Purga a Busan.
Este es el relato de cinco aventuras extrañas para el ciudadano medio de una gran ciudad. En ellas, se producen encuentros siniestros o atracciones extremas con diferentes presencias, que van desde la fantasmal y clásica de Curve (de una calidad más que discutible) u otras variantes sobre un terror más variopinto y ecléptico.
El accidente con consecuencias dramáticas es más habitual, como hemos podido comprobar en las últimas producciones, más allá de una simple emotividad debido a las diversas lesiones (aunque la tragedia en la Curva es bastante infumable y tópica) e interpretaciones lineales como el escaso calado narrativo. Luego, pasando por un derrame disfuncional, monolítico, más bien granítico, que nos atrae a una Profundidad impaciente y húmeda, similar a otras gargantas del pasado. Por lo tanto, algo risible como la creatividad de un obseso escultor e inquietante tal que agujero parlante y activo sexualmente con el título de Deep Dark. Para continuar con una intrusión hemoglobínica de consecuencias lógicas para la joven protegida en su mansión y atacada por los típicos trastornos agorafóbicos y una serie de invasores, delincuentes habituales o Intruders (no aquella del director de Tenerife , Juan Carlos Fresnadillo para despistarnos con la repetición del título, sino dirigida por un novel Adam Schindler) con el título original de Shut In.
Pero en la trilogía de la Anarquía o La Noche de las Bestias, dirigida por el neoyorkino James DeMonaco y producción de Blumhouse, existe una solución drástica a los males adquiridos en una sociedad totalitaria, semejante a las purgas ejercidas en regímenes populistas y represores, tan en boga hoy en día. Todo empezó con una familia de cuatro miembros, hijo e hija, la madre interpretada por Lena Headey (300, Juego de Tronos) y un extrañamente perdido Ethan Hawke, entre actividades moralmente reprobables con envoltura de slasher, argumentos inverosímiles y dudosos sistemas de seguridad. Mientras, las calles se convierten en un hervidero de descerebrados violentos y regueros de sangre en aumento. Luego, vendría una Purge II, algo más anárquica y divertida, encabezada por un agente interpretado por Frank Grillo, protagonista también de la siguiente y última Purga Anual, en protección de una senadora contraria a las ejecuciones públicas e individuos ávidos de sangre, más allá de la reflexión ideológica y política.
En definitiva, la trilogía The Purge es una cabalgada inquietante, que provoca más que satisface visualmente, festividad de perras callejeras en tiro al ´pato` y linchamientos de disfraces que involucran a diferentes capas sociales u otros monumentos representativos de la sociedad norteamericana, reino del caos callejero y calcado de otras latitudes, entre bostezos de espectadores obnubilados con este cansancio sangriento y demasiado frecuente... aunque en la batalla final, se desarrollen los contagios sociales, el acoso mediático, la resistencia anti-purgas y esa cercana similitud con otros movimientos contemporáneos y agresivos.
Simplemente, para una cinéfilo desconectado con la realidad, este panorama desolado de violencia incontrolable, provoca una incontenible necesidad de quedarse encerrado en el hogar. Silenciado en el sofá, ante la ventana justiciera y mediática que convierte individuos en puro instinto inhumano, quedo materializado en... arruga de manta. El baile sin brillo de las elecciones o la Purga III: Election Year.
Me quedo con el surrealismo y descoloque, ante una vagina hablante...
Tren a Busan.
Pero el verdadero motivo de esta visita a la muerte o comentario por el horror, tiene un único destino. La estación de Busan, un enclave metropolitano gigantesco, próximo a la cosmopolita ciudad de Seúl (Korea del Sur). También, un gimnástico o contorsionista recorrido por las vías del tren de alta velocidad, con contagiados a toda leche, mordiscos y ñoñería a troche y moche.
Próxima parada Busan, en manos del piloto Yeon Sanh-ho experto en otras animadas hecatombes, ya que el cine coreano siempre ha intentado sugestionar a la población con las más terribles amenazas o contagios víricos. Con un recorrido peculiar de la cinematografía oriental, elaboran productos sugestivos dentro del género de terror o la ciencia ficción, rodando en sentidos diferentes a la marcha de otras películas más efectistas que atractivas conceptualmente. Sobre todo, en el mercado norteamericano no independiente.
