Tú serás, el animal de mañana.
Las situaciones personales y surrealistas provienen de los estímulos exteriores a nuestra educación y conocimiento, pues sus raíces indican que el mundo irreal o, por ende, las películas y el arte en general, difunden una estructura confusa a nuestra percepción cotidiana. Quizás, por eso los protagonistas de la última película de Yorgos Lanthimos se comunican con expresiones o palabras que trastocan las definiciones de las cosas, sobre todo de los conceptos abstractos, como el amor y el odio. Su mirada va dirigida a dicha experiencia sensorial, retratando una atmósfera opresiva en los interiores y una gris clasificación colectiva según los comportamientos, como ya ocurriese en anteriores trabajos, en el ámbito familiar y social. La idea soñada fuera de toda lógica o de la propia personalidad del individuo.
En el universo del ciudadano griego o europeo, en plena crisis de valores y creencias hacia la enajenación (algunos diríamos involución), se se desarrollan las acciones emparejadas a, desde la soledad hasta la muerte. Pero, la psicopatía aparece en todo su cine, como un estallido o un regalo envenenado, cubierto de imágenes oníricas. Y la referencia cultural de cineastas como Michael Haneke o Lars von Trier, que interpretan la