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jueves, 29 de marzo de 2018

Altered Carbon.


Carbono Alterado.

Netflix, se arriesgó a una posible Calificación R y así, ha caminado Altered Carbon, manipulando los cuerpos genéticamente y adosándoles un disco a su estructura cortical, para tenerlos censados tanto de manera virtual como temporal en sus distintas vidas. Esta relevancia tecnológica, ofrece una especie de inmortalidad a la carta, para aquellos que tienen los medios suficientes para mantener ese estatus privilegiado, y seguir "existiendo" en diferentes cápsulas orgánicas y desechables, como los discos duros quemados tras un peligrosa comparecencia por las redes y un castigo ejemplar de los diversos virus mortales.
Alterando el carbono, lo que aflora a simple vista, no gusta ni ofrece un planeta acogedor, más bien, otra terrible subdivisión más, que invita a la reflexión o la programación de otros resortes para la protección de datos privados. Al principio, navegaremos por esta emisión vírica, a través de aquella frontera invisible tan actual, la conectividad descontrolada, que separa lo mágico de lo tangible. Lo onírico de lo sensible, lo deseable de lo necesario, la organización familiar de lo puramente estamental...
¿Correcto o racional? La serie muestra esa diferencia selecta, entre la mítica transgresión o la violencia distópica. Algo que suena a revolucionario o un incremento del terror.

Lo que bien empieza...

Disquisiciones moralistas aparte, reflexiones existencialistas o metafísicas, de las que habrá tiempo para reciclar... en la mente. Mens sana in corpore sano, que decían antiguamente, en su sentido jocoso y romano.

Siempre todo comienza en lo invisible a simple vista, en aquello diminuto como una célula o intangible como una idea... Porque, los títulos de crédito de este Carbono Modificado, arrancan las caretas que poseemos los seres humanos en nuestra época y nos deja en los huesos, en aquello interno que nos hace realmente diferentes unos de otros.
En el interior neuronal se sobrepasan los límites de la mortalidad que conocemos, se desenvuelven fundas de materia muerta con un toque retro o cyberpunk, que no acaba de abastecer este mundo distópico, de los famosos ultracuerpos con los que Mr. Don Siegel en el año 56 nos aterrara, regara nuestro mundo infecto o desarrollado hacia la indiferencia o los trastornos alienados. En aquel caso alienígenas y revisados por Philip Kaufman veinte años después. Aquí, el estilo futurista es reconocible con el pasado cinematográfico de otros relatos, pero, no muestra ninguna novedad relevante, salvo algunas apreciaciones visuales derivadas a la realidad virtual, donde reconocemos sus procedencias temáticas y esas luces megalómanas de una gran metrópoli... aunque esto solamente dura un suspiro efervescente y gaseoso.

El elemento conceptual podría haber durado un poco más, unos cuantos milisegundos de acceso prioritario, mas, el cerebro tras esta serie y sus directores, consideraron que la acción podría equipararse con otras investigaciones futuristas, al estilo... no, no lo diré. Ni tampoco haré una referencia o mínimo comentario, a la segunda entrega que nos llegara, apenas, unos elementos replicados o partes del cuerpo clonadas, atrás.
Los Cuerpos, dedicados al exhibicionismo monetario o la podredumbre genérica, han conquistado ya la Tierra dividida entre verdad y post-verdad, entre realidad y virtualidad en las nuevas redes. Como si nuestro cerebro, no alcanzara a desarrollar un pretérito o un nexo de las conexiones eléctricas de unas ovejas soñando con un individual, o idolatrado Minority Report. Es decir, que los que regresan de la vida, se convierten en animales heridos o maltratados, si no poseen un nivel social determinado y en piezas de un ajedrez, donde el peón flirtea con sus majestades o auténticas divinidades. Por cierto, el neo-noir tiene otras perspectivas y sombras angulosas, además de recrear los movimientos detectivescos y las traiciones ocultas dentro de un complejo caso, de personalidades transferibles y almas inexistentes.


El Carbono de los Libros.

El novelista Jack Finney, fue el precursor de esta alienación traspasada a las pieles vegetales de aquellos extraterretres, que venían para invadir nuestra forma de vida y nuestra idea del nacimiento o la clonación física. Sin embargo, las réplicas tendrían aún grandes saltos que ofrecernos con la visita de mundos distópicos y sociedades corruptas, donde los detectives se las tenían que ver, con poderosas entidades de visión universal.
Las acusaciones futuras se borrarían en una inabarcable ´nube` con múltiples puertas de entrada y una salida, la muerte final. Ahora, parece que la nueva tendencia de Altered Carbon, es no poner una fecha fija a dicha terminación...
Mientras en nuestro mundo, incipientemente tecnológico o miniaturizado, nos aterramos con pequeñas conexiones que nos agobian y con las que deformamos la realidad, buscando la satisfacción personal o un interés económico, profesional y social. Algo te suena, ¿verdad?

En este nuevo lugar, cerca de un futuro inalcanzable en progresión, los cuerpos empiezan a no contar demasiado en nuestras sedentarias y aburridas vidas. Quitando posibles mejoras que no destruyan nuestra identidad, como estos policías o detectives (privatizados) dentro de la serie de Netflix y escrita por el novelista londinense Richard K. Morgan. Un antiguo ganador del prestigioso premio Philip K. Dick, que es lógicamente, una referencia imprescindible en el desarrollo congénito de esta historia de ciencia-ficción, donde los hombres y otros dioses novedosos, cohabitan y se estrechan las neuronas, en un espacio virtual o un espacio para poderosos.
Donde el Día de los Muertos, transforma a los fantasmas o cocos infantiles, en verdaderos navegantes del tiempo. Para quién suscribe el comentario, el salto hasta alcanzar la estructura romántica y el catálogo de personajes de relatos como ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? del año 1968, quedan todavía a años luz de entidad literaria. Pero, es una pequeña acción que renueva las neuronas e impide un amplio letargo a esa oscuridad de la tecnología avanzada.

En la sociedad actual en la que vivimos, y sufrimos normalmente, la libertad parece cada vez más amenazada por esas conexiones con un exterior masificado y desconocido, una nube que atormenta la existencia de los datos privados y las relaciones humanas. Esta protección individual de información personal (entre consciencia o recuerdos) nos conforma y delimita, tanto que podría ser borrada, y quedar silenciados en todos los sentidos. Económicos, intelectuales y familiares.
Así que, la desaparición de una parte de esa información, produciría un agujero negro en nuestra existencia, alterada de igual forma que las moléculas de nuestro cuerpo. Por ello, el agente rescatado para investigar ese pequeño espacio, esos paquetes restringidos de información que son inaccesibles tras la Desaparición, tendrá que formular una respuesta para asegurarse, su propia y condicionada vida. Intentando que fuera lo más libre posible en otro futuro...
Las cantidades maleables sirven para estructurar elementos extraños, hoteles inteligentes, calles donde la publicidad se mete por los ojos y oídos, lenguas lascivas de binarios entretenimientos, juegos de cartas a otro nivel, ráfagas de advertencia y sueños húmedos, algunos demasiado sangrientos o envenenados por bocas a su alrededor.

En manos de cualquier organización interesada en la distorsión de los hechos o las ideologías, grandes hermanos incluidos, produciría hasta la provocación, el silencio o el descrédito de sus rivales. Esto es, como en nuestros ambientes laborales o la práctica en las actuales redes sociales. O incluso, hasta la comisión de algún tipo de delito... tú sabes, Mr. Cruise.
La sociedad, a la vez, tratará de defenderse de tales servicios, de sus reglas digitales y esas manipulaciones indiscriminadas, buscando los culpables, anticipándose al ser posible al problema. Semejante a aquellos crímenes del futuro que se trataban de resolver alargando las manecillas del reloj, hacia el futuro en la novela de K. Dick y su anticipada esquizofrenia delictiva, con Minority Report. Sus curiosos policías y estamentos de control, están aquí, tanto en la adaptación televisiva de Altered Carbon, como en la adaptación fílmica, dirigida por Steven Spielberg. Y más soterrada y narrativamente, sobre la materia orgánica comercializada en esa joya de la corona que conocemos como Blade Runner, o en el entretenido filme de acción futurista, Surrogates de Jonathan Mostow.

Los implantes digitales y administrados sin género, pero con números, es el equivalente dramático a nuestra cuestionable diferenciación de clases, que recuerda a otras películas como el entramado complejo de asesinos en Virtuosity, el poder imaginativo de un deficiente mental en El Cortador del Césped o especialmente, sobre los Strange Days de Kathryn Bigelow. Pero con el todo trasmutado por aquellas pequeñas fracciones del sueño o tiempo vital evanescente, que no necesitaban de una muerte real, sino del borrado material de unos minutos, segundos. Un simple y único deslizamiento Rem, con desconexión neurológica o cognitiva.
Pero los métodos utilizados para ello, chocan sobre una realidad que se transforma en vida o muerte virtual, reiterativa, donde las ideologías revolucionarias se opondrían a la dispersión de los derechos individuales (incluido, la de los asesinos más repulsivos o enfermos), para abarcar una nueva forma de conocimiento y existencia de los seres vivos. Todos los humanos vacilarían dentro de los límites insospechados de Altered Carbon, donde las almas se han transformado en mercancía lapidaria, en alternativa familiar a través de cuerpos o envoltorios sin género ni edad, que se intercambian como las pilas del dorso de una muñeca o desechados como profilácticos usados. En definitiva, la vida despilfarrada en una especie de esclavitud infinita.

La percepción terrorífica.

Aquí en el 2384, los pensamientos son superficiales y clasificados entre distintos niveles sociales, en forma de almacenaje insensible o soporte digital, que se desintegra con un deseo superior. Hasta que una causa o caso, vuelve a activar ese estado letárgico y separado de una nueva realidad temporal, demostrando que muchas ´especies` del futuro, estarán al acecho monetario y vírico, de tu pensamiento. Esta característica no sería tan gratificante o justa como deseábamos... o soñábamos algunos.
Al igual que, en la mente del autor y los cuerpos traslúcidos... de los protagonistas de esta serie fantástica. Protagonizada desde las alturas, por un James Purefoy... de unos 365 años, más o menos, que ha ido en sus trabajos saltando en el tiempo (Mansfield Park, Destino de Caballero, Resident Evil, Salomon Kane, Roma, John Carter, Churchill), manteniendo una línea irregular artísticamente, aunque su dedicación sea absoluta. Sojuzgado por una mexicana de Tabasco, como Martha Higareda (Dueños de la Calle) como conexión latina y romántica, hacia el cadalso o el Olimpo de los terrestres, y la sangre coreana de un Will Yun Lee con familia emigrante y dotes para las artes marciales (Desafío Total, Lobezno Inmortal).

Junto a actores habituales en múltiples productos televisivos, como Dichen Lachman nacida en Katmandú (Nepal) y bipolaridad en todos los poros de sus cuerpos, Kristin Lehman (esposa lasciva y hedonista) que atrae más de una mirada o Chris Conner, el gran Poe didáctico de esta novela recreativa y fugitivo digital dentro del Cuervo Motel, que podría haber dado mucho más juego. Por descontado, el actor norteamericano de origen sueco, Joel Kinnaman como el detective protagonista trasplantado y musculado, Takeshi Kovacs o Elias Ryker, otro extraño caso de doppelganger detectivesco entre épocas, también como rebelde de aquella primera liberación de la conciencia. Un descafeinado Robocop de este siglo, que repartiría obsequios con Tom Hardy en El Niño 44 y se reduciría en aquel paupérrimo Escuadrón Suicida, hasta House of Cards. Volviendo al grano o esa parte irreductible del cuerpo...
Su misión será establecer las coordenadas de un crimen, sin memoria ni testigos oculares, enfundando en la materia orgánica de un policía, que recuerda sus antiguos hábitos de anti-tecnócrata irreverente y espiritual. Oficial caído en una ciudad basada en la letanía fílmica, sobre aquella Los Ángeles de la obra maestra de Ridley Scott y, conmutado a la fuerza como unidad militar especial, después de 250 años de hibernación neurológica o conceptual.

