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sábado, 12 de noviembre de 2016

Del Mar de Árboles a Swiss Army Man.

De océanos de árboles y otras brisas.

Hace algunos años, era más intransigente y declaraba con sentencias irrevocables. Sin embargo, el paso del tiempo te confiere otra perspectiva, o lógica más acorde con la situación en el presente o el aprovechamiento de esos escasos amaneceres que nos restan por vivir y aprovecharnos de los bellos paisajes que nos brinda la naturaleza.
En definitiva, seguir adelante, aunque la propia vida te lo ponga difícil en algunas ocasiones y vayas sin rumbo.
Así, aquellas decisiones tomadas por alguna razón de peso, confirieron un sentido determinado a nuestra vida e irán modificando los pasos dados a continuación, hasta un lugar incierto. Ya sea a través de un receloso mar de árboles, interminable y laberíntico como purgatorio de Minotauro, o un trasbordo surrealista que nos lleve a algún remoto lugar de nuestra conciencia. Una vía onírica, como el cine.

Por este camino sugestivo del cine, particularmente, me enfrasqué con una determinante y lógica postura, hacia un viaje con visos de derrota previsible, pero con la narración que ayudara a contemplar una visión distinta sobre este mundo globalizado y voraz, flotando a mi alrededor. Semejante a un espejismo de plasma, que anticipa una reflexión interna sobre esos comportamientos sociales, menos lógicos o viscerales, más propios de náufragos o suicidas de la mente. Muchos, cansados por un peso mayor a sus espaldas, denominado culpa.
En más una razonada ocasión, esas decisiones fueron injustas o erradas, elegidas por vientos en contra. Por ejemplo, en la visión de distintos artistas de la cinematografía, como el director de Louisville Gus Van Sant, a quien siempre reprobaría su, inapropiada como innecesaria, versión de esa obra maestra de Alfred Hitchcock llamada Psicosis. Tanto que me decanté por ignorar su trabajo posterior, sobre todo, a raíz del visionado en 2003 de aquel tratado sobre la violencia juvenil o Elephant, defraudado por su estilizada mirada del horror y esa irreverencia juvenil, trasladada a la pantalla como belleza estética. Hoy, he claudicado en un mar de árboles.

En el otro lado, de esta redención crítica, cuando un personaje no te cala y esperas que el joven intérprete crezca, para poder identificarle con otros papeles posibles y su calidad profesional, como Daniel Radcliffe... a veces, sucede una transformación física, a golpes. Como un potente navío, dispuesto a cruzar los límites de la imaginación y ese costumbrismo visual. Son dos agujeros negros de mi pasado cinéfilo, que han quedado sepultados en la memoria, sumergido en sus últimas producciones. Pues no todo en la vida permanece inmaculado y perfecto, según nuestro cambiante pensamiento. Es decir, que la vida sigue por ahora, y como ella, las decisiones pretéritas no durarán para siempre.
Pilotando el horizonte, con los bolsillos repletos de fariseísmo, se puede comprobar la división de dos caminos posibles hacia esa redención, real o imaginaria. Por mares y bosques, uno se dirige firmemente sobre los restos de un naufragio realista y la tragedia más desesperante, que no aparecería en nuestros peores sueños; el otro se envuelve en un mundo irreal, hasta el jardín de una casa privada. De percepciones surrealistas o reflexiones adornadas con ruidos y quejidos procedentes de nuestro interior. Dos ramificaciones distintas, pero con curiosas verosimilitudes... al menos así lo percibo.

The Sea of Trees.

Gus Van Sant, el nombre prohibido de (Kentucky), anduvo por mi mente como un vagabundo durante mucho tiempo. Perdido, desde aquellos primeros trabajos destructivos como Mala Noche, Drugstore Cowboy o Mi Idaho Privado, en territorios que abrían nuevas perspectivas inteligentes en el planeta cine. Hasta la caída a los infiernos de una colorista fotocopia, desviado a una posterior redención envuelta en hojas suicidas y ecos desgraciados del pasado, tal que resurrección de un autor maldecido por cientos de lenguas y miradas inquisitorias.
Fuente de dardos venenosos y con motivos razonados, hoy es salvado tras las dudas o imágenes adornadas de una violencia próxima,
Así, alentado por sus dos protagonistas principales y cierta curiosidad sobre un posible planeo por la filosofía oriental, también paseo por la vida y la muerte. Creo injustamente vapuleada, hasta hoy, me sumergí, vigilante, en un océano de verdes y poco contaminados senderos (no he visto El Bosque de los Suicidios en una variación sobre el mismo tema), para asegurarme que una actitud intolerante, sirve de bien poco en esta exánime existencia. Si bien, algunas circunstancias te sigan doliendo... para siempre.