Sin embargo, el impulso de la sugerencia va perdiendo su fuerza ochentera, en favor de desconectados viajes por el miedo actual y menos imaginación en el equipaje técnico. Esto es, se abandona el clasicismo y se olvida esa especie de poesía diabólica o gráficamente artística de maestros anteriores. Por ahora, decidí aceptar el riesgo y embarcarme en este Train to Busan, ávido de contagiarme con una producción de calidad y buenas críticas en festivales del género.
En sus vagones, alargados indescriptible y caprichosamente, se rescata la enfermedad vírica como motor de la marcha, menos sangrienta de lo esperado, y determinada por factores químicos que aceleran la fuerza y los movimientos, semejante a películas de juegos víricos como Resident Evil y fatídicas World War Z, y muy inferior al Amanecer de los Muertos, los 28 días o semanas después de Fresnadillo, again, o tantas otras variantes actuales; por consiguiente, de mayor velocidad en las transiciones y desmemoriados ataques de montaje algo caprichoso. Igualmente transita por algunas cualidades evolucionadas, que intentan revitalizar el género de zombies, como tumultuosos efectos o comecocos en masa, pero cayendo en modernas técnicas que estilizan y no dejan huella ... ni a bocados.
Sin embargo, el director coreano Yeon Sang-ho, no busca salpicaduras exageradas ni desmembramientos, prefiere relanzar la marcha vertiginosa y algunas incongruencias espaciales en la perspectiva. Con compartimentos inquietantemente estirados y separados con la farsa de un simple tirador, trampas en la composición de secuencias encadenadas y efectos de luz, intencionadamente maniqueos, intentando alejarse del gore y adentrándose en una caprichosa oscuridad.
El Tren a Busan, aunque arrollador, inicia una marcha pausada, identificando bien a los personajes y los primeros fragmentos familiares, antes de la terrible sorpresa y golpes de efecto. Con una vía de trampas sucintas, entre estación y estación, que confunden los sentidos del espectador, como cerrar de ojos inyectados en sangre o inertes, curiosamente atraídos por ruidos infantiles.
Este contagio comenzó en algún lugar de la memoria, quebradizo como la personalidad de sus protagonistas coreanos, con un recuerdo infantil de mi cinefilia, sobre amenazas desconocidas, visitantes o informes de otras épocas, que invadían los andenes de la cinematografía mundial. La supervivencia del héroe forzoso o la resistencia, más o menos organizada, de una humanidad en peligro.
La muerte roja sobre rieles malditos o infectados, el miedo de inicios de los setenta que procedía de la indefinición (quizás por la temprana visualización en televisión o un cine de barrio), atemorizados por una reliquia del pasado. Nada que ver, con patologías actuales y ciencia anatómico-forense más moderna, sino con la siniestra aparición de unos ojos iridiscentes (no tan encolerizados como los de la juventud), que captase un director español como Eugenio Martín (de filmografía folclórica y aventurera en coproducción)y generador esencial de inquietud juvenil en nuestra sensible mente y el terror hispano. Además, de ser la cinta ganadora del premio al mejor guion en el festival de Sitges en 1972.
Pánico en el Transiberiano u Horror Express, en sentido contrario a Tren a Busan, pues era una muestra clásica de cine fantástico sin pretensiones apocalípticas. Tan solo otro reflejo divertido del mal, que entroncaba con visiones de la productora británica Hammer, u otra película silente que estaba rodada con más imaginación que medios avanzados en edición o efectos, a pesar de tratarse de una co-producción financiada entre Inglaterra y España, y contar con la intervención estilizada de algunas estrellas de la época como Helga Liné, Alberto Mendoza, Georges Rigaud, Julio Peña o la espectacular Silvia Tortosa. Telly Savalas aún no evolucionado en mediático Kojak... Ah, claro y dos estrellas del cine fantástico, imprescindibles para comprender el terror pretérito y añorados por los aficionados del planeta, Mr. Peter Cushing salido de un barrio humilde del viejo Londres y el mundo del teatro, e hijo de la nobleza británica, deportista y enorme actor, Sir Christopher Lee, que genealógicamente entroncaba con inglés célebre como el escritor Ian Fleming.