Ahora, nos abduce con tres primeros capítulos (Retorno al Pasado, ¿Ángel o diablo?, y En un Lugar Solitario), provocando nuestra sonrisa cómplice, que será contratado por aquellos a los que deseaba derrocar, otrora. Los loados y relamidos semidioses de la tecnología informática, o un rico aristócrata consentido, Laureas Bancroft por encima del bien y no del mal. Que negocia una investigación al estilo de los Diez Negritos de Agata Christie o el juego de La Huella de Joseph L. Mankiewicz, con este ejemplar alterado al estilo Chinatown, elaborando la praxis de un asesinato sin pistas, o tal vez, ¿suicidio interesado...?
Sin embargo, adaptado a un mundo donde las lupas se han sustituido por ficheros digitales de una red que inunda el espacio vital, evolucionando con los "seres humanos" o vainas pensantes de desecho, demuestra su alternativa con alteraciones sin carbono. Donde otro universo, se visiona por medio de revolucionarios avances nanotecnológicos, que aparecerán con inteligencia artificial en crecimiento y sentimientos recortados. O quizás, la propia madre controladora o matrix, abriéndose camino entre la elección de una píldora o droga con elección de colores, intercediendo de manera metafísica en nuestra realidad. Aquel futuro de diseño, mortalmente desestructurado (y física también), pero condicionado con créditos repulsivos o dudosos pagarés al mejor postor. El Neonoir algo apolillado y la involución recreativa del cliente/jugador.

La Marcha Fúnebre... o narrativa.

No alcanzamos las expectativas levantadas, ni el sexo se reproduce a un ritmo adecuado, ni las conversaciones nos hacen tranquilizar, en esta o mil vidas más. Las ideologías intervienen en esta producción de cuerpos, asincrónicos, como ocurría en aquella fantástica WestWorld, aunque a la inversa, es decir, las mentes o conexiones inteligentes de nueva generación, se incorporan a cuerpos inertes, recuperados tras su defunción material en el mundo real, pero sin ningún tipo de mejora en el rendimiento (salvo algún mecanismo mecánico a prueba) o algún milagro que permitiera una mínima traza de fuerza, casi prometeica o coronada por la deseada inmortalidad.

Así en los siguientes pasos manejados, entre curiosidades virtuales, esta alteración consciente de nuestra imagen pública, nos permite seguir viviendo, independientemente del receptáculo adquirido, la familia integrada o la experiencia acumulada, encapsulada en nuestras neuronas... con los sentimientos, algo no muy demostrable aún. Durante la guerra o el sexo, se transfieren con una imagen falseada o desquiciada, que nos haría iguales a todos, parecidos a monstruos de feria a los que ser vejados o maltratados, tanto psicológica como orgánicamente.
Netflix y sus diferentes directores, empiezan a patinar con objetivas diferencias sobre la autoría de los diferentes capítulos... recrean este mundo distópico, que aburre en muchas ocasiones o disfraza la verdadera intención de la narración detectivesca.
Pasan lentamente, y solo suceden diálogos intrascendentes, sobre familias en mundo adyacentes y privados, que nunca se tocarían... salvo en la muerte. Hasta que se derivan a la exhibición del músculo y las artes marciales, con incremento o derroche de balas de última generación. Personalmente, sobran un poquito.

De igual forma, perdemos un tiempo precioso para conocer más al detalle, algunos espacios virtuales con otras reglas y condicionados por la imposibilidad de entendimiento con la inteligencia orgánica, nuestra naturaleza y su deseo financiero para adquirir el dispositivo vital o una perpetuación de la saga. Que pone como barrera mitológica, una división entre seres corrientes y una especie de deidades digitales o económicas, tras aquel comienzo libertario que se va enrevesando de forma indisciplinada, con algunos rasgos emocionales contrarios a la naturaleza de la raza humana... con la inclusión de clones o inteligencias superiores que aportarían automatismo y dicha esclavitud.
Dios o el ser humano mismo, que se mueve con cierta soberbia creadora y divulgación del castigo, algo disfrazado de una especie de pensamiento fascista, contra los propios de su especie. Mas, no se trata de especismo zoológico, sino simple supervivencia, o ilimitada capacidad de hacer el bien y el mal, sin atisbo de humanidad o permisividad que mantenga un avance sofisticado de nuestra conciencia. Algún día, podría hablar o escribir más, acerca de esto... tal vez.

Las productoras Skydance Television y Mythology Entertainment, apuestan por una guionista, Loreta Kalogridis de Florida y mujer de guionista también, consagrada con algunas utopías asintomáticas y disfuncionales, alteraciones cerebrales que se conservan en una tapadera carbonatada o barrera psicológica, sobre los rescoldos de una sociedad enferma (Shutter Island de Martin Scorsese) e volcada hacia el morbo especulativo (con la pesadilla de Night Watch). Empieza la frustración y los actos sacrificados, en definitiva las acciones extremadamente violentas, que juegan sobre la red de una calificación R, coercitiva o privativa. Debido a su tendencia a la desmesura y la tortura.
Para ello, se rodea de un efectivo Miguel Sapochnik (antes de dirigir a Tom Hanks en una película que se titularía Bios, nunca mejor llevado con el tema actual), que se relacionó con agentes en True Detective II y otros amantes de las artes marciales en Iron Fist. La serie bien rodada en algunos momentos, se ahoga en otros más mundanos y fuerzas especiales del Mal, con capítulos decepcionantes, casi el 3, 4, 5, 6, 7 y parte del 8... donde el mundo natural se estrecha en esa red gráfica que todo lo abarca y modifica, hasta nuestro interés por el camino emprendido en la serie.

Algo que empieza a tomar vida en sus propias cadenas binarias y atención metafísica, para dirigir el futuro de otro tipo de humanidad, más carnal o familiar. Quizá, como esclavos de nuestra tecnología... Hasta el 9, que empezamos a remontar el vuelo, con clonación, elementos diabólicos y la vuelta a los orígenes, a la rebelión o los asuntos de un duro detective en gabardina, sacado de los tiempos más negros del Séptimo Arte. ¡Qué recuerdos!

Corderos alterado... al sacrificio.

Entonces, ¿aueñan los androides con ovejas eléctricas? ¿O nos presentamos como corderos humanos?
La respuesta es compleja, con este mundo socializado digitalmente y la confusión entremezclada en los pensamientos procesados. Esos alterados por diferentes posiciones morales y compuestos, como drogas diseñadas para la distensión del dolor o la propagación de vicios inconfesables. Diríamos que depende del color de la píldora que tomaremos o de las nuevas estratagemas en la comunicación y la esclavitud en nuestras conexiones globalizadas...

La incontinencia que puede llevar a una denigrante asociación con el robo, la violación y el asesinato, es lo oculto tras el aparente fulgor de estas relaciones sociales. Las diferencias económicas y raciales, seguirían siendo los mismos y principales problemas de este futuro (al igual que lo fueron de nuestro pretérito), identificando todas las desviaciones posibles en la convivencia humana con las máquinas. Con elementos manipulados genéticamente y la configuración de un nuevo Panteón Grecolatino.
Deidades sobrevolando sobre nuestras conciencias y cabezas voladoras, como diría David Lynch, otro experto en universos surrealistas o codificados.

Sin embargo, esos momentos vívidos pueden ser lo mejor... escasamente extendidos en el horizonte colectivo, debido posiblemente a algún tope financiero que trataría la AI de manera superficial, recreativa y licenciosamente arbitraria. Diseñada por una especie de senado sensacionalista compuesto por jugadores burlones o dioses de los naipes, que anularían al espectador con prisiones virtuales para el sometimiento psíquico, el miedo martirizado o el borrado de cualquier otro atisbo de humanidad.
A la vez que en el medio fílmico, se comparten asociaciones temporales, en restaurantes callejeros de estilo victoriano y carteles fluorescentes, vidrieras destrozadas tras impactos corporales y vehículos voladores por magnetismo terrestre, sobre una ciudad vertical donde aquella sucia llovizna del futuro, oculta todos los problemas que nos caen desde las alturas.

Mientras los virus informáticos, se comportarían como nosotros, o no. Especies invasoras diseñadas y dispuestas a hacerse con una mayor parte del pastel o de los organismos indefensos, sacrificados en los juegos del poder. Semejante a una transmutación con las células mitocondriales o esas pequeñas moléculas de carbono, que forman parte del todo, en homenaje al científico Stephen Hawking.
Por tanto, en Altered Carbon, las relaciones humanas y los acercamientos emocionales van perdiendo fuerza, a medida que aumenta el sacrificio. Los ataques virales, o divinos, aparecen con la intención de producir elementos distorsionados que profundicen en la división social, sus condiciones vitales o esas raíces estructurales de una sociedad en capa caída. Es decir, condicionando los diferentes estilos de vida y los rasgos emotivos, por una igualdad genérica, que causa la confusión. Tanto entre las capas que dirigen el nuevo mundo, a finales de un siglo XXIV sin fronteras (no XXV como leí en algún artículo), o al contrario, las que van absorbiendo todas las taras posibles y muertes sensacionalistas sin importancia. Porque la muerte es un comercio...

Y contemplando la familia, esa convaleciente prosperidad de especie en peligro, nos transforma desde los cimientos. Somos los rebeldes robóticos de un WestWorld de andar por casa y protegidas por oficinas policiales de control frente a otras fuerzas desproporcionadas e invisibles, los fantasmas de un paraíso digital. Deformados como el pensamiento omnipotente de un dios o creador más terrenal.
Portentosamente, sus dioses tienen también los mismos problemas. Todo gira en torno al dinero, el sexo y el poder, por tanto, las envidias se multiplican frente a la idea filosófica, a pesar de su larga y próspera instancia celeste. Su dominio sobre los pobres mortales, allá abajo, reproduce sus vicios que son, más asquerosamente inconfesables, trastornos asociados al vicio indecente u otras afecciones más graves, como el asesinato, la humillación... el dolor y la mutilación, sin limitaciones éticas ni edades. Esto es, el horror de un Apocalipsis Tomorrow.
Un ojo controlando la debilidad de hombres y mujeres, desmembrando su aparente inteligencia en pedazos inconsistentes del yo, despreciando los cuerpos como envases que contienen moho, infestación o podredumbre; cuando el hedor se ha impregnado ya en su propia esencia, ahora no tan reluciente como el resplandor de su corona.

En el cielo se desarrolla una sociedad paralela, que NO avanza con las últimas revelaciones del director Peter Hoar hacia ese suspense tardío que esperábamos en los albores de la serie (un realizador también conocido por las series Da Vinci´s Demons y Daredevil, entre otras), cuando el detective digital se verá alienado y acosado por entidades más interesadas en el estado nihilista, la mentira política y nuestra llamada ´envidia` universal.
Allí, los enviados se entregan al placer doloroso, a la tortura mental y corporal, como los primogénitos al olvido o el destierro mental, o a una especie de muerte traumática y transgresora con nuestros valores o virtudes humanas. Como dirían en Coco, el ganador dorado de la película de Pixar, nuestro único miedo sería a no ser recordados, tirados como un saco en un basurero emocional o sobre una institución desconocida, más allá de la Tierra de los Muertos. Es decir, para neófitos hispanos y chicanos, la verdadera muerte. Siempre que tras la mente y el cuerpo, existiera ese aura invisible o alma que nos abandonara definitivamente.

El Cuerpo del Delito.

Ya no seremos carne de tu carne, sino todas a la vez. O ninguna, según los bolsillos.
Invariablemente, sobre este Altered Carbon teatral, tanteamos el sentido distópico de la actualidad antropológica y enfermiza de las redes sociales y avances tecnológicos. Los seres humanos están programados virtualmente para acabar en esta nueva y aparente Tierra de falsedades de todo tipo.
En división teogónica, procediendo a distintos niveles metafísicos o sustratos culturales, que alimentar con la violencia. A través del almacenaje de almas perdidas o caídas desde una tortura superior, instaurando descargas establecidas por el poder económico y el miedo a envejecer, a fallecer para siempre... Es decir, ocultado a la vista mortal, esas plataformas de control que nos dirigen, orientan o mortifican hasta el derrumbe.
Es complicado desenredar este crimen y tarda muchísimo. Un caso donde los estereotipos nos engañan o se difuminan como corrientes electromagnéticas en el aire, programados secuencialmente para cumplir una función o papel minúsculo sobre el bonito escenario o la división utópica de la existencia. Esclavizados a una pelea rutinaria, fraternal y sangrantemente eterna, relacionados fríamente por deformidad o configurados nuclearmente para olvidar lo que fuimos, sentimos o vivimos. O no... esta era según mi memoria, la idea primordial. Creo que, éste, ha sido el gran delito.

Por el contrario, el último suspiro nos trae cierta reconciliación, tras navegar por capítulos con rumbo desconocido, sin exhibiciones de producción tecnológica, salvo algunos saltos no tan inmaculados de los genes, con una hija tan alterada que desconocemos prácticamente su significado, exclusivamente la venganza, y una cargante relación familiar de la mujer detective. Sobrevolamos sin atisbar diferencias referenciales o creencias religiosas, más bien un sincretismo silencioso, con puertas a un martirio como arma falsaria o forzosa de una revolución cultural. El protagonista, lo compara sonoramente con el acceso a la sanidad pública en USA. Quizás lo mejor.
Aquí todo el ambiente generado, no es tan luminoso y agradable como mostrara la Literatura. La violencia visual forma parte indivisible de esta nueva sociedad sofisticada y desnaturalizada, tanto que se convierte en una de las principales vertientes a recorrer (o también, puede ser causa de rechazos visuales o narrativos, según el cliente) para adentrarse en la profundidad metafísica de esta serie de Netflix.

Sus escenas de acción, especialmente en el tramo medio, son repetitivas y algo cargantes, desproporcionadas por las múltiples ráfagas que nos acribillan o martirizan, y olvidando que tras la realidad virtual se esconde un universo que, tan solo atisbamos. Se podría haber hablado m´s de la depresión en la población, las drogas de diseño, la sexualidad libre y esa otra violencia transferida al juego prohibido de la economía o los dioses de nuestras carteras. Más que mostrarnos como funda, pudimos ser contemplados como un reciclaje profundo de las mentes. Trastornos superficiales del yo, que empiezan a inclinarse por una manifestación estética que no cumple con las expectativas generadas en aquellos dos primeros capítulos iniciales.
Por tanto, el anfitrión principal es la violencia, así de crudo y estético. La fuerza para lograr un estatus social determinado, entre parejas intercambiables en su sexualidad, la incontrolable violación de los derechos de los menores, indefenso ante el salvajismo o el no castigo. Porque, ellos renacerían con el color del oro, y no olvidaríamos el concepto artístico de la serie, la gastronomía y otros asuntos menores, igualmente interesantes para un aficionado al scifi.

Así, tendremos que avanzar pesadamente, con esta desproporción en algunas escenas de acción, con participaciones que nos desvían del argumento o beneficios artísticos, trasladándose a otros escenarios familiares que se alejan del argumento esencial, la división metafísica, el crimen oculto y su investigación.
Así mismo, sufrimos esta sucesión familiar interminable, identificada por el aburrimiento y un falso existencialismo, nada poético. Cediendo todos los bienes a las debilidades físicas y no al suspense fantástico y policíaco. Son los vicios que deberemos de pagar en Altered Carbon, en paquetes de información genética que no necesitan de una confesión, para hacerse virales. Asistimos al final, a una familia de neuróticos nihilistas o demenciales, simplemente, pequeños monstruos divinos... o acaso los antiguos dioses helenos, no nacían del cosmos y sus leyes universales, de ese mismo caos que representa la serie y sus peones adulterados, sus formas retorcidas, desconocidos... Pues, a veces, sería difícil diferenciar lo de arriba con lo de abajo, y viceversa.

The Death.

¿Qué es el Cyberpunk?
Empieza a cargar este año 2384, pasando capítulos con pena pero sin gloria. Tras sufrimientos indecibles, conversaciones inservibles y prostíbulos diseñados por un asesino en serie de barrio obrero. Algunos diálogos infiltrados, que no producen ninguna reacción ni sentimiento, con esos personajes borrosos, semejante a una descarga que no termina de producirse ni ensamblarse correctamente. Con disquisiciones del pasado que tardan en materializarse y otras del futuro, que producen cansancio visual.
Hay que tener fuerza de voluntad para llegar a los dos últimos, donde las cosas y los clones empiezan a emerger de manera ordenada tras nuestra consciencia crítica, secuencialmente argumentada y donde el suspense se empieza a desenredar tras los numerosos nexos innecesarios o desvirtualizados. Pero, el cyberpunk está presente y funciona como motor de la serie o la fuerza de un brazo biónico.

En busca de aquello olvidado, nos prestamos a cualquier acto revolucionario o exaltación de esos valores de igualdad, que no llegan a doblar la esquina de nuestra existencia. Volvemos a lo que vinimos o nos acercamos en el principio de la historia, la alienación sensorial contra la contemplación emocional de la individualidad, o, a esa conexión intelectual dentro de un universo sin leyes o deformado por una inteligencia superior y sacrílega. Algo más cercano a George Orwell o al mismo Philip K. Dick y sus divagaciones restrictivas dentro de una red disociativa o culturalmente violenta, que funcionaría como una cárcel mortal para los protagonistas.
La profundidad metafísica es un simple mito, queda relegada a sus obras universales, o una distanciada imagen de aquella monstruosa, elevada y gigantesca Blade Runner, que evoluciona día tras día... como la sombra de un unicornio.
Las extrañas misiones paralelas, adolecen de la espectacularidad de otro relato de K. Dick llevado al cine, tal que el cerebro espía de Total Recall (la primera claro, dirigida por el holandés errante Paul Verhoeven) y sus imposibles vacaciones en Marte, cada vez más cercanas... el mundo de los compuestos químicos recreativos y las alteraciones de la consciencia en A Scanner Darkly del siempre especial Richard Linklater, que nos retrotraen a otras realidades o personalidades autótrofas... el borrado de la memoria de los próximos investigadores del futuro en otro violento Paycheck y su vuelta a la perspectiva real de John Woo... o los miembros alienados de otra historia corta en Impostor o Infiltrado, dirigida por Gary Fleder (Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto). Todas esas grandes historias, girando en ese mundo distópico y alternativo, que el maestro de Chicago y de la Literatura desarrolló durante la mayoría de su carrera como escritor de ciencia ficción. Por desgracia, tempranamente desaparecido.

Por último, quizás algún día (no muy cercano), hable sobre la continuación ejecutada por el guionista Hampton Fancher y dirigida por Denis Villeneuve, pero, en estos momentos intrascendentes de mi vida, no veo la necesidad de alterar el pasado, ni ofrecer una visión radicalmente distinta del futuro... una pista mutante o variante, sería que las cosas no son siempre igual, ni ciertos cambios necesitan de una explicación coherente o atractiva. Habrá que seguir soñando... hasta el 2049 o la segunda parte de este 2384.
Y, ¿por qué digo en letanía? Pues realmente, porque hay que alejarse de aquellos valores cinematográficos, para introducirse en estos capítulos inservibles, a los que soportar en somnolencia secuencial, que hacen por momentos, estirada y relamida a esta Altered Carbon. Una película o mini-serie de cuatro episodios, hubieran sido lo más práctico... y justo para el espectador.



Tráiler Interlude in Prague, de John Stephenson.


Tráiler Alita: Battle Angel, de Robert Rodríguez.

domingo, 18 de marzo de 2018

Phantom Thread / The Greatest Showman.

Phantom Thread (El Hilo Invisible)

Sí... supuestamente, una película con un hilo fantasma, establecería un candente universo de ocultación, o misterio inaccesible a simple vista. Un lugar donde residen las emociones, los secretos y los miedos.
Donde lo que somos o aquello que deseábamos ser, estaría conectado de manera austera, por ese halo o hecho invisible. Pudiendo ser algo oscuro y fabuloso.

Intervendría en favor de una historia que busca, esencialmente, el entretenimiento, manteniendo en vilo al espectador tras de personajes irreconocibles. Aunque manifestándose a través de alguno, indescriptible en el pasado confuso o polarizado al extremo, otra especie de monstruo que se devora a sí mismo, empezando por la mente.
Por ejemplo, cuando el envoltorio de una ficción cinematográfica, se esconde tras una terrible guerra y la salida a la luz de una sociedad taimada, el lujo se convierte en una medida estereotipada de los deseos y el comportamiento excéntrico. El mundo del puro vicio, actual, es una sombra en aquella especie de encorsetada sociedad.

El resultado de El Hilo Invisible, de Pual Thomas Anderson (There Will Be Blood, Inherent Vice), resulta tan divino como escrupuloso, tan suntuoso como si las hebras estuvieran cosidas por un modista experto en grandes y febriles encargos (digamos un rey de la alta costura visual o narrativa) y cuyos escenarios se retratan excelsos o majestuosos, recargados ante los atónitos espectadores... la mayoría de andar por la calle. Entonces, asomados entre los pulcros telares, se entreverían sus rostros taciturnos ante la soberbia o sobrepasados por el exceso. Tal vez, hasta fatigados.
Cualquier nexo o similitud con anteriores trabajos del director californiano y sus primeras y mejores películas, es tan invisible que, este último Phantom Thread, parece una isla contemplativa en su excitante panorama narrativo. Que no visual, donde los planos destacan por su amplia cobertura dramática y la luz se convierte en el punto de cruz del tejido cinematográfico.

Pero, también las escenas destacan por su contemplación admirativa, esa amplia dilatación en los tiempos de exposición de los distintos personajes, centrándose en las disquisiciones interiores de un notable Daniel Day Lewis, en sus últimas confecciones interpretativas, desmejorado ejemplar de un monstruo inquisitivo o fantasma enfermizo. Semejante a la contemplación de una perfección imperfecta, desmesuradas entre la insignificancia o la relatividad personal, algunos podrían suponer (sin saberlo a ciencia cierta) que las imágenes congeladas, olorosas o aromáticas, estarían rodadas tras el ojo maestro de un tal Sergio Leone, y no, pues parecen reflexiones estiradas, desprovistas de acción. Salvo un duelo interpretativo, prohibido, fuera de lugar y de tiempo.
En cambio, si estudiamos su variopinta cinematografía, comprobaríamos que el ojo de Mr. Anderson, es obtuso en más de una ocasión. Que su mente se entretiene en la excesiva planificación y acercamiento, casi espiando los pensamientos, y que las costuras narrativas, a veces, se dilatan ocasionando pérdida más que desasosiego...

Además, el actor británico Daniel Day Lewis en el interior de sus películas, parece una figura perfeccionada hasta la caricaturización, aunque divague o improvise en ocasiones, se exprese con gran elocuencia o pierda en retóricas elucubraciones privadas y muy personales. Es decir, que aquel hilo invisible, le convierta en un fantasmal personaje, elevado pero, no demasiado convincente. Intentando respirar ante la insinuante y desafiante cámara del realizador. Así que, exuberancia visual, que está claro me desafía, pues el último filme de Mr. Anderson & Mr. Lewis, ha puesto a prueba mis nervios de nuevo, con mi reticencia hacia el mundo de la moda.
Esa resistencia casi metafísica, también, hacia un desarrollo demasiado basado en el psicoanálisis de los escasos personajes, que flotan alrededor de un relato, por otro lado, poco interesante para un servidor. Seguramente, este tema que sirve de motor gráfico y onírico, es el retrato de un creador en las costuras de alto abolengo, que ni entiendo moralmente ni me atrae suficientemente, en el aspecto argumental de sus excentricidades.

El relato, basado en un lejano Balenciaga unido al Reino y no al diseñador español en París o sus fiestas luminosas, no me emociona lo más mínimo; porque me siento desconectado absolutamente con su problemática y el negocio. Si bien, a todos nos guste lo bello y lo perfectamente elaborado o cuidadoso.
En otro orden de cosas, e hilos fantasmales de postín, existe un cierto caos en las manifestaciones de dolor o cariño, de frustración ante la muerte de su protectora, que me descontrolan o me distraen dentro del guion original de Paul Thomas Anderson, estableciendo una conexión poco creíble sobre el complejo de Edipo en edades maduras y reflexivas. Desarrollando a un perfeccionista maniático, desequilibrado emocionalmente, obsesionado con esas medidas en busca de la virtud, sibarita matemático, pensador autodidacta, sadomasoquista ´light`, engreído progresivo, iracundo observador, asexualizado gastrónomo... acosado por un incontrolado recuerdo, adosado a su pecho... esto es, fagocitado personalmente por el recuerdo de una madre. Eso sí, entre retales, más que pañales.

Phantom Thread es brillante, pero pomposa y sibilina, tratando de embaucarte con un tema conflictivo, resaltando la debilidad intelectual ante la belleza supuesta, en la piel de la actriz Vicky Krieps (nacida en Luxemburgo), que haría las veces de cuidadora venenosa y enfermera plañidera. Esta es la decadencia de un artista en pos de esa atracción materna, en una rival femenina e inteligente, que significaría la depravación romántica del dolor y la sexualidad.
Por contra, la hermana es el bastión que mantiene su imperio, hasta que queda eclipsada por esa humildad o frescura, y descubre la esencia de la mujer reivindicativa o libre. Así, se produce el encuentro de la costura con la psicología, plasmadas ambas en los rostros y que significaría una parte de la ciencia neurológica, que tampoco me pone ni excita en demasía. Eso sí, rematada por dos figuras femeninas unidas, protectoras del lazo más visible y personal, hasta que se encaminan hacia la dramatización excesiva y la indulgencia física.

Phantom Thread luce espléndida en pantalla, condicionada por su métrica y la banda sonora de su habitual Jonny Greenwood (Radiohead), condicionada al detalle por esas lujosas habitaciones y confeccionadas imágenes, que esconden aquella enfermedad venenosa. Con una falsedad envolvente que no palpita, sino que acontece sin emoción, deambula estilizada ante un público adormitado o/, distante y resolviendo el misterio de su moralina, sobre la cuidada ambientación y representación del amor enfermizo... desquiciado por su pasado. Por tanto, según el patrón melodramático, el director Anderson ha vuelto a elaborar una de esas historias introspectivas, extenuantes, ralentizadas y, si se me permite, algo pedante, que te hacen sentir sus costuras en algún lugar incómodo de la fisionomía. Aquello incómodo que denota el primer agitamiento sobre la butaca, en exasperación silente, lo definirían.
Bueno, quizás es algo exagerado este comentario y bastante adornado en sus fragmentos críticos; mas, el presente solamente admite que se aburrió de manera soberana y prosopopéyica. Casi manipulado por las delicadas interpretaciones y los movimientos sugerentes de cámara.

Solicito ante los primeros planos y la entereza de sus actrices, algo incómodas en sus papeles, por las expresiones enfáticas y las elipses demagógicas. Por esta subordinación al restablecimiento dedicado del mal, que si bien, está presente en forma de sexualidad, es de una manera espiritual o diríamos fantasmal. Ciertamente incomprensible como un complejo visceral o la sangre envenenada.
Es notorio que el filme, reproduce esa peculiar y genuina idea (lo mejor sin duda), que manifestaría los deseos o miedos del protagonista, escondidos bajo la tela, como su magia con las agujas, el ojo con las medidas o la manifestación de sus emociones.
Todos pasean su palmito de forma palpable ante tal exhibición visual, en un desfile de egos que no me apasiona retóricamente, ni me siento representado formalmente, por tanto, mi mente se distancia del cosmos distante, dictatorial y enormemente frío. Tampoco diría que decepcionante, porque no se aproxima a mi perspectiva narrativa o mis preferencias cinematográficas. En conclusión, El Hilo Invisible es un tejido interesante, que viene con extraños pespuntes de psicología casi suicida, con máscaras resaltadas de tragedia griega y silencios rotundos, solamente alterados por los ataques repentinos de ira y frustración del protagonista.

No me acabo de creer su romanticismo lírico y la atracción entre la pareja protagonista, ni la fatalidad de esta parafernalia descrita dentro de un masoquismo elitista. Me resulta incómodo y semejante a un prêt-á-porter de andar por casa. Vamos que me interesa más, aquel hilo fantasma que la base pasión-odio-familia, aunque los atractivos mensajes ocultos, a alguien leí la influencia en su cine del Hongo de la Muerte, se desvirtualicen en realidad, o no se juegue con ellos para fomentar el suspense y un lado manipulador o depresivo. Por tanto, otro de esos bellos trabajos de Paul Thomas Anderson, que no estarán en la lista de mis destacados, considerando un condimento envenenado por el lujo excesivo y ese perdón maternal con final feliz. Por tanto, fueron felices, y comieron per... tortilla de espárragos! Colorín colorado este cuento se ha descosido... mejor un bocata de jamón y un buen tiroteo al estilo Leone. The End.

The Greatest Showman.

Entre aquel monstruo, y estos tan simpático y cantarines... existe una eternidad.
Por supuesto, The Greatest Showman y sus seres deformes, casi diría folclóricos y cercanos, está en las antípodas de aquel otro hilo anterior, enclaustrado en la soberbia y condicionado en la mente de un hombre-monstruo.

Y no sólo por que en esta adaptación de Broadway colorista y rítmica, esté protagonizada e interpretada por el actor australiano Hugh Jackman, divertido y eufórico en su entonación a la platea, sino por su ambientación y oficio. También, porque está dirigida por Michael Gracey en su primera producción y sueño cinematográfico, y se dirige a la búsqueda del éxito o la perfección, desde la igualdad y la humanidad colectiva, que se hallaría bajo los hilos rematados de una gran carpa circense, alejada del tufillo del lujo clasista y aquella moda más elitista.
Desde los focos de la marginalidad, nos balanceamos por la practicidad narrativa y las deslumbrantes focos de la amistad, en un gran teatro que vuelve a la vida, o más bien renace, tras aquellos míticos musicales de Broadway.

Los que nos visitaron a través de la gran pantalla del cine, desde aquellas representaciones infantiles de los primeros tiempos como My Fair Lady, Annie o Sonrisas y Lágrimas, hasta las magníficas representaciones visuales y narrativas, que nos ofrecieron en los setenta Hair, Jesucristo Superstar y Chicago; pero primordialmente, los increíbles mundos que retrataron al ritmo de la música obras imprescindibles hoy, como Grease, y mis esenciales All That Jazz o Cabaret. Aquellas con un maestro de ceremonias espectacular, majestuoso, brillante y sincronizado al unísono con su cuerpo de baile y compañeros de escena, desmenuzando las canciones y la banda sonora, dentro del relato, originario de un espectáculo teatral. Aquí elaboradas por el dúo Benj Pasek y Justin Paul, compositores y letristas también del musical La La Land y próximos artículos con acción real de Disney, como un Aladdin y una Blancanieves y los Siete Enanitos.
Los encargados de esta entretenida adaptación a la gran pantalla son su autora Jenny Bicks y el también director Bill Condon (DreamGirls, Mr. Holmes), a los que se acusa de reiterativos en el resultado final y poco creativos, algo ya manifiesto (por otro lado) en el último trabajo La Bella y La Bestia... Pero, como yo no conocía la obra original homónima, pues me da lo mismo la crítica, al no tener acceso material a dicho trabajo.
Ahora, tan sólo recordar que el neoyorquino Bill Condon tiene en pensamiento, nueva versión de La Novia de Frankenstein, junto a Javier Bardem... Palabras mayores y muy delicado territorio, ojo.

De The Greatest Showman, me ha gustado más su irresistible paso de baile, ecléptico en sonidos de jazz, blues y rock, y cargado de color, que el show montado alrededor de la figura del mítico P. T. Barnum y familia. Mucho más que la resabiada expresión del primer hilo fantasma del comentario, y menos que aquellos momentos iniciales de emprendimiento circense. Al lado de ese teatro fijo llamado Barnum & Bailey Circus, de representaciones vivas y coleando, que terminaría con parte de las ilusiones de sus habitantes, pero no con la derrota de las almas de los rescatados por el minucioso emprendedor. Ellos son los triunfadores de esta obra, sus ´distinguidos` afectados.
Acusado de idéntico libreto y la película, este supuesto plagio completo de la obra de Broadway... sin embargo, a pesar de lo evidente, mantiene una historia de crecimiento personal, muy del gusto general, porque representa la eficiencia de una labor determinante y además, el rescate de aquellos individuos que resultan maltratados por la sociedad y silenciados por sus familias... Como los verdaderos hombres y mujeres elefantes.

Nos retrotrae a esas historias imborrables de la Literatura, tratadas a golpe de batuta castigadora o otros relatos de personajes imprescindibles de la Humanidad, por su carácter resiliente y filantrópico, tan dedicados a su crecimiento individual o familiar, como al rescate de los desfavorecidos o despreciados por su aspecto físico. Que diría Mr. Beast, de esta gran coalición humanitaria, ya representada por el australiano Gastón, mirando realmente al interior... Todos somos humanos en apariencia, salvo en determinados rincones oscuros de nuestro cerebro.
Además, The Greatest Showman nos cuenta la vida del creador universal, el Barnum mitológico de ese Mayor Espectáculo del Mundo, que pregonase Charlton Heston y James Stewart, en las botas y fusta de Cecil B. DeMille. Un pista de pasiones del recuerdo, ahora animado por otros magníficos números (alguno determinado, demasiado nervioso, eso sí), junto a las expresiones pacíficas, del igualitarismo a coro, las opiniones personales de una especie de mago visual del entretenimiento familiar en el siglo XIX, ¡qué lejano ya! Sus dudas y miedos, las voluntades manipuladas, la concordia alcohólica y utópica, o la devastación de la crítica y los debilitados corrientes, intelectual o emocionalmente. Los que no ven más allá de sus puños y la violencia intrínseca.

El director novel, que parece preparar una adaptación cinematográfica de la serie japonesa de animación Naruto y un curioso biopic sobre Elton John titulado previsiblemente "Rocketman" como su mítica canción, ha demostrado que una adaptación cinematográfica sobre un musical, no tiene fronteras, ni tiene porqué resultar cansina o anodina a la fuerza. A pesar que, reconozco y respeto a algunas personas a mi alrededor a los que no les causa ninguna gracia, estas obras cargadas de ritmo, o se aburren ante luminosas coreografías y canciones... Vamos que, definitivamente, prefiero el carácter alegre y la diversión de este tipo de Shows o espectáculos en vivo, a las cerradas o psicológicas interpretaciones de la personalidad, introspectivas y recalcitrantes. Para gustos los colores, nunca mejor anunciado y presentado en este ámbito profesional...
¡Damas y Caballeros, bienvenidos al apasionante mundo del Circo! Antes de ser reconocido universalmente, como el Ringling Brothers and Barnum & Bailey Circus. ¡Entren y vean! Si no, Ustedes se lo perderán... y no disfrutarán.
The Greatest Showman, representa a aquel hombre brillante que convirtió un Museo de Ciencias Naturales, casi muertas, en un cálido hogar. Que deseó alcanzar las estrellas mediante un trapecio (de Charity) y el amor en los rizos dorados encarnados por la actriz Michelle Williams. Esperando en convertirse en la bestia, musical, Janis Joplin.

Tocar el sueño luminoso a cualquier coste, demasiado al parecer, pero que tendría que volver a sus orígenes para gritarlo al frente y perseguirlo sin desfallecimiento, uniendo los suyos (sueños) a las sonrisas de los espectadores y sus queridos niños, en una nueva era del entretenimiento para todos los públicos. Para ello, rescató del anonimato y la negación, a aquellos "seres", humanos diferentes al resto en el aspecto y nombrados como frikis... o miserablemente monstruos, por los supuestos inteligentes, apuestos, apolíneos, fuertes o completos en la fachada, en sus cuentas bancarias o las penumbras podridas de su corazón.
Mr. Barnum, creador de ilusiones, debió ofrecer lo mejor de sí mismo (y de sus amigos), encabezados por Zac Efron y Rebecca Ferguson (La Chica del Tren, Life), más un grupo de ágiles estrellas, interpretadas por Zendaya, Sam Humphrey y la humana barbuda Keala Settle. Fuerzas de la naturaleza, no solamente para ayudar a alcanzar el éxito personal y económico, sino para olvidar un falso nombre, un amor ficticio. Y ese nexo injusto, entre alta sociedad de la ciudad de New York en la segunda mitad del XIX y los nuevos ciudadanos modernos.

Algo diferencial de ambos universos, lo vemos en la cuidada ambientación de la época y las calles reflejadas, más que sobre los números representados con demasiada repetición de enfoques o la exageración de algunos movimientos coreografiados. Enfáticos y espectaculares, sin duda.
Lo mejor, por descontado, la música entonada por los propios protagonistas y su esfuerzo vocal, y el saberse rodear de esta gran familia.
Cada uno encaja a la perfección, tanto en el hogar como en su oficio, al sobreponerse a la distancia, a los insultos y actos violentos, a debilidades y frustraciones amorosas... siempre con ese espíritu emprendedor que abandona los momentos más oscuros, para abrirnos de par en par, el telón de los sueños ejemplares, con una sonrisa de niño. ¿Recuerdas cuándo acudías al circo, con tus hermanos y padres de la mano...? Pues, eso.

Transformarse en el Gran Showman de cara al público, es un reencuentro con el dulce educador de puertas para adentro, divertido y dinámico bailarín, peculiar parlanchín bebedor, guía y voz de los miserables, de pingüinos relegados, arrojado héroe de los singulares hombres y mujeres X, en definitiva, apuesto entre los distintos, volviendo de las cenizas y los cánceres más destructores de la sociedad. Es el actor sobre la tarima de los sueños, la figura primordial del espectáculo, The Great Showman es un presentador multipistas, padre de familia, en el recuerdo de los norteamericanos más ancianos y las fieras olvidadas, retirado y mirando un pequeño ballet. Dramáticamente alegre como un principiante enamorado, rotundo como un lobo estepario contra la marginalidad social, Mr. Barnum formará parte de este Mr. Jackman maravilloso, lleno de ritmo, amistad y la fuerza de su timbre, que compagina envidiablemente con escenas románticas y la fuerza de aquellos hombres de acción cinematográfica más devastadores, al estilo Logan.
En su debe, que la película prácticamente olvida las vidas paralelas, de sus protagonistas diferenciales... una pena.

Ambas historias contemplan diferencias enormes, tan radicalmente opuestas como un producto dirigido a estudiosos de lo enfermizo y los seguidores del mundo de la moda... esnobs emigrados contra emigrantes hechos a sí mismos, en una historia de superación, amor y recuperación de los valores olvidados por una sociedad que da la espalda y vulcaniza el mundo de Oz, el lugar de los sueños imposibles. Sin fronteras, ni pespuntes interesados.
Tú puedes creerlo, o no. Tú puedes acercarte a la luz de los focos y las bambalinas, a la efigie tras la barba impúdica que desprende este obra musical original de Broadway, o quedar con la amargura venenosa de una relación enferma y opresora... Algunos nos diferenciamos y emergemos con fuerza, nos quedamos con esos primeros luchadores antes de la fama y el dinero, con las costuras de una carpa y los vestidos de brillos o lentejuelas baratas, con las letras de sus canciones que llegan al corazón de las fieras, las coreografías acrobáticas y desafiantes, reiterativas y movidas en exceso tal vez, pero vistosas al mando de su batuta Mr. Hugh Jackman. Grandes bailes y sonrisas, inundan la compañía de este Greatest Showman y sus entrañables "criaturas".

Seres humanos con las mismas dotes, o mejores, iguales exigencias de vida que cualquier otro, por muy estirado, envidiable y complicado que fuera, de costuras para adentro, simpares y desnudas ilusiones... frente al escenario de los sueños.
Y sino, que se lo pregunten a aquella entrañable y divertida criatura, que llamaron El Jovencito Frankenstein... y sus divertidos monstruos, Mel Gibson y el recordado Gene Wilder, a la criatura de Peter Boyle, a Teri Garr y Madeline Kahn, a los diferentes Cloris Leachman y Marty Feldman, y al siempre admirado Gene Hackman.
... Recordando que, sin diferencia, no existiríamos.

Hugh Jackman, singing...


Tráiler Tourism Australia: Dundee - The Son of a Legend Returns Home, de Steve Rogers.



domingo, 11 de marzo de 2018

Coco.

México Lindo y Querido.

Los recuerdos vienen, a veces, como sonidos de una guitarra española en altibajos sensitivos o rasguños (quejidos) del alma de una madera ancestral con el que se fabrican los sueños. De igual manera que el divertido compás del mariachi, bullicioso o profundo, dependiendo de la ocasión festiva o la festividad que decora con el guitarrón mexicano, saltando en sus cuerdas y oquedad, la procedencia de la Guadalajara de Jalisco. Es un instrumento musical que cualquiera, joven o adulto, siempre que ha sentido su estilizada forma en sus manos, su tacto inolvidable y cálido, ha deseado tocar con habilidad, aunque sus dedos se negaran a ofrecernos una adecuada sonoridad o validez rítmica.

Con el tiempo, esos recuerdos no se manifiestan con claridad, menos cuando nos atacan estas enfermedades modernas del cerebro envejecido prematuramente o, simplemente se desvanecen entre los viejos y perdidos álbumes. Por eso, nos ayudamos de esa serie de retratos fijos para traer a la memoria, aquellos momentos vividos junto a nuestros seres queridos, como muy bien sabe la productora norteamericana de animación Pixar, que lleva jugando con nuestros sentimientos, agradablemente por demás, desde su creación en 1979 por los programadores y artistas de Lucasfilm.
Hasta el gran salto de aquella Madre Lámpara que iluminaba los movimientos graciosos de su pequeño Luxo, curioso y revoltoso, con ansias de crecer artísticamente, bajo la luz de la luna artificial o natural, según se mire, porque pocos años después regresarían con sus animosos y queridos juguetes de Toy Story y el paralelismo de los condicionantes humanos que fueron depositados en ellos, para satisfacción de niños y mayores. Algunos de aquellos recién llegados a su particular universo onírico, jóvenes del mundo, han deseado alcanzar uno de sus objetivos, resplandecer como los nombres luminosos en los carteles de un gran teatro, ser verdaderas estrellas del espectáculo. Así que, Welcome to México... Bienvenidos a La Tierra de los Muertos, muy vivos. Hello Coco. That's Entertainment!

Los Sentimientos Animados.

Seres aparentemente inanimados, que nos acompañaron en los tiempos más felices de nuestras vidas, mucho antes de que empezáramos a pensar en el fin, o a sentir la pérdida de amadas compañías. Es una reflexión que nos pertenece a todos, que nos acompaña el resto de nuestros días... ese vacío incontrolable...
Desgraciadamente, en este mundo real donde existimos y desprovisto de otros efectos visuales, los pequeños fantasmas, no volverán para regalarnos ese esperado abrazo físico. Ni siquiera una deseable y justa venganza personal... Tras la oscuridad abisal del océano mediático, extraños niños de alas negras de cuervo, esos niños pez no podrán crecer más, sencillamente dejarán una estela plateada tras de sí, una mínima duda o incredulidad ante lo presenciado o sufrido... "No es lo mismo, su cadena perpetua, a aquella posible y necesaria revisión de una prisión condicionada por una revisión profesional, y tal vez, familiar". Muchos otros padres, como lo fue su abuela, lo esperan...

La vida de los niños, nos guía en el futuro, con aquellos deseos incontrolables, semejante al nervioso palpitar el día de Navidad o Reyes Magos, para encontrarnos con los ´indestructibles` juguetes, es un decir comparable con nuestras debilidades... En cambio, los sentimientos permanecen como los instrumentos afinados de nuestra existencia, unas veces dando notas agradables y coloristas, otras escondiendo lo feo con una original melodía, con una voz esplendorosa que tape o simule el dolor. Lo que Pixar viene demostrando en trabajos posteriores, desde Andy y Buzz, a los luchadores y simpáticos insectos, con su particular aprendizaje del mundo de los mayores, de este circo que ven con otros ojos... Los Monstruos que, con sus risas y chistes, vienen de otro mundo más extremo y peliagudo, de esos pececitos perdidos en la oscuridad del alma o el océano, los niños como superhéroes Increíbles que intentan sobrellevar el destino, las opiniones o sobreponerse a las acciones criminales de los mayores... Convivir con el amor profundo, desde cualquier confín apartado de nuestro alma o cosmos deontológico, como niños tirados en montañas de basura espacial. Mirando arriba, a las luces que coronan el deseo de triunfo o ser reconocido, ganando un Oscar, o dos, o tres, etc... Cantando como un niño con zapatos nuevos, mirando a su familia artesana, con su guitarra de clavijero en calavera, antes de los trastes y el alma, que trae una leyenda antigua, una especie de magia evanescente, una sonrisa en el espíritu de un viejo. También de los que se fueron, algunos sin despedirse...

De la misma forma que aquella magnífica entrada fotográfica en Up, los humanos se han convertido en protagonistas de esta familiar apuesta, sensitiva demostración de afectos desde dentro a afuera (maravillosa enseñanza o correspondencia con Inside Out), tan colorista como un océano y sus seres resplandecientes, casi mitológicos, en busca de otro amor perdido de la juventud. Coco, ha conseguido lo que deseaba, mover nuestras conciencias (duras o turbias) con un guion compartido entre la frontera más tenebrosa, manosearnos las fibras sensibles y la mente, revolvernos las cuerdas vocales, hasta hacernos soltar un grito indiscutible, convocar un río de lágrimas por el que navegan seres mitológicos, amigos ancestrales, recuerdos en otra realidad paralela, durante la fantástica Fiesta de los Muertos o la historia cultural de México.
No se conoce muy bien, como decía, la primera elaboración de la guitarra. Para su exposición actual, han tenido que modificarse bastantes y ancestrales instrumentos, que pasaron de generación en generación, de canción en canción, de mano en mano, de película en película... Hasta la llegada del pequeño Miguel de los Rivera, del pueblo de Santa Cecilia, dispuesto a convertirse en la estrella, menos fugaz que otras que se apagaron hace tiempo y, que precisamente, por su deseo irrefrenable tendrá que ir a buscar junto a la guitarra soñada. La evolucionada en las tierras de los mariachis, de las rancheras y la diversión.

Por consiguiente, todos somos aquel pequeño Coco, que jugaban entre zapatos adultos y convocaba a su espíritu ancestral, ese yo interno, que nos canta como una llamarada y nos envía a una odisea, a través del tiempo y el espacio. A una misión artesanal de nuestras emociones.
Sin embargo, en otras aventuras, la guitarra eléctrica apareció a la inversa, por necesidades técnicas para cubrir grandes espacios de conciertos y voces en directo, acompañadas por manos hábiles de músicos que se harían universales y resonancias aumentadas, requeridas para hacerse oír más allá de los ocupantes de las primeras filas, aquellos vivos y sonoros fans. Cuando otro joven músico de 1989, apodado Eric Draven por el autor James O´Barr, recorrió el camino contrario a los muertos de Coco, se inmiscuyó entre los mortales para recordarles sus malas ideas o acciones, y no como una manifestación de cariño, sino como la venganza en manos de la muerte resucitada y la lista negra de un cómic convertido en película. Con aquella siniestra sonrisa del recordado Brandon Lee, dirigido por Alex Proyas en la noche del Diablo.
Elevó su grito descarnado sobre la tierra de los vivos, propagando su deseo en la carne, devorando los recuerdos con fuego, sin artificios, ni risas, sólo dolor. Coco es lo contrario, con momentos divertidos y musicales, que traspasan los hechos contados y las pérdidas, las manifestaciones adultas sobre el porvenir laboral de sus hijos, el rechazo del diferente, las reglas inflexibles, los movimientos criminales por avaricia o codicia ante el éxito ajeno, los sermones de la fe y la sangre, los presagios de figuras tenebrosas, los muros que se levantan para separarnos, los sentimientos encofrados en el odio o la timidez frente al auditorio, y nosotros mismos. En definitiva, en esta pelea invisible de la ilusión frente a los miedos.

Normal que dos mentes maestras, de sus guionistas Adrian Molina y Matthew Aldrich, que no diferenciadas por el ruido alrededor (de políticos y demás monsergas), se hallan unido para ganar algunos premios merecidísimos, con toda una familia de artistas y diseñadores digitales en precisa y santa compaña. Solamente interpretando ese ´gusanillo` o voz interior de la imaginación, han podido elaborar un guion que nos hace disfrutar de la Fiesta de Pixar y sus, ya inolvidables personajes. Junto a la familia, esqueletos y calaveritas en altares familiares, con Dante y su paseo con fieras animadas, héroes y almas perdidas, con dulces para infantes afinados, velas conmemorativas y flores anaranjadas de cempasúchitl, que ilustran nuestros pasos hacia el éxito, pero sobre todo, guiados a la memoria y la emoción. También, gracias al ritmo enloquecido y el ambiente festivo, dispuesto por la mano de un orfebre o montador, que ya nos ilusionara con su primer largometraje como guía narrativo y espiritual en Toy Story 3, llamado Lee Unkrich, encargado de un mundo de texturas, sensaciones y fantasía, para nada residual o lúgubre. Felicidades por el fantástico recorrido de Coco y sus canciones, hacia los Oscar de la Tierra de Hollywood.

Lágrimas y efluvios de Coco.

A saltos de guitarra y decepciones vocales, sus cuerdas que nos recuerdan a otras aventuras (por cierto de no hace mucho tiempo, o sí) ancestrales, este chaval nos ha encandilado con su decisión y precisión en las notas, en un aprendizaje feliz. Un pequeño ruiseñor mexicano, que decide embarcarse en una odisea existencial, en busca de sus orígenes y la fuerza necesaria que le permitan convertirse en aquello que desea, un músico, nada más y nada menos. ¿Quién no lo ha deseado alguna vez? ¿O simplemente, artista o creativo?
Pues bien, el solitario mariachi nos enseña las vicisitudes que debemos encarar, con ese mundo depredador ahí afuera, acechándonos como tigres hambrientos. Se instala en la historia de México y sus artistas de cine, pintorescos charros, cantantes en gorros gigantescos y brillantina, instrumentistas airosos, presentadores y humoristas, artesanos y algunos diseñadores internacionales, etc... en la carne y traje blanco de Pedro Infante o Jorge Negrete. Desde Ciudad de México, a la terrible o no, Ciudad o Tierra de los Muertos, de aquellos recuerdos familiares.

El Estudio de Animación Pixar, siempre busca la originalidad, en cambio, mi frágil memoria me atrae a esa aventura fantástica en papel, que recordamos como Kubo y Las Dos Cuerdas Mágicas. Sobre los avatares de otro muchacho oriental, aproximadamente de la misma edad a Miguel, hermano del alma musical, que se embarcaba con su shamisen y sus amigos animalescos, con diferentes alebrijes multicolores en reencarnación mitológica, hacia un territorio invadido por la magia y los recuerdos sanguíneos, saltando las olas de origami por calles floreadas y enviando su entrañable música, para conquistar nuestros corazones y salvaguardar la memoria de sus progenitores. Veremos que ambos encuentran respuestas muy semejantes, aunque diversidad de expresiones coloristas o animadas.
Se distancian en lo tangible, pero fundamentalmente coinciden en la perspectiva y el deseo, se alejan de la familia viva para viajar a una Tierra infrecuente, cruzando un puente que traga a los indocumentados o no bendecidos en una floresta movediza, identificándose con ellos y con todos los principiantes de una categoría artística, que llevan esa condición diferencial o arte en las venas, o la punta de sus dedos transformados en hueso o papel. Esto es, la excelencia o inmortalidad musical.

Esta práctica universal de la música, se convierte en un divertido musical retrospectivo del folclore mexicano y sus brillantes tradiciones, arraigadas en el pasado y el recuerdo de sus difuntos cercanos, dejando a parte otras circunstancias más personales. Más concretamente, en la curiosa festividad del Día de Difuntos, cuando las bandas salen a tocar en memoria de aquellos, a través de un baile de guirnaldas floreadas, máscaras que esconden las posibles frustraciones, como el miedo y el olvido, huesitos de santos que pertenecen a un lugar desconocido, el destierro a algún lugar indeterminado, lejos de los que recuerdan en tierra, a su vez, dividida como la nuestra, la humana. Quizás, porque en algún instante de su existencia, entre tragos y canciones amargas, también lo fueron o sintieron, los colocaron en un altar con fotografías, recordando una melodía o una imagen borrosa, unas palabras de amistad invariable, un abrazo cálido o una voz entrecortada, un gemido inaudible, casi de bebé recién nacido, antes del llanto incontenible.
Por supuesto, las fotos bendecidas de abuelos, que entrañablemente nos enseñaron a movernos, jugar y cantar las canciones de otra época, incluso, alguno recibiría la sangre de alguno que tocaba la guitarra u otras cuerdas sensibles. Para proporcionar a Coco, una atmósfera alegre, con una pizca de emoción final que nos saca de la odisea fronteriza, la utópica marginalidad y la inteligencia metafísica entre dos mundos.

Por tanto, este punto temático y crítico, de las emociones (como suele suceder con estos muñecos con alma propia) no naufragan en viajes en globos insustanciales, ni siquiera en la representación de la fractura anímica de un pueblo vecino, sino que se desbordan con el recuerdo imperecedero, mientras exista esa chispa de vida en los ojos de un niño o niña. De todos aquellos, que se desviven en la búsqueda de otra forma de vida, y no de muerte... cruzando aduanas con fotografías de lo dejado atrás, por caminos cubiertos de pétalos amargos y olvido, que se tragarían al menos "pintado" o pinturero, de vigilados que envían recados dramáticos o falsarios, en sentido contrario. Trampas familiares que hunden nuestro pies perdidos, en el momento de mayor debilidad o inseguridad.
Nuestro mundo, empequeñecido como un barrio, se asoma a una ventana, cada vez, más apartada y quebrada por la diferencias y los costes, infranqueables barreras que dividen la buena tierra y la de los malditos "muertos de hambre". Up, o arriba, arriba iré.
El chaval de las cuerdas, es un extranjero que reaparece en el instante adecuado, para reivindicar a todos los perdedores o los que se quedarán atrasado en la memoria de alguien. Por tanto, es otro Kubo que destapa las vergüenzas y los miedos intrínsecos al ser humano, la persecución de esos sueños inalcanzables a priori y el desparpajo para encontrar un padre o cantar de ... madre.

Son lágrimas agridulces, como los pasteles típicos de ese día, cuando los ramos frescos de flores se van marchitando sin encontrar respuesta (o sí, depende de vuestras diferentes conciencias o creencias respetables), pero, en esta película inolvidable en busca de una realidad más cercana y tangible. Además de la consecución de ese deseo singular, para el que el niño pareciera capacitado, guiado por un hilo invisible o guiado de la mano arrugada de una antigua y profunda amnesia. Una viejita canción, tierna y muy achuchable...

Sonrisas y tonos fantamas.

Algo, poco, tiene que ver con el oficio de Tim Burton y su maestro Henry Selick, cuando transforman sus mundos inanimados en verdaderas piñatas emocionales o confetis para el recreo de aficionados a la animación gráfica. Aunque, sean con técnicas diferenciadas o potenciadas por un esfuerzo hercúleo, que muestran el sentido trágico de la vida y, por tanto, también el humor.
Esta sería, la segunda gran parada de este festival, compuesto por letras en descomposición ficticia o fantasmal, y comedia mortecina a base de gags prófugos y rebeldes. Una explosión de fuegos iridiscentes, que no artificiales, porque rebuscan en el interior de los seres humanos y sus diversas condiciones sociales o familiares. Como los olvidados, dispersos por un mundo oscuro, que necesitan de una mano amiga o una guitarra consoladora.

Por otro lado, esta la envidia ante el éxito, que acompaña a los deshonrados por la fagocitación de su trabajo, robados en el concepto artístico de la expresión, mutilados o envenenados por entes frustrados, embellecidos ante un público anónimo y extraño. Ambos estilos están bien diferenciados por el trabajo impecable de los diseñadores gráficos y digitales, los dibujantes y creadores de texturas, con mirar a la atracción de los más pequeños de la familia, pero sin olvidar los intereses secundarios (o no) de sus tutores y acompañantes adultos. Las voces que dan vida, más o menos estimulante, a una colección de personajes que pertenecen a los sueños o el misterio de la muerte, contemplado como una canción mitigada del dolor. Unas palabras apenas audibles, en su memoria coronada por la ternura y las canas.
La música compuesta por Michael Giacchino (Ratatouile o Up) en guitarra nacarada y la canción Recuérdame premiada por la Academia y acondicionada en equipo, se manifiestan como ejemplos vivientes de éste, orquestado a la perfección, a pesar de disonancias o quejas de espectadores, determinadas secuencias de acción al estilo de los videojuegos u otras interrogantes para ser despejadas en vivo y en directo. Como algunas acusaciones comerciales que no interesan, a vivos o muertos, sólo las expresiones artísticas, no enmascaradas.

La animación es, por tanto, exquisita y variada, en proporción a los rincones del alma visitados, disfrazando mascotas que acompañan a nuestros héroes reivindicativos, justos y luchadores, pasando de uno a otro confín, semejantes a aprendices de piratas y sus loros, buscadores de la verdad o protagonistas de antiguos filmes, con pasión mexicana.
Estos animales simpáticos, se visten con disfraces camaleónicos dentro de la ciudad, pululan o vuelan por un castillo u orfeón televisado del famoseo, en la balanza de nuestras propias miserias, para combatir los crímenes junto a la voz cantante. Rodeados de casas rústicas y puentes aéreos que unen o demoran, plazas repletas de bailarines (moviendo sus esqueletos), remarcando y considerando a los habitantes del otro barrio marginal, sin luces pero con sombras que hacen palpitar. Todo un colofón de materiales pirotécnicos digitales y texturas sobrenaturales, para condecorar con merecimiento a este muchacho, "guache maltito", cuervo brillante con la guitarra a cuestas.
Diría cantando, todo es fantástico aquí al otro lado, namaste. Coco palpita y desborda emoción, como siempre Pixar, para sacarnos de cualquier trance casi hipnótico y del trago amargo, con otra obra que añadir a su gesta inigualable.

Las fotos rotas no se olvidaron, las frentes marchitas no se borraron, se rebajan y cierran ante la frugalidad del triunfo o la envidia que carcome los huesos. Notas con el cuerpo de una mujer, que puede ser la madre de cualquiera... siempre persiguiendo lo intangible, intocable en su sillón como una letra robada. Recordad, a todos aquellos que siempre están, incluso, cuando no te escuchan o entienden la canción... Distorsiones de la realidad trágica, natural, anciana.
Mientras, el Sol ilumina a los perdidos, los que no logran sus sueños, prohibidas estrellas del pasado, se refugian en un silencio eterno, la paz de un abrazo, allá en la Land de los Muertos.

Coco, el Kubo o cuervo de la venganza que facilita los caminos muertos, ni siquiera es un fruto tropical de una isla misteriosa y luminosa, rodeada de playas paradisíacas y música en oleadas... ¡Coco, eres tú! La mente simple de otro fantasma, un poco loco. Coco, en definitiva, es un fantasma para los niños o una máscara para nosotros, los vivos.
Postdata: Como pensaba al principio, este mundo no es perfecto, ni mucho menos es propicio para los inocentes. Tal vez el futuro, nos depare otra forma de sentir y relacionarnos, de hacer justicia. Lo veremos, podría ser como una distopía en Altered Carbon, apenas sin muertes... Esto no es, lo que había soñado.


domingo, 4 de marzo de 2018

The Florida Project / Three Billboards Outside Ebbing, Missouri

El Monstruo y la Niñez.

Hablando de monstruos clásicos de la Literatura Universal o el Séptimo Arte, normalmente comprobamos, que nos han enseñado en sus relatos, su lado más crítico y humano, unas muestras indelebles de particular inocencia. Esa cualidad que constataría la íntima relación con los creadores, tal vez.
La monstruosidad artística, contrasta con ese comportamiento más brutal o salvaje, propio del instinto innato de consecuencias devastadoras en la jungla de asfalto y cemento. También compartirían la frustración del intelecto, frente a ese resorte recóndito dentro de las conexiones del cerebro avanzado. Por consiguiente, el alma sería una ´posible` condición paralela, que aprende de la experiencia y los fracasos (o debiera), para intentar dominar aquellas acciones desproporcionadas, encaradas hacia la supervivencia personal o la protección en el interior de la manada, la observación del entorno y el brillo de unos colmillos cercanos y dolorosos socialmente, del depredador en potencia; frente a la parte imaginativa o esa condición artística, que relegue la violencia gratuita al ostracismo. Es decir, que los sueños ejerzan una relevancia positiva en nuestras vidas y no, la expansión del dolor o el terror.

Todo ser vivo, en sus primeros paso de existencia, estarán definiendo su futuro como ser inteligente y educado, a través del aprendizaje igualitario, y en el caso de los "cachorros de hombre", con un sistema educativo que funcione y unas relaciones sociales que proporcionen seguridad y libertad, a la vez. Un asunto complicado que será el objetivo de los siguientes ejemplos cinematográficos, como investigación sociológica de los procesos diferenciales y nuestros derechos como ciudadanos libres e inteligentes. Diferencias fundamentales con nuestros amigos, los animales y magnética frente aquellas bestias elaboradas con la imaginación o retratos de nosotros mismos.
Si no, el procedimiento errático, generará frustración y los inocentes aprendices absorberán todo lo sufrido a su alrededor, terminando pareciéndose a sus torpes maestros o cometiendo los mismos errores y desestructuradas vidas. Porque, al final, siempre los monstruos de la película, acabaremos siendo nosotros.

Estas son dos muestras maravillosas, dentro de un año cinematográfico que no parecía deparar sorpresas, ni respuestas eficaces. Son retratos veraces o distópicos, son ambientes abiertos en mentes desquiciadas, son observaciones artísticas poderosas y críticas, con la sociedad y los comportamientos enfermizos o violentos. Con actos salvajes en estructuras muy básicas y familiarmente cerradas, a pesar de los espacios y las lecturas que emprendemos, que emocionan por igual y expresan el paso del tiempo, cuando no nos fijamos en él, cuando una observación o denuncia sobresaliente, puede estar a dos pasos de aquella monstruosa definición de "Obra Maestra del Cine", lo comprobaremos y Uds. deberían ver obligatoriamente, poniéndose a la altura de los diferentes elementos... y razonen juntos, por favor. Gracias,celebremos.

The Florida Project.

Pequeñas criaturas de la Tierra, seremos como el reflejo de nuestro aprendizaje o educación monitorizada, una imagen de nuestros maestros y observados por la sociedad, en nuestra cápsula del tiempo. Aunque, en el estado más débil o el pensamiento inocente, los juegos se erijan como una forma de conocer nuestro entorno y el contacto con los semejantes, hombres y mujeres. Un juego que sirva para instruir en la igualdad y su objeto sea dominar las incipientes emociones, tan alterables como necesarias, sobre todo, en un territorio hostil o asfixiante.
A pesar de las continuas zancadillas vitales que salpican nuestro camino hacia la madurez, esos adultos con ciertos rasgos de monstruosidad galopante o emergente en un instante indeterminado, peligros que actúan como tutores o protectores con nuestros miedos e inseguridades propias. Los niños de The Florida Project, con guion a la par de Chris Bergoch junto a su director Sean Baker y principal valedor, conforman un complejo laberinto de pasiones en ebullición, condicionadas por un verano fuera del control de las clases habituales y los gritos recurrentes a su alrededor. También, los gestos imperceptibles de la resignación o la frustración, marcan una dirección deslumbrante de este osado artista y monstruo independiente, con trabajos que afianzan la línea de denuncia social, como Starlet y Tangerine. Los pequeños son los verdaderos sufridores de una sociedad enferma o alienada, con madres diagnosticadas con el mismo mal, la falla educativa o frontera social insalvable, a posteriori, y la falta de respeto generalizada.

Aprendices de seis años aproximadamente, que participan en la actualidad, de todas las situaciones comprometidas en nuestras vidas adultas, aunque sus barrios no sean ni parecidos a los de este lado o las princesas se expresan de otras maneras. Incluidas las sofisticadas secuencias, o naturales en el montaje eléctrico, con travellings inolvidables, picados existenciales y primeros planos, que te dejarán con un dolor inabordable o esa frustración antes mencionada; más concretamente, las espectaculares escenas que indagan en los sentimientos, tanto en el exterior como en la deformada estabilidad de una habitación en penumbra y extremadamente irrespirable, en los pensamientos que no se dicen, pero se ven en los ojos, de pequeños actores nombrados en alguna ocasión, como incorregibles productos en la búsqueda de la excelencia cinematográfica. Decía el viejo y estimado maestro, Alfred Hitchcock, aquella manida y repetida máxima: “Nunca se te ocurra hacer una película con animales, ni con niños, ni con Charles Laughton“, y nuestros pequeños de The Florida Project y su jungla vertical, se han encaramado a la realidad natural de ciudades dormitorio, por barandillas y escaleras, grandes avenidas de centros comerciales. Por berrinches y respuestas deslenguadas, aceras visualmente ejemplares, encaramados a peldaños rotos de la psiquis adulta y jardines no tan infantiles como debieran; por las risas y sonidos del fracaso, del odio y la envidia, demostrando (imagino con la meticulosa observación de sus creadores tras la cámara) que, no siempre, lo que suponemos o escuchamos de otras voces, tiene que transformarse en absoluta veracidad. Aunque, le comprendamos y autoricemos para hacernos sonreír y aconsejar, Mr. Suspense.

El director Sean Baker, nos coloca a la altura de sus ojos y juegos, nos convierte en los oídos convidados de esta fiesta veraniega y los desajustes que se producen en la intimidad, de manera que el suspense narrativo y visual, lo vamos notando a cada expresión o nota de la banda sonora de sus vidas en proceso de absorción y digestión de la realidad. Cuando, esos ojos llorosos, solamente piensan en pasárselo bien, aprender y acariciar los sueños con sus dedos... los que, también, hacen travesuras, o las lenguas proporcionadas o desproporcionadas, por sus educadores en la familia. The Florida Project, no es una crítica solamente, es un aviso de las condiciones de algunas de aquellas típicas familias que, ahora, pueden estar desestructuradas o peligrosamente marginales, debido a la falta de reglas y la ruptura de la convivencia pacífica.
O viceversa, una denuncia de las condiciones no rescatadas a tiempo por las instituciones públicas, adentrándose en un bloque inhóspito que resalta las recepciones sensoriales y los cambios drásticos en la conducta, sin que nadie se atreva a intervenir o cuidar adecuadamente, ni adelantarse a los síntomas de la enfermedad actual, que condicionan los peligros futuros o las posibles amenazas invisibles. Gracias al montaje sin trucajes y un guion arrollador, meditado hasta en sus momentos alegres por el mismo director neoyorquino, una autor valiente a descubrir dentro del mundo independiente del cine USA.

Qué se puede comentar sobre las increíbles interpretaciones, simplemente, que nos convertimos en uno más de los protagonistas, actuando libremente como ellos, comiendo de sus helados o cogiendo los juguetes desechados en una partida. Los pequeños, en especial, la princesa principal del cuento distópico y excepcional fuente de naturalidad, Brooklynn Prince en sus primeros pasos en el oficio de la interpretación profesional, son ejemplos vívidos de una realidad subyugante o mágica, depende de la mirada y de las observaciones de los actores magníficos, que comparten su escenario, que no, sus juegos y secretos... por ahora. Realmente todos los elementos jóvenes y de intenciones rebeldes, elaboran a la perfección sus roles en esta hábil película.
En frente, el increíble papel de una madre bipolar, encarnada por la actriz novel Bria Vinaite, igualmente excelente como todos sus naturales vecinos, aunque no amigos del alma. Ya que, ésta, es sorda y aparece profundamente corrompida por el odio.

Porque, la otra parte de esta historia reveladora y compleja, la otra representación o universo paralelo a la infancia de aquellos, está reflejada en un dios de la interpretación como Willem Dafoe (el hombre pasional o tranquilo, nacido en la ciudad de Appleton (en el norteño estado de Wisconsin) y sus maravillosos gestos, en este laberinto de pasiones refrenadas y mucha acción, no belicosa. En sus manos y la labor de un gerente que se preocupa por los habitantes golpeados por una educación deficitaria, la visión de un hombre que realiza trabajos con los ojos en la inocente, o no, fractura del estamento familiar, que fuerza o relaja sus músculos, sin apenas darnos cuenta, que está señalando la culpabilidad de todos. Del silencio frente a las condiciones o las descalificaciones personales, la comprensión ante la dificultad de ese dominio del lado salvaje, de protegernos con la decisión de un majestuoso vigilante ante los peligros en la sombra. Éste y el siguiente protagonista (como otros que comentaré a continuación), tendrán que observar cómo un premio no puede dividirse... y es, decididamente injusto. Pero, es el juego del actor y del fantástico cine.

The Florida Project instiga a los próximos movimientos, sin decantarse, haciendo reflexionar internamente, sobre esa etapa de la inocencia que empieza con el mecanismo educativo y termina en las diferentes edades del ser adulto. Como debieron aprender, aquellos muchachos de las riberas del Mississippi en los textos de Mark Twain y sus aventureras o peligrosas canículas, como nosotros observamos con emoción y recuerdos de la niñez, aunque no se aproximen a los ejemplos retratados. Conocieron antes de tiempo la amargura, la incomprensión dentro de una celda que recuerda lejanamente a un castillo, donde el Magic Castle Motel se convierte en otro protagonista principal y observador inmóvil de las vidas que contiene o condena la marginalidad, contraste entre la magia de Orlando y las afueras en la ciudad de Kissimmee en Florida State, trastocando sus juegos, las vacaciones soñadas y limitando aquellos buscados sueños. Un duro y armado de miserias, golpe de realidad.
Aquí, sus problemas son fruto de la inexperiencia y la irresponsabilidad que visualiza en silencio, enfrentándose a esos colmillos venenosos dispuestos a clavarse en la yugular de la inocencia o cuellos desprevenidos y la singularidad de una sociedad anclada en sus privilegios, castillos costosos que funcionan con otras reglas de convivencia y educativas.

A esta altura de la película, sólo cabe abrir los ojos y emocionarse con un rostro, recapacitando sobre la esencia oculta tras el cemento y el escaparate de exabruptos, a la vez que, disfrutamos un montaje dinámico situado frente a la estatura de sus protagonistas y su esfuerzo interpretativo. Cruzar las barreras y la soledad, conociendo las escaleras que funcionan como separadores o distintos niveles de este infierno familiar o castillo nada mágico (hotel de princesas desencantadas), los peldaños insalvables de la comunicación frustrada por la violencia, los hogares incendiarios frente a aceras dulces de algodón, las luces rancias del interior y los exteriores luminosos de la humanidad, en momentos de alegría... de verdaderos castillos de los sueños.
Por tanto, la falta severa de educación y la marginación, son lugares dónde acampan los monstruitos (no tan inocentes en algunos momentos) hambrientos de caprichos y los verdaderos monstruos, gigantescos muros que soportan la imagen reflejada en el mismo espejo, separado del onirismo con un difícil y ampuloso camino vital... y no de baldosas amarillas como suponíamos, entonces. Reflexiona...

Three Billboards Outside Ebbing, Missouri (Tres Anuncios en las Afueras)

Es ficción, pero, en algunos instantes impagables, no lo parece. Aunque la exageración de determinadas conductas, nos pueda llegar a confundir, si no enfocamos bien los caminos a recorrer en esta salvaje propuesta o los rigurosos parajes de la emotiva población de Ebbing. Que tampoco es Fargo, si bien tiene interesantes y lúcidas coincidencias. Cosas peligrosas que nos pueden golpear a todos, cuando las cosas se extralimitan y aparece el temido instinto depredador o de supervivencia, la maldad u odio inusitado, que tiene también su reflejo terrorífico con la notable película Get Out y sus escalofriantes escalafones de genética racial.

Tres Anuncios en las Afueras, de Ebbing Missouri fue triunfadora en los Baftas de este año, porque es un prodigio de emociones extralimitadas, que se convierten en una madeja a desentrañar por el público, cuidadosamente. Desmenuzando el pasado y colocando cada agrio momento o desesperada situación en un contexto actual, decadente o salvaje, donde los mismos monstruos humanos aparecen y condicionan las vidas de sus habitantes de manera estrecha e interrelacionada. Debido al mensaje, o el grito necesario, de una mujer o madre silenciada, castigada por la incertidumbre y obligada a enfrentarse al olvido, con el incondicional ánimo personal de la fantástica protagonista, la actriz Frances McDormand, en incombustible y mayestática madurez. Aquí, expresaré mi pena en la próxima gala de los Oscar´s, al tener que ver como una de ellas (la otra sería Margot Robbie por su increíble papel en I, Tonya), se quedará "no" plantada y sin novio dorado... me ofrezco voluntario o/.
El guion y la dirección, que abusa y no sacude con violencia, con un difícil y complejo sentido del humor, no negro, sino oscuro como un pozo infernal de odio y frustración, es de un amigo londinense que ya nos sorprendiera gratamente con películas como Escondidos en Brujas (sin doble sentido nacional) o Siete Psicópatas, por lo tanto, ya sabe lo que manipulaba entre manos y ejecutaba en su mente de guionista también. El director Martin McDonagh, hacia un viaje sorprendente al fondo de la mente humana y las emociones, cuando una mujer se convierte en foco mediático no deseado, pero necesario, que reclama la atención subida a una ardiente valla, de miseria y violencia extrema.

Cuando ella aparece, todo flota a su alrededor y se quema con la fuerza de su actuación, fuera de toda regla académica o de cualquier tema, que pudiera ser demasiado polémico para el espectador, o de las distintas instituciones a los que reserva sus dados sacrificados. Sin embargo, las relaciones son el mecanismo sobre el que funciona este sorprendente filme, que optaría a siete estatuillas de Hollywood, con las conexiones con otros actores, que me parecen personalmente de lo mejor en la actualidad cinematográfica.
Por tanto, es un ejercicio coral de responsabilidades y decepciones familiares o sociales, que giran bruscamente de los cauces de lágrimas a las irreverentes sonrisas, plagadas de un ácido sentido del humor, que actúa como incorregible desatascante, de las duras expresiones, los tensos diálogos y los actos de represión o insostenible violencia social. Acompañados de la estupenda banda sonora, que remarca sus estados de ánimo y el nuestro, compuesta por un Carter Burwell en estado de perfecta y acompasada armonía, también coeniana. Un gusto sonoro que, quizás, no aprecies en toda su capacidad emotiva, al estar tan ensimismado con las magníficas actuaciones de los protagonistas y el refugio de sus sus lacerantes o salvadoras palabras.

Evidentemente, con este cartel es casi imposible, caer en la imperfección, simplemente porque todos están geniales, empezando por el incombustible Woody Harrelson, que nos consuela con algunos de los momentos más humanos y emotivos que recuerdo, en toda su carrera cinematográfica como detective o representante de la justicia, y son muchos, incluido alguno memorable en televisión (esto es, de la primera temporada de aquellos Detectives de la Verdad), aquí más remarcada y real; más los inestimables trabajos del extremo Sam Rockwell y su trastorno afectivo, bipolaridad acusada con un deseo de agradar que condiciona su frustración emocional. Puede ser difícil de entender, pero, explicable con silenciosa energía y magnetismo en una escena, o hilo telefónico, que separa la curación interna con la muerte. Otros condicionantes de los diversos agravios que recorren sus calles, la carretera de los anuncios que causan malestar o admiración, dependiendo del lugar y la raíz que sostiene la enfermedad, son una esposa y amante avocada al desastre con Abbie Cornish o su alter ego Dusk. Con el hijo y hermano convalenciente de Lucas Hedges, la inopinada ayuda de Peter Dinklage, el compañero introspectivo de Zeljko Ivanek, el ágil Darrell Britt-Gibson, una padre en apuros encarnado por John Hawkes, el jefe y salvador frustrado Clarke Peters y demás personajes en esta encerrona natural y emotiva, interpretados por una racial Amanda Warren, la simpática Kerry Condon y la bella australina Samara Weaving, de familia actoral. Y esta decidida conexión de un actor que da muestras incontables de talento y, ahora, de diversidad en los registros como Caleb Landry Jones, que asombra de nuevo con su capacidad de mutación artística. Todos, y cada uno, merecerían un pequeño trocito de los sueños.

Si el guion y las interpretaciones, no te han dejado asombrado y extasiado, la fe golpe con un puño de hierro sobre los diferentes afluyentes sin destino, de este revuelto río donde todos intentan pescar y salen escaldados. Hasta la exhibición cruda de un golpe maestro que te salpica la cara, con la fuerza y la voluntad de tapar los agujeros médicos e investigaciones sobre una enfermedad, que deja un reguero de sufrimiento infranqueable y la dureza de un deterioro que no se detiene, ni te deja interpretar sin dolor o penitencia. Estos cauces son tan inquietantes, las palabras y acciones son tan dolorosas, que sólo te queda responder con el silencio y comprobar un trabajo que emana de emociones y no trata de saldar cuentas, con nadie, salvo con los monstruos. O la dificultad para encontrarlos en la penumbra de nuestra sociedad...
Los tres anuncios, nos delatan a nosotros y nuestras condenas, unas permanentes y otras que pueden transformarse en transitorias, si ponemos un poco de atención o empatía declarada, un aliento de humanidad en forma de zumo y una pajita de plástico, enfrentándose a los nuevo retos de un actor. O un rasguño, en las páginas violentas de nuestra historia como seres humanos, y supuestamente, aprendices que saben distinguir lo bueno de lo nauseabundo. Joviales complejos, que absorben la suciedad y la enfermedad mental, representada en una madre alcohólica y profundamente racista, las ideologías intransigentes o posturas heréticas, los sometimientos y la falta de libertad, los reproches familiares y la búsqueda de soluciones erróneas, los insultos o desplantes hechos desde el exterior físico, en definitiva, las muestras de salvajismo asincrónico en la época moderna o evolucionada. Todos representados por este interesante director y esta desafiante energía en el montaje, o crítica oscilante en la lente (que pudiera ser objeto de inconformidad), pero que te abre otro camino distinto de reflexión o participación... depende de nosotros.

Un ritmo clásico, que se componen de imágenes de una magnitud mediática, fuera de lo común y de las grandes ciudades, repletas de callejones sucios y esquinas en penumbras, imparable en su suspense emocional y exhibiendo una sociedad preocupante, repleta de males difíciles de sofocar, ni siquiera calmar los llantos con sentido vital o sarcasmo cómico.
Por tanto, "no es Fargo", ni tampoco lo intenta. Es todo lo que esconde la sociedad, la porquería que deberíamos barrer de las mentes y los hogares, lo más fácil de plantear filosóficamente, aunque casi imposible de realizar en la realidad. Una marea invisible que choca contra la ley institucional o pragmática, cuando únicamente existe una ley, la racionalidad. La ley del director de esta complicada joya, a desentrañar internamente, una y otra vez, la ley de Frances y Woody, como actores no dispuestos a ser manejados o tratados, como marionetas o enfermos sin ninguna posibilidad de salvación. Una distopía demasiado real, si observas las noticias y desapariciones que desajustan o deterioran nuestra forma de vida. Una forma de silencio luminoso, que reprocha a los medios de comunicación y su periodismo amarillento, las garrapatas que se sujetan a nuestra situación personal y se alimentan con tu sangre o el sabor del odio, una última mirada a la maternidad reprobable o insufrible. El amor que se pierde y nunca regresa, de la misma forma... o condición. La libertad de expresión, silenciada, de un auténtico peliculón, en mi equivocada opinión...

El problema de la educación de calidad y su traslado a la familia, será el mayor problema a solucionar en los próximos tiempos, cuando la enfermedad mortal nos alcance y ya, no haya más para sacarle los colores a los monstruos, a los juicios mediáticos y las diferencias ideológicas.
Por último, una reflexión cinéfila, imagino que alguien habrá pensado en ello... Coger la cámara y colocarla a la altura de los jóvenes intérpretes en una escalofriante y monstruosa, película de terror con su estatura... To be or not to be, small.

The Florida Project - Theme 'Celebrate' by Lorne Balfe.


Three Billboards Outside Ebbing, Missouri Soundtrack

Cinemomio: Thank you

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