A diferencia de otros conceptos intangibles, como la propia conciencia y el paso del tiempo, esta perspectiva de El Mar de Árboles, se extiende en una sola dirección o realidad, sobre el perdón y la culpa. Un paso adelante, contra la decepción incontrolable y convulsa, que te puede jugar una partida tan macabra, como un suceso increíble.
A veces, en un recodo, toma la dirección del viejo Hollywood o de artistas tan humanistas como el director nacido en Sicilia, Fran Capra. Y sus múltiples fantasías conceptuales (aunque sin su característico humor) sobre la redención. Gus Van Sant se entrega en The Sea of Trees, a un cuento, fábula laberíntica o espejismo de pasiones, que bucea en estas terribles decisiones que llevan al ser humano a erigirse como un vulgar egoísta. Un ser tan despreciable interiormente que toma uno de esos caminos más complicados, y nada utópicos, en una odisea o pesadilla vital que recapacita sobre la propia resistencia al sufrimiento y el dolor. De la mano de un artista incalificable conceptualmente, como los diversos rostros de Matthew McConaughey, en su imagen creciente del anti-héroe.

Una situación hiriente y claustrofóbica en plena naturaleza, en el parque nacional de Aokigahara en Tokio, a los pies de un volcán de frustraciones y pasos errantes, que te sumerge en la muerte como un océano de árboles, y se extiende como una ruda y tensa soga, lava del Fuji con un corte afilado como la imaginación, o un sueño profundo a raíz de un bote de pastillas, todas del mismo color y único efecto.
El resto, es el espejo sobre el que mirarse o confesarse. En la decadencia de una sociedad enferma, o retrato de unos individuos enfermizos, que Gus Van Sant identifica como cadáveres en vida o esqueletos vivientes, nos inunda con melancolía, rabia y una vía, tan infranqueable, como la mala suerte, encarnada por un personaje enfermizo y bipolar interpretado por Naomi Watts. Pero, frente a la indecisión del cambio, se propone la mirada de un consistente actor como Ken Watanabe, que suaviza un drama encadenado y demasiado doloroso por una sucesión de errores, silencios y agravios.

Motivo de la sinrazón, el egoísmo y la falta de comunicación, frente a nuestros seres queridos, surge esta historia en comienzo depresiva, con un entramado de conclusiones aciagas y vidas errantes que, al término, camuflarán la terrible realidad con una capa invisible de espiritualidad, frente a esa comodidad de nuestra vida para amoldarnos a las posiciones más venenosas. Igual de decadentes que una excursión accidentada, de parados, por el recuerdo de la pérdida. Una etapa cruel al corazón de la humanidad... sobre esa cosa llamada amor.
Por tanto, el Mar de Árboles espera, sigiloso, a otras víctimas despedidas por el deseo cohibido o la desgracia personal, en forma de odisea fantástica o cuento de redención, sin campanillas caprianas ni risas. Excepto, un mínimo encuentro con el adorable George Bailey, el perdón en carne propia, o esas indigestas fechas que nos pueden encaminar erróneamente, hasta la falda de un volcán. Incandescente como nuestra memoria. Pues, el pensamiento oriental sobre la mortalidad y su postura con ciertos tropiezos vitales, transfiere una especie de redención del su orgullo o el honor de antaño, dónde se embarcaron miles de individuos por distintos oceános, batallas perdidas y mares de culpas. Penalidades imprevistas, a la espera de una respuesta, como un negativo de Frank Capra...

Una historia que rellena algún hueco, un campo de batalla de heridos corazones, tirados aquí y allá, demostrando que el perdón puede y debe existir. Al menos, tras un traumático y sugestivo encuentro con ella, la bella Naomi, encarnada por el espíritu japonés de Mr. Watanabe y su tañido invisible, aún inaudible, intangible... mágico y redentor, a pesar de un repentino y innecesario golpe en forma de flashback. Una voz improductiva o conciencia repetitiva, cuando hubiera sido mejor el silencio y nuestra comprensión individual.
En la misma balanza, que el futuro de este comentario, las lágrimas en el rostro de Mr. McConaughey en el filme, se transforman en una resistencia al infortunio y el dolor, esto es, la esperanza como posibilidad de una nueva línea, tan necesaria e intangible como esa felicidad inalcanzable. Hasta que los árboles, nos hablen de nuevo... o una pequeña flor en la roca.

