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viernes, 24 de febrero de 2017

Criaturas y Pelis Deformes (in 666).

De Monstruos por el Inframundo, a una Residencia Infernal.

Al principio tenía dos producciones asignadas para formar parte de una crítica salvaje, pero el hecho monstruoso es que se transforma en una serie de descartes cinematográficos, como aquel cerebro elegido para formar parte del espíritu de la Criatura conocida como el monstruo de Frankenstein. Aunque la realidad como aquella vez accidental, nada romántica, establezca que, no siempre, la ciencia ficción y el terror, aciertan con las formas de mostrar la deformidad o la diferencia.
Así, entre algunos conflictos nocturnos, durante este temporada de premios, he alternado algunas seleccionadas a los Oscar con estas, llamémosles, criaturas deformes. Un error o temeridad que se paga con un ticket to Hell, un descenso personal a las tinieblas del inframundo o del Séptimo Arte. No obstante comenzaré, de menos a más, para el desarrollo de esta oferta de monstruos a "low cost". Aunque había pensado en calificar del 1 al 6 a diversas producciones scifi, me complazco con estamparles un 666 o sello maldito.


No obstante, lo aparentemente divertido, se convierte en una peligrosa pesadilla, salpicada de sangre enmohecida, rápidos movimientos de cámara que te dejan exhausto y un entramado difuso de experimentos genéticos. De los que se desprende lo siguiente, lo que comienza con una idea atractiva, a base de repetirla hasta la saciedad y mutar aquellas cosas que poseían cierta dosis de adicción para el seguidor scifi, engendra dos perspectivas deformadas y efectistas, entre vampiros, licántropos y infecciones con zombies mutantes, en mundos distópicos.
Mientras a la saga Resident Evil le ha barrido su sexta y última ola, con el apellido de Capítulo Final y dirección de su principal valedor o habitual conocedor de mundos distópicos en ambientes apocalípticos. Paul W. S. Anderson (Event Horizon, Soldier), visita por cuarta vez, esta maliciosa colmena y practica su cirugía, más efectista y demasiado acelerada, al nuevo engendro, protagonizado por una agotada Milla Jovovich "Alice". De este modo, si te acercas a sus personajes desde Underworld, por última vez (o más allá, quién sabe), acabarás contagiado por su tópica ambientación, de la superficie arenosa y plagada de hordas (corriendo menos que el caballo del malo), hasta sangrar al borde de un ataque gremios, fantásticos y repetitivos. Pocos estímulos descriptivos de una situación demasiado clonada, o una sensación malísima a "déjà vu", dando vueltas sin parar, colgado como Willem Dafoe en la cinta de culto The Boondock Saints, pero sin ninguna gracia y un olor a perro muerto, que tira de espaldas.

En otra localización divergente, contraria en la ambientación y el clima, aunque fotocopiada en el pretérito cinéfilo; otra actriz (arrinconada por el estrellato hemoglobínico) conocida como Kate "Selene" Beckinsale, se empeña de nuevo en quedarse en cueros, ante colmillos, patadas voladoras y repetitivas transformaciones, que brotan como un sarpullido salvaje. No siendo más que un triste y molesto grano, en sálvase la parte.
Claro, en esta circunstancia tan incómoda y revolcados por el suelo, como cánidos cubiertos de pulgas, sus efectos pueden producir una complicada urticaria solar; semejante a otros creadores de universos gobernados por ´bestias` y no muertos, el autor de su historia primigenea y la dirección de Len Wiseman (La Jungla 4.0 y desastrosa revisión de Total Recall de Paul Verhoeven) en ambas primeras. Les ha crecido una quinta prótesis llamada Underwold: Guerras de Sangre, de nulas referencias históricas o estímulos visuales, bastante ortopédicos... como las anteriores próximas. Si te acercas, como el presente, puedes caer en el interior de una cúpula de los truenos, con más ruido que diversión o emoción, especialmente, al comprobar que algunas transformaciones, se ven como una ristra de organismos calcados, estirándose y bostezando, aullando y volatilizándose...
Dirigida, por una nueva protagonista y antigua elaboradora de divertidos efectos especiales en filmes como Godzilla, El Fin de los Días o Pitch Black (se entienden las tonalidades gélidas y cenizas incandescentes de esta Underworld), llamada Anna Foerster; desalmada por parecidas circunstancias que desarrollarían un trío de directores europeos, fagocitados o desangrados en el conflicto narrativo y sus truculentas revueltas informatizadas, en una especie de pirueta mortal. Sin fin.