¡Qué recuerdos cinematográficos! ¿verdad?
Pues bien, el miedo o el suspense, recorrió centenares de millas en el tiempo, saltando continentes desde aquella jornada en París en que los Hermanos Lumiére estremecieran y llegaran a espantar a una sorprendida e incipiente clientela de sus asientos, hasta arribar a la moderna Corea del Sur. Un camino por escuelas europeas, o directores geniales como Alfred Hitchcock, que también retratarían el terror o el mundo criminal en trenes atravesando fronteras en guerra y el misterio trepidante sobre andenes en blanco y negro, o technicolor. Recorriendo infinitos claroscuros a 24 y vagones sombríos, enfoques en nieblas o volutas caldeadas de vapor.
Hasta el mañana, que hoy es una distopía apocalíptica, donde la memoria acaba nutriéndose de cientos de ataques a ferrocarriles por el desértico y lejano Oeste, atracos mafiosos en estaciones de una gran ciudad o hazañas bélicas saltando por los aires. Que identificaron al tren con el espionaje moderno y la mitología cinematográfica... silbando entre humo, llamas y las ruinas de un diabólico puente.
Décadas después, el horror y el gore, han infectado las pantallas con incursiones sangrientas en un ambiente ferroviario, a través de asesinos despiadados, psicópatas depravados o las fauces de distintos seres o fueras sobrenaturales. Despreciando la vida de sus viajeros... o con verdadero interés en sus almas, fluidos o proteínas de sus cuerpos.
Así, en la siguiente parada, rumbo a festivales de terror y ciencia ficción como el de Sitges (raramente estrenada en Cannes), los gritos de pánico se filtran entre el traqueteo de este Train to Busan, ahora más silenciado por la potencia eléctrica y contagiados con parálisis nocturna. Si bien, los jadeos se incrementan en una estación cercana a Seúl y unos hechos que prefieren la acción desmedida o, diversos saltos desconectados con el argumento.
Trayendo a colación nuevos virus o extraños casos verídicos, de somatizaciones ultra-violentas, quizás, debido al consumo de sustancias que potencian la agresividad o el grave aumento de actos terroríficos en nuestra sociedad, con un cerebro enfermizo. Sin duda, un peligro nocivo que va en aumento. Entonces, la película coreana se pierde en el exhibicionismo contorsionista (como maestros de la expresión corporal) y decanta por la evidencia, con demasiados socavones provocados dentro del lineal argumento, clichés de una sociedad que marcha por el mal camino o mentalidad nada compasiva.
Hacia el apocalipsis y más allá, pues el término deviene bruscamente en una moralidad que se transforma en moralina lacrimógena, con una vía muerta e infantil. Por eso, jóvenes, yo que Uds. no me haría muchas preguntas durante el visionado, ni se escrute el motivo de ese estallido de violencia, incontenible como manada de búfalos cruzando un río de cuerpos. Ni ese estiramiento de espacios o la compresión de cerebros en su interior... o por descontado, el porqué de unos individuos tan hambrientos y deslavazados, con tanto interés por viajar en ferrocarril de alta velocidad...
He dicho que no te cuestionaras la marcha del filme o las sacudidas de su guion... Bueno, al final (como en la algo superior Snowpiercer...), el motivo es la diversión, pero descafeinada, como ñoña canción. Y transportarnos sin pretensiones a un ambiente enfermizo de la sociedad actual, con falta de valores y desprecios por el otro. La velocidad aislante de la narración, como constante en nuestros pasos diarios buscando el siguiente tren, sin mirar atrás...
La sangre del tipo RKetchup negativo y una expresión fatídica de efectos visuales que destierran a nuestros muertos vivientes del pasado cinéfilo, acercándose demasiado, desgraciadamente, a las montoneras de la guerra mundial Z. Antecesor de segunda incursión ´zómbica` (se rumorea que al mando de las hostilidades y Brad Pitt, podría estar David Fincher). ¡Vayan sacando sus billetes y relamiéndose a oscuras, si queda alguien vivo en este tren!
Tráiler Marea Negra (Deepwater Horizon), de Peter Berg:
Tráiler Into the Forest, de Patricia Rozema:
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