y la destrucción masiva de ideas.
The Finest Hours.
Un apocalipsis mundial, no es lo mismo que un duro accidente provocado por las circunstancias ambientales y aquellas decisiones erróneas que comenten los seres humanos o dejan al azar. En La Hora Decisiva, algo cambia.
Esto es, la humanidad se empeña en luchar y derrotarse a sí misma, una y otro vez en la historia, repitiendo parecidas situaciones o hurgando en la herida de la incapacidad. O lo contrario, si observamos a un joven enfrascado con los temporales marinos agarrado al timón.
La realidad propone otras cuestiones más edificantes, un peldaño humano más en el desarrollo de los acontecimientos contados y el interés común de una sociedad. Pues, el universo se rige por una serie de reglas no modificables en cualquier confín de dicha realidad, pero una infatigable lucha contra la corrupción o el desánimo general. Para ello, los efectos de su funcionamiento interno sobrepasa las fuentes del valor, que pueden modificar el comportamiento de los seres humanos y que se identifiquen con colosos o débiles insectos alados. Unos crecen y los otros podrían ser aplastados con un mínimo movimiento del clima y las fuerzas de la naturaleza. Con un mínimo vaivén a su alrededor, intercediendo su camino, los extremos se cambian y las estructuras de convivencia se iluminan en el horizonte, con la misma fuerza interior que forjaría este planeta, nuestra residencia habitual y cambiante.
Por no hablar, del impacto de otras amenazadas gigantescas procedentes del espacio exterior, como ya ocurriese en el pasado menos reciente a una escala planetaria, o la indefendible escalada del belicismo entre vecinos de Tierra.
Aún así, luchar con todas nuestras fuerzas por la supervivencia ha sido el objetivo, e intentar mantener la cabeza lo más fría posible, hasta que amaine esa terrorífica tempestad que nos envía a un averno subacuático. Bajo este premisa sumergida y reiterativa, una compañía como Walt Disney (tan demonizada por algunas voces críticas en diferentes países) se zambulle en una odisea épica sobre el hombre y el mar. Asiendo una brújula perdida que apunta a diferentes direcciones de nuestro gélido tiempo, desde aventuras cinematográficas olvidables como varios Piratas del Caribe, a Robinsones en los Mares del Sur, La Isla del Tesoro o 20000 Leguas de Viaje Submarino. E historias épicas en un mar de nieve, para un público más adulto como Alive (Viven), océanos de bits en Tron, surrealistas bajo una Life Aquatic o divertidas como Mi Amigo el Fantasma y Un, Dos Tres... Splash, mirando con nostalgia al horizonte de unos valientes hombres que intentarían alcanzar la orilla de algún corazón, con el propósito esencial de entretener y edificar una epopeya clásica en la gran pantalla, siguiendo con la vida. La próxima tierra a la vista, viene firmada por Derek Cianfrance con La Luz entre los Océanos, interpretada por Michael Fassbender, Alicia Vikander y Rachel Weisz en la costa australiana de Tasmania y Nueva Zelanda.
Aquel día, de un febrero invernal de 1952, la épica se dio de bruces con la realidad, cuando un guía de una pequeña población costera, forzado por las circunstancias y las voces críticas, se vería empujado a una marcha fúnebre como capitán de un navío de guardacostas. Una odisea en busca de la luz que lograra salvar a su pequeña tripulación y a aquellos náufragos sentenciados (u olvidados por la historia internacional) que se enfrentaron a unas condiciones horribles debido a un clima de mil demonios y la acumulación de errores, o falta de previsión.
El buque petrolero SS Pedleton, se deshizo como un azucarillo sobre una tormenta oscura, mientras otro bailaba como una peonza. Aproximadamente a unas millas naúticas de distancia con la costa este de Nueva Inglaterra, cercana al cabo de Cod. Pues, aquel día apacible se convirtió en una marejada de fuerza mayor con vidas pendientes de una mirada y una manera de narrar una relación romántica a base de empellones con las olas, el corazón contra el diminuto casco de una lancha motora.
La diferencia esencial con anteriores producciones más especulativas sobre el terreno o el agua, radica en desviar la premonitoria advertencia de un desastre incontrolables y la perseverancia del orgullo ante un apocalipsis o infierno acuático. Hacia un eco más eficaz y práctico, displicente de unos ojos femeninos ante una ´batalla` naval épica, en la que no importa el porqué ni el futuro, sino el presente que vivieron hace más de sesenta años, aquellos habitantes y marineros con sus virtudes o defectos, con el fin de realizar un viaje salvador entre la lluvia, la espuma y la arena.
En la película The Finest Hours, podremos detenernos en unos hechos dramáticos bien recreados, con la espectacularidad de unas imágenes rigurosas generadas por ordenador y recreando el océano con efectivo estilo. En sus diferentes condiciones ambientales, o relativizar los movimientos de una tripulación asustada en manos de un verdadero líder con interesantes actores, que dan más amplitud en estas producciones a las palabras, con distintos aires a aquellos protagonistas que deambulaban sin precaución aconsejable ni destino definido por el croma. Una mayúscula tarea encomendada por un superior al cargo llamado Craig Gillespie (Lars y una chica de verdad, Noche de Miedo) a un reparto capitaneado por Chris Pine y Casey Affleck, guiados por una falsedad alimentada entre las fauces del egoísmo presupuestario o la maldad intrínseca en el ser humano.
Ante el reto de magnitudes colosales como el tamaño de un buque ingobernable, zarandeados por un mar tenebroso y salvaje, se defiende el guion de tres autores (con libretos como 8 Millas y The Fighter) basado en la novela homónima de Cashey Sherman y Michael J. Tougias, que se decanta por recrear las relaciones personales y las dudosas manifestaciones de las diferentes personalidades en boga. Aspectos humanos como el miedo a lo desconocido o la angustia por la falta de noticias, la pérdida de valores o la ayuda de la comunidad y, por encima de las mayúsculas olas, el orgullo flotando a través de otras podredumbres humanas (hoy, habituados tristemente a este tipo de cuestiones humanitarias, por desgracia).
El joven marino interpretado por Chris Pine y sus compañeros de fatigas o golpes, el avispado Kyle Gallner (Welcome to Happiness, El Francotirador), un profesional John Magaro (Carol, La Gran Apuesta) o el inteligente Ben Foster (Pandórum, Warcraft), se enfrentarían primero con una horrible decisión que les enviaría a una especie de hazaña mortífera y gris, propagada por una gran mentira. Dolorosa realidad de nuestra cruel especie y los bulos lanzados a los siete mares. Cuatro hombres guiados al desfiladero submarino como un grupo salvaje, peleando por su vida y el oficio que les mantiene orgullosamente de pie, hacia la inmensidad con un diminuto foco que desgaje la negra espesura y mucho valor. Esta Hora Decisiva les llevaría a un instante esencial de su existencia, para olvidarse de otros pequeños problemas y decisiones de mayor calado, que permanecen anclado a la orilla por una epopeya increíble, y aventura a la fuerza. Abandonados a priori, claro.
Mientras, al otro lado del horizonte grisáceo y húmedo, medio apagado en apariencia y tranquilo, otro hombre se erigía en líder de un cuerpo de técnicos, ayudantes y marineros, gente trabajadora. Bien curtidos, frente a la sencilla debilidad de un comportamiento silencioso y medido, con brotes sublimes de inteligencia. Cuando el director Gillespie y su director de casting para la productora Whitaker Entertainment y Walt Disney, eligieron a un actor como Casey Affleck, creo que estaban seguros de que daría el empuje necesario al personaje, un hombre atrapado por las circunstancias y palabras degradantes o denigrantes.... enfrentándose a su personal y duros contrincantes, marineros sin la apariencia glamurosa de Eric Bana en otro territorio, eso sí. Son los actores John Ortiz (Silver Linings Playbook, Steve Jobs), Graham McTavish (El Hobbit, Creed) o Michael Raymond-James (Blake Snake Moan, Jack Reacher).
Aquella llamada daría seguridad al equipo enrolado, ante las frustraciones de una catástrofe. Haría olvidar todas las reticencias, los insultos y el desgaste del pasado, en relaciones incompletas, como todo rastro de problemática emocional o duda intuitiva que convive con nosotros a diario, tal y como presiones laborales o codazos de compañeros interesados, traumáticas decisiones de pareja o familiares, falsas amistades que se alimentan de los rumores o la maldad de un rostro rutinario y olvidable. Un Don Nadie como cualquiera, objeto de un simple apagón que lo borra de la historia.
La estampa marinera y violenta, deja a una pequeña población sin electricidad tras una tormenta de emociones (muchos críticos la consideran amanerada por la actriz protagonista) la inglesa Holliday Granger (Jane Eyre, Anna Karenina o Grandes Esperanzas) pero, personalmente, me place su apariencia inicial de Betty-Boop de la época, que deviene a un papel más trascendental y alejado de aquella frescura. El problema es de una aventura contada con altibajos (desaliñada o emocionalmente cursi, a ratos) que se debate en nuestro tiempo con su aspecto clásico, históricamente dramático y real, aunque de menos calidad que la reciente In The Heart of the Sea.
En este apocalipsis mediático, más bien regional, todo viene amenizado con las notas del compositor Curtis Barwell de nuevo, y la fotografía del español Javier Aguirresarobe que se desmarca de la ampulosidad de las situaciones en un trabajo bien realizado. Se hecha de menos, una acción más continuada y rítmica que, a veces, hace que del espectador una boya ciega, como un mero testigo de la serie de catastróficas desdichas que acontecen, con un corazón dolorido esperando en la orilla ante los necios, oídos sordos del ego y el sufrimiento coral, habitual en estas latitudes cinematográficas, por un héroe solitario al timón indeciso de sus sentimientos.
Entre la química del cuerpo y la física que rige su flotabilidad o, el hundimiento presentido por unos detractores, en general, se deja navegar y entretiene como estas superproducciones que elevan a sus protagonistas reales al rango de héroes desconocidos. Además, hoy, en una sociedad que cree suficiente en ellos.
No dejará una huella imperecedera y alguna interpretación parecerá endeble, mas tiene todas las características de una aventura clásica sobre el universo marítimo y sus endurecidos hombres (o mujeres), donde confluyen todas las percepciones del individuo solitario ante un desastre mayúsculo con posible pérdida de vidas humanas. Y que con orgullo, se gana, el respeto que transforma a los muchachos intrépidos, capitanes sin mandolina, en verdaderos héroes... de leyenda.
Kodaline - Haul Away Joe (The Finest Hours Soundtrack)
Cinecomio busca
domingo, 21 de agosto de 2016
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