Swiss Army Man.

Parece lo mismo en algún sentido, incluido el natural, pero tan diferente como un suicidio que se representara a una broma pesada.
Dos creativos procedentes del clip musical (Dan Kwan y Daniel Scheinert), ahora directores de largometraje, se embarcaron en este viaje surrealista de Swiss Army Man, que produjo más huidas en Sundance 2016 que desertores en una batalla, en un increscendo sonoro. Se acompañan de dos personajes (e interesantes actores para grandes travesías futuras), embarcándose en una extraña mezcla de recuerdos, viscosidad vital y gases de ultratumba.
Otra odisea personal, en el mismo sentido del cine metafísico, aunque dirección opuesta. Un filme que comienza en esa difícil travesía de la vida y propaga un contenido más surrealista, menos dramático que el océano anterior... más bien, la metáfora de una pesadilla jocosa.

Sobre una playa, donde el existencialismo se vuelve confuso y la realidad, efímera como la vida y la muerte, los mensajes se precipitan a la nada más surrealista, irrisoria, en busca de esa respuesta que indique el camino a la salvación, o la comprensión. Esperando, hasta que ya no aguantas más, resbalas y retumbas con el sonido del más allá, sobre la orilla.
Mientras, el ancla que se aferra a la tierra, te avecina un episodio imposible con un nuevo combustible utópico, mientras tu realidad se transforma en un complejo rompecabezas, como fichas de juguete para la construcción imaginativa. En esta encrucijada con el techo natural de una caverna o troncos adaptables a tu historia, sobreviene el mensaje con la sonoridad saliente de unos alicaídos pantalones.

Cubierto de arena empapada, de posiciones inverosímiles y efectos sanadores, se reciben los recuerdos en forma de deseos surrealistas (más que verosímiles), como fuentes inagotables de sapiencia sonora, conexiones con la conciencia, sexo unidireccional a la deriva y, a bordo, de un amor no correspondido, que nos llena de indecisiones o flatulencias supersónicas. Hola, otra ola... Ya estás al otro lado, en la frontera del realismo exagerado y la tragicomedia. Tu cabello revuelto, con el ´viento` en contra... algo descolocado en la vida, por cierto.
Bajo las mismas premisas, el mar no cesa, tan desconcertante como son las simpáticas embestidas de la vida (en contraposición con el océano anterior), miradas de dos personajes, improbables... o no. También, sueños de su propia salvación, aunque se hallen con el agua al cuello y la vista puesta en una existencia pasada. Swiss Army Man, son luchadores de los futuros errores de su existencia, o fallecimiento prematuro en una lengua extraña, algo soez.

A propulsión hacia la redención o a esa increíble realidad a la que nos deparan las imágenes y sonidos, en la próxima hora y media, provenientes de nuestro interior. Otros dirían zafiedad o truco sensacionalista.
Por tanto, nos encontramos con dos actores en crecimiento disfuncional y paralelo, el vividor fatigado Paul Dano y la fatiga viviente Daniel Radcliffe, como alicientes conceptuales de una estructura cinematográfica, poco vislumbrada con anterioridad... sorprendentemente cómica o, más bien, cubierta de desfachatez irónica. Algo inusual, tal vez digerido, en algunos casos o sentidos, dentro de la filmografía de Luis Buñuel o algún que otro dadaísta, que ahora no recuerdo, abstraído por un tapón monumental en mi cu... conciencia desvariada.
Bueno, al grano... el muerto al hoyo y el vivo... o viceversa. No sé.

La pareja de directores, y sus imágenes interpretativas, tratan de sostener algo tan inconsistente como la brisa o una ventosidad. Aunque persista en el tiempo y el espacio aromático, como ella, la dichosa parca. Una, loca, sonora o imaginativa (a gustos), con forma de verborreíca existencia y pálida instantánea, para proclamar que el individuo, no es nada, sin nadie a su lado. Tan solo, una conciencia cinematográfica que critica, sin saber la razón o la manera de lo expresado. Un muerto viviente, que salió de la cueva y que se ríe como un tonto, entre tanta incontinencia y falsa realidad, en cualquiera de los sentidos, o percepciones.
Un trozo de carne, que aprende a sentir, o a huir a escape... no lo tengo claro.

Lo reconozco, no he entendido el fin, sino el principio de todo. Somos seres vivientes, con ganas de terminar, o náufragos cambiantes. Patrones de lanchas a motor fueraborda que indican el extravío mental, o un regreso de la uniformidad y la falta de congruencia, muertos de risa que se convierten en héroes a la fuerza, depredadores devorados por la fantasía enfermiza... mientras otro voraz plantígrado se ceba con el actor que representa al ser humano, o el ser tras la máscara. Sólo sé, que no ´peo` nada.
Mr. Dano, crucial estrella, es el náufrago que vaga dentro de nuestra cabeza, indeciso y débil, un pedazo de carne que atraviesa el horizonte en una cabalgada enloquecida y desconcertante, hacia un abstracto Daniel Radcliffe... o más bien, encima de su abstracción. Este último decía en THR: “Fue genial y original, emocionante y completamente loco, y diferente a todo lo que he hecho o leído. Me encantó el reto físico, lo doloroso que podía hacer que pareciesen las cosas". Es una evidencia, este, su trabajo en la película.

Es posible que, si no has visto Swiss Army Man, te preguntes: "de qué narices, habla este hombre". Me refiero a mi aportación, claro. Y, te respondería, más que excrecencias nasales y otras señales incipientes, expreso una sorpresa como pocas, fijación por otras partes de la anatomía humana, pongamos por ejemplo... ojos ´perdidos` en una isla, bocas ´de riego` por aspersión, antenas ´para-bolicas` que te dirigen a casa, otros miembros manejados por un maestro de marionetas (en la sombra), pezones que crecen al compás de las olas y la memoria, gargantas profundas y propulsoras de recuerdos, oídos que escuchan pero no comprenden, lenguas viperinas de televisión... y únicos y sonoros... traseros inquietos. Tal que timorato o locuaz provocador, ano de ideas y pasiones diarreicas. ¡Puff, perdón!

Al otro lado de ultramar, allende los mares, aparece una tragedia individual, que amenaza con convertirse en global. Un guion cubista en manos de los mismos autores, idóneo para crear islas solitarias o boyas de señalización al peligro, con una banda sonora de Andy Hull (camarógrafo en la historia soñada) bastante tarareada.
En su irascible incontinencia verbal, la actriz o musa Mary Elizabeth Winstead (Scott Pilgrim, Calle Cloverfield 10), es una invitada a esta producción rodada en Los Ángeles con producción de Blackbird y Cold Iron Pictures. En busca de los paraísos creados o imaginados bajo nuestra celda cerebral o efervescente necesidad, tras los pasos de un hogar, tan inconsistente como una recreación de la verdad. Concluyendo, la desagradable existencia del temeroso en imágenes creadas con efectos especiales y sonoros, una mente sin amor ni amigos, que se mira al ombligo de un muerto, con el silencio de una cueva abandonada o musicalmente rimbombante como cuesco de difunto... es decir, con la compañía y consejo estimable de un compañero de fatigas flatulentas y otras músicas.

Swiss Army Man, podría ser un cambio de aires, tan necesario como la demagogia intestinal del mundo real, mientras otros manejan los hilos desde la sombra y se carcajean con ocurrencias locas. Somos, Dany el muñeco diabólico con el pompi al aire, y surcamos velozmente las marcas de un pasado fotografiado en las redes sociales... hi doll, of black mirror... somos los efectos disfuncionales de un tsunami psociológico, un engaño como los especiales creados en el cine, entre la familia propia o la novia de otro... el futuro riéndose de su fallecimiento.
Ahora, sí que lo confieso, estoy intentando una táctica envolvente, para decirte todo sin decierte nada, porque Swiss Army Man, puede ser todo o nada, como pedo de distintos animales o sus fluídos excretados, convergiendo en polvo estelar o mierda espacial, en una montonera tratada por el director del siguiente videoclip, que se identifique con una nueva estructura que es la misma, el estiercol de la vida.
Un nuevo crecimiento, arraigado sobre lo que fuimos... o un marronazo mayúsculo que huye a escape. Sin saber cómo llegamos hasta allí, o hacia dónde nos dirigimos. Como los excrementos de aquellos dinosaurios.
Una interesante armada de difuntos... no suizos, sino mundiales. Porque, personalmente, prefiero el surrealismo al realismo suicida.





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