Estas últimas proposiciones fílmicas, poco adecentadas, se corresponden a una época confusa del cine de acción en la actualidad, mezclado al capricho con fantasía y terror. De características suicidas, tal que una monstruosidad filmada, donde el Prometeo Moderno está conformado por todos aquellos desechos amontonados en el pasado, y algún que otro recorte programado, con las eventualidades del cine de artes marciales y los efectos digitales.
No importa que aparezcan en castillos enormes y sótanos desvencijados, en la nieve o el desierto, porque sus trajes ajustados ya no alimentan los deseos, ni sus ojos mutantes, acercan las voluntades de los fans a su regazo infernal. Con un protagonismo salvador algo borroso, en manos de la infancia, mediante un control sanguíneo para razas rivales o un cortafuegos en el corazón de Raccon City. Tampoco, son atractivos, los reinos enfrentados en batalla eterna ni las últimas resistencias de ser humano, por acercar posturas con... muertos de hambre. Aunque, reúnan a aquellas temibles criaturas que nos hicieran palidecer en nuestras pesadillas o leyendas arcaicas. Porque, contagiados informatizados y voladores prehistóricos, draculines empolvados, zombies potenciados en su raíz ribonucleica u hombres-lobo de penúltima generación, compiten para llevarse el título de, personajes menos desarrollados o de voluntad caprichosa. Seres atiborrados con males de ayer y los defectos del presente, hasta el preámbulo de una muerte anunciada, si bien (o peor), ésta nunca parece ocurrir.

Terraformars.

Película, o ensayo scifi, dirigida por un japonés prolífico como Takashi Miike (lleva un ritmo de 2 o 3 películas al año), podría calificarse con el errático término de ´frikada`, por que, si bien su origen muestras la plasticidad y ritmo del cómic nipón, sus representaciones gráficas tienen que ver más con el universo de Troma o esas producciones de cierta comicidad descuidada, acción incalificable como Zebraman o Yatterman, del mismo director. Desde luego, mucho más que con sus cintas de terror onírico, con asesinatos ultraviolentos en serie y mutilaciones de yakuzas en el pasado, como las míticas Audition o Ichi the Killer, Crows y Crows Zero, Última Llamada, Gozu o 13 Asesinos.
Marte, dentro de un tiempo inconcreto del siglo XXI, está esperando ser colonizado a través de una implantación de algas experimental en busca de la terraformación del planeta rojo. Pero, las cosas se tuercen al aparecer un grupo revolucionario de poderosos (y algo risibles) insectos, con características guerrilleras y mente a lo John Rambo, semejante al Vengador Tóxico. Sin embargo, algo se va de las manos en la producción, cuando unas cucarachas cegatas e inflamadas a base de esteroides, son monitorizadas por un complot dirigido por un charlatán descontrolado e histriónico. Entonces, la misión suicida de los seres humanos para controlar dicha plaga, rescata a una serie de condenados y dispuestos a padecer los efectos de unas curiosas inyecciones y mutaciones folclóricas dentro de la cultura de anime japonés.

De esta forma, atropellada, mutilada y genéticamente desperdiciada, nada que ver con la divertida visión de Paul Verhoeven en Starship Troopers (el carismático director de Elle vuelve a salir en este comentario), he vuelto a caer en la tentación con un Mr. Miike que se entrega a la sublimación de la acción propulsada y la desternillante deformidad. Exagerada, o multiplicada hasta la infección colectiva por nuestras mentes fantásticas, en cansancio generalizado de un género mal llamado ´bizarro` de manera semántica. Y creando un extraño nexo entre los sufridos actores, los nulos diálogos y presentaciones a lo Caballeros del Zodiaco, estereotipados ante unos alucinados espectadores. En definitiva que, lo que comenzase como un comentario de dos decepciones cinematográficas, ha ido aumentando con esta entrega del scifi japonés más desparramado, por tierra, aire, o mar de babas, sólo con el interés visual de las actrices Rila Fukushima (serie Arrow y Lobezno Inmortal) y el estilo de luchadora de Rinko Kikuchi (La Leyenda del Samurái, Pacific Rim) cuando no participa de la sobriedad de Isabel Coixet o cintas dramáticas como Tokio Blues y Babel.

The Monster.

Los Dientes de este Monstruo o reconocido como The Monster, dirigido por el texano Bryan Bertino (Los Extraños) con un guion que se va desinflando hasta que enseñarnos las dolorosas caries del terror. Una historia que tiene que ver con las pesadillas infantiles o traumas, pero no con los de los protagonistas del último filme de J. A. Bayona... Sino, con un miedo más estructural que comienza con el drama de una separación y el cuidado de una figura fumadora y alcohólica, en los momentos más interesantes y prometedores dentro de un viaje en automóvil con crítica familiar y suspense. La protagonista Zoe Kazan (nieta del mítico Elia y partícipe en filmes como Revolutionary Road o Expertos en Crisis) y su hija, la actriz Ella Ballentine (La Llamada, Cautivos junto a Scott Speedman también en la presente), van a experimentar un contacto ´accidental`, más físico, que arrebata el suspense inicial y esa relación maternal algo tormentosa. Para entrar, en un acoso, que termina siendo devorado por su propia fisicidad, como resultado de una mala selección de secuencias de terror, en otra mala representación del género y una chapuza de ataques con una mascarada de monstruo.
Poco más que decir, predominio de una acción traumática, causada por una nueva criatura decepcionante y tomas de decisiones finales, que contaminan la idea de los viejos mitos y terrores infantiles, dentro del género fantástico. Creo que, un viaje al universo de Penny Dreadful sería más placentero y completaría las necesidades de los aficionados para acercarse al espíritu romántico y maldito de licántropos o no muertos.

Passengers.

Dejaré de momento los monstruos, por atacar a otra monstruosidad errante. No tanto por el tono conceptual, sino por la narrativa adosada de un romanticismo muerto, antes de renacer o despegar siquiera. En esta pesadilla existencial y cinematográfica, junto a sus pasajeros caprichosos, se convocan todos los males terrenales y casi divinos... catapultados a través de dos figuras somnolientas como unas ´blancanieves cursilonas, del universo conocido. Incluso, de otros `posibles por conocer... ¡por todos los pasajeros y xenomorfos!

Este sueño superficial entre Passengers, y nada eterno para ser recordado o encumbrado en el lado interpretativo... con su pareja protagonista en bostezos, Jennifer Lawrence y un cambiante Chis Pratt, se empeñan en una convivencia idílica, que resulta un quebradero de cabeza para los espectadores. A los que se suman participaciones, ´dramáticas` como la del buen Michael Sheen, haciendo un androide incompleto y incómodo de escuchar, hasta la materialización de un Laurence Fishburne (al otro lado de Hannibal) incomprensible y, la fantasmal de Andy García.
Passengers, del director Mortem Tyldum (The Imitation Game) acumula mareos y desgracias visuales, como si se tratara de un mal viaje por el vacío de la tragedia capuleta y montesca. Una idea ilusoria, que trata de convertirse en algo más determinante como epopeya romántica, y se queda con las ganas, con los labios pegados a la escafandra... Así, su vuelo resulta efímero, porque los protagonistas se acaban extraviando con sus maletas y venenoso, gracias a diálogos sin brillo y actuaciones simplistas. Por no decir, perdidas en el espacio.

Cuando el público descubre, casi sin avanzar o moverse del sitio, que su destino es el estatismo y la superficialidad emotiva, la desnudez mental o existencial sin perspectivas ni representaciones galácticas, solamente, una indecisión o acto irrazonable, una anécdota contada en la barra de un bar.
Imaginen por un momento que, tras un despertar fortuito, nos hallamos en el vacío, que bajamos las escaleras de un local emperifollado de la esquina, para encontrarnos cara a cara, con un camarero (majadero) y empezaras a desarrollar tus pesadillas personales o miedos, con lengua de trapo, alguna lagrimilla y un güisqui de cosecha. Lo más lógico es, que escuchara tus quejas, secando las copas, sin prestar demasiada atención a tu diatriba, a tu razonamiento solitario, como un androide o autómata, simplemente, porque no tiene opinión razonable o no entiende el lenguaje de su único cliente. Entonces, el eco metálico se convertiría en agobio, mientras el público descubre que, este héroe galáctico, es un fantasma desafortunado, venido a menos. Risas, bostezos... a dormir, hasta otro día.
Luego, comemos, jugamos, gritamos, nos descuidamos... volvemos a beber, una y otra vez, hasta que un buen día (bueno, tal vez no tan memorable como imaginamos), se despierta la parienta, se sienta entre tú y aquel barman indefinible, de sonrisa y cabeza huecas, y tras unas palabras de aceptación, nos manda al cuerno de Orion. Porque eres inaguantable, te has rasurado tu poder facial y sexual, demuestras que no tienes demasiadas ideas o hechos para compartir en un viaje romántico, plantas un pino... ¿y qué? Macho, me estás jodiendo el presente, como hembra reproductora del futuro.

Por tanto, la estructura de Passengers es tan repetitiva, como los escenarios góticos de Underworld o esas carreras de zombies acelerados con el rabo entre las piernas o extremidades deformadas, o la cutre presencia de cucarachas musculadas, solo que aquí, con una estética más evolucionada, aparentemente acaramelada y luminosa. Si bien en diseño artístico, pareciera algo amontonada, para estar extendida y distribuida en diferentes localizaciones, a lo largo de una estructura tan gigantesca como esta nave espacial llamada Avalon. Casi "ná"... Al menos, las vistas desde el comedor, al tomar nuevo impulso o golpe de efecto solar, algo cursi, y especialmente cuando nadamos en su piscina privada, galáctica y desaprovechada, nos recuerda que el universo es sitio espectacular, pero tremendamente frío. Gélido como sus rostros, excepto, algunas explosiones cósmicas, choque de cometas y aquel poder nuclear de las estrellas.
Este viaje trascendental para la Humanidad, se queda en una visita al bar de la esquina de Pepe "El Sonrisas", semejante a una desastrosa borrachera conceptual, de lo que nunca debería ser la supervivencia o la odisea espacial, ni el valor del amor o el deseo. Este filme sería parecido a una conversación hueca entre Tom Hanks, el inolvidable náufrago, con su amigo mojado y redondeado Wilson, aunque mucho más aburrida y resacosa, más contraproducente que un dolor de muelas en una isla desierta, frente a la ´Aughogha` boreal.

Lo único meridianamente claro, es que la soledad puede convertirse en un infierno, si no la eliges tú o aceptas esa posibilidad en el futuro próximo. Algo tedioso y vacuo, como una charla de barra con un zombie, aderezado con gags monstruosos o chistes sin gracia. Ni siquiera una estructura lógica y emotiva de los hechos... simplemente, una sucesión de superficialidad romántica, en la que los protagonistas se intercambian corazones de peluche, se lanzan reproches en un bar sin calor. Se quieren o se odian, sucesivamente, hasta que las maniobras de evasión y acercamiento, se transforman en distracción para ebrios y paseos al borde de un ataque coronario. Cuyos diálogos se mueven por el absurdo absoluto y el desapego con los protagonistas, que te trasladan a un mundo irreal, con tres males a resaltar:
- ¿Qué personaje parece más un robot?
- Te puedes descolgar en el exterior como un murciélago... ¿a esa velocidad?
- Y, ¿es el personaje de Mr. Fishburne, un aprendiz de Celestino?
- Por último... ¿´ónde` andará Andy?

Infierno.

Para seguir inmersos en este averno de las adaptaciones diabólicas, con licencia para morir de aburrimiento o desesperanza cinematográfica, nos zambulliremos a continuación (sólo si lo deseas, claro) a un mundo metafórico de ciencia y destrucción masiva. Dentro de una nueva investigación del famoso Profesor Langdon, inmerso en otra maniobra desmemoriada y plagada de especulaciones materiales. Como académico elástico, experto en arte antiguo y en tramas confabulatorias, donde se requieren situaciones superficiales o catastróficas, aparecen esos instantes peculiares sobre el mundo y la vida de siglos pasados, con situaciones históricas, artísticas y filosóficas, bajo las que subyace (o fantasea) algún enigma oculto o trama urdida en el presente.
El resto es una vuelta a los asuntos apocalípticos, tan reconocibles en este texto, infundidos bajo la escritura enrevesada de Dan Brown y el miedo de la humanidad, emulando a los vericuetos de El Cógido Da Vinci o la existencia de una cúpula asesina entre masones e Illuminatti, que amenazan con destruir todo alrededor y salvar las cuentas pendientes con un planeta plagado y pecador. Lleno de incrédulos científicos, amargados caóticos y verdaderos románticos.

Pues, si aquel códice fue el objeto de la polémica, apuntando hacia los cimientos católicos y la moralidad divina de sus predecesores, la especulación generacional se convertía en radicalización, fuera de la lógica y la metafísica. Significa un paralelismo tenebroso bajo el corazón de la vieja Europa (dentro del Museo del Louvre, hoy en día), y sobre la deformación actual de nuestras propias crisis existenciales, decepciones ambientales o pensamientos conspiranoicos. De uno u otro lado.
En su nueva incursión por las pinceladas del arte (antes de la última titulada Origin), en total 4 literarias y 3 fílmicas, Dan Brown estableció una confusa aventura criminal, no desviada del significado de los cuadros y sus deseos pragmáticos sobre el poder, el control político o económico. Hacia esas especulaciones materiales que fomentarían la expansión de nuestros males congénitos, entre los rescoldos pictóricos del Infierno de Dante y una catastrófica percepción del mundo, como un instrumento visual que esconde el siniestro comportamiento de un solitario o una ideología destructiva.

Algo deformado en el ambiente culto, sobre el crecimiento exponencial de la humanidad y la imposibilidad de cualquier otro subterfugio, o invento para librarnos del mal y los pecados. Algo que la novela Inferno, desplaza al individualismo comercial de un sociópata visionario, escondido tras una cortina de humo y besos traicioneros, un Judas en tierras florentinas que traspasara el horizonte flotante de Venecia, hacia los nueve niveles de esta caída romántica a los infiernos.
Con el final mortífero de una odisea universal estruendosa, así como un estornudo repentino que nos asaltase, sin pestañear siquiera. Por consiguiente, el problema es esa trascendencia confabuladora, algo chapucera en sus persecuciones o ataques, que convierte una serie de peculiaridades estratégicas o floclóricas, en una crisis general o devastación de consecuencias planetarias. En base a ciertas particularidades con la edad de los protagonistas, literarias sin peso o sectarias por parte de Mr. Brown, y por tanto, la vuelta de un actor Tom Hanks, tras dos curiosas propuestas este año (A Hologram for the King y Sully), pero menos atlético o hábil. Temiéndonos cualquier caída funesta, en escarceo peligroso en saltos y tiroteos, como elemento patoso que se moviera por escenarios grandilocuentes, para una estética y acción efectista. Quizá, sea el único suspense a reseñar...

Los protagonistas se desplazan a esa época florentina de luchas fraticidas y convulsión espiritual, donde Dante Alighieri se vería trotando por calles adoquinadas, tras los encantos de una joven poco tímida e imbuida en el espíritu dual de la actriz Felicity Jones (A Monster Calls, Rogue One). Más, alguna que otra sorpresa, representada por un filósofo mediático y conflictivo con el rostro del magnífico Ben Foster (The Finest Hour, Hell or High Water), cuya llave propicia para un apocalipsis sería más vírica que artística. Es decir, de superficial interés pictórico o nula entidad poética.
Donde sus estructuras apócrifas y obras antiguas, generan una intranquilidad en los personajes, más perdidos que nunca con acertijos o desviaciones de la trama general, carreras que aumentan la confusión en sus pasos, ya de por sí dubitativos, y la incredulidad de los humanos en estos días caóticos, que florecen hasta Venecia, sobre esta especie denominada, inteligente. Las claves poseen matices y tonalidades, pero la realidad en definitoria. Somos una especie de plaga...

Aquellos que plasmaran grandes ideas o imaginaron sus estructuras sociales o el valor del Arte, descubrieron el espíritu tenebroso de la mente humana. Algo que consume a grandes bocados, la posibilidad de una supervivencia vital, apartada del canibalismo espiritual o, la predación de materia orgánica por parte de timadores o sus confabulaciones comerciales.
Variaciones religiosas del fin de los días, que coinciden en una probabilidad maquiavélica y nada remota, la extinción humana. Una respuesta de escasa inteligencia, para un hombre elevado que se autoproclama como dios, purgador de todos los pecados o errores multiplicados, sin base metafísica o demostración científica. Algo documentada por unas cifras aleatorias de crecimiento desmedido y aumento de hechos exacerbados de la población, que irá modificando ficticiamente los acontecimientos narrados a continuación, hasta caer en un pozo irrespirable de falsedad narrativa.
Cierto es que, sobrevaloramos la existencia y nos creemos invencibles, por lo que caemos fácilmente en la contemplación y discrepancias ideológicas sin solución, algo desmemoriadas y premonitorias.

Sin embargo, Dan Brown y esta película, poseen el atractivo de representar al conocido investigador, como marioneta actual de la Historia Clásica, un Infierno en lucha entre la razón y los conceptos artísticos, contra la supremacía de ciertas ideologías o representaciones intoxicadoras. Reales, o no. Una imagen monitorizada bajo la cúpula de la belleza y la estética, en un panorama de erudición y magia pretérita, contra algunos individuos proféticos y radicalizados. Así, se materializa en la mente, un representación esquemática o diagrama de amenazas actuales, a las que seremos arrastrados por nuestra conciencia colectiva y la imaginación de los artistas, donde Mr. Langdon es su pieza maestra. Designado por su lógica o conocimiento de los casos expuestos, un eslabón ficticio entre el engranaje razonado y esta artificialidad del hombre actual, no preparado ya, para trotes contemporáneos o persecuciones manidas, a vida y muerte.

Es decir, lo de siempre en cualquier periodo de nuestra historia corrupta o belicosa, alrededor de un catedrático del pensamiento y estudioso del Arte, que se mueve con pez en el agua, en torbellinos diabólicos y enrevesadas tramas, o buceando en datos históricos o románticos, entre Dante y el nuevo apocalipsis de una mente desconectada, que escondería los resortes de una locura colectiva. Tal que, La Divina Comedia o viaje dantesco por la representación de los pecados veniales, con el director Ron Howard, rascando en la pintura de Sandro Boticelli y la fuerza del actor Omar Shy o de Ana Ularu, hacia la salvación del planeta y personal de Langdon, recorriendo cuadras de Florencia hacia el Palazzo Vecchio o la cúpula de San Marcos.
Mr. Hanks, regresa desmemoriado y vacilante, más hermético por descompensación de sus relaciones emotivas, ante un desvarío existencial generalizado. Perdido por amor conceptual, en una sucesión de hechos aparentemente imaginarios o rescoldos soporíferos para el espectador, que parecen enfriados o mal empleados. Un ojo experto o ilustrado, daría cuenta de errores que se camuflan en esta odisea fílmica (que ya acaba), una paulatina recuperación de la memoria, como borrones de un aprendiz de pintor, intentando plasmar el trabajo escultórico en la etapa de Enrico Dandolo y el descanso de sus restos bajo las losas de Santa Sofía en Estambúl. Si bien, el mártir se halle en la superficie congénita, con su diatriba de un futuro especulativo u odio demográfico, encerrado en un diminuto artilugio nada conceptual, sin huella ni memoria... como una máscara falsaria. Semejante a un condenado silencioso y arrastrado a sus propios infiernos. Diría que su juventud es, solamente, cuestión de tiempo. Como la del Big, Mr. Hanks... como la de todos. Fin

El Futuro (Next Soon).

Tom Hanks, ha rodado The Circle (del director James Ponsoldt) con Emma Watson, Karen Gillan, John Boyega, Bill Paxton) y se aproxima a poner voz a Andy, en Toy Story 4. Mientras que el director Ron Howard se decanta por establecer contacto con Jennifer Lawrence para Zelda, y posteriormente un título llamado Seveneves, de un guionista habitual William Broyles Jr.

Kete Beckinsale: The Only Living Boy in New York (del director Mark Webb) con Jeff Bridges, Pierce Brosnan). Anna Foerster, parece encargarse próximamente de Source Code 2.


Milla Jovovich actúa en el nuevo filme de Rob Reiner, Shock & Awe, junto a Jessica Biel, James Marsden, Woody Harrelson y Tommy Lee Jones, además de Future World dirigida por James Franco y Bruce Thierry Cheung, protagonizada por el mismo James Franco, Suki Waterhouse, Lucy Liu. Aquí, el director Paul W.S. Anderson, anuncia su proyecto sobre Monster Hunter.

Rila Fukushima, la japonesa participa en Ghost in the Shell: El Alma de la Máquina, dirigida por Rupert Sanders. Con Scarlett Johansson, Michael Pitt, Michael Wincott, Juliette Binoche y Takeshi Kitano). Y su compañera insectívora Rinko Kikuchi, en Pacific Rim Uprising, de Steven S. Deknight, junto a John Boyega Adria Arjona y Scott Eastwood.


Zoe Kazan, participa en la nueva producción de Judd Apatow, The Big Sick, dirigida por Michael Showalter. Con Holly Hunter y Kumail Nanjiani). Bryan Bertino, anda escribiendo Los Extraños 2.


Jennifer Lawrence estará en Mother! de Darren Aronofsky, con Michell Pfeifer, Javier Bardem y Ed Harris), en Red Sparrow de Francis Lawrence, junto a Joel Edgerton, Joely Richardson y Jeremy Irons, además de la mencionada Zelda.
Chris Pratt, representará al verdadero cowboy espacial, en Guardianes de la Galaxia Vol. 2 de James Gunn, con las nuevas incorporaciones de Chris Sullivan, Pom Klementieff, Glenn Close, Kurt Russell, Sylvester Stallone... Y Vengadores: La Guerra del Infinito Parte 1, con una unión espectacular. También la secuela de Jurassic World, que dirigirá J.A. Bayona con Bryce Dallas Howard, Ted Levine y Toby Jones). El diriector Morten Tyldum tiene en el punto de vista, el título Pattern Recognition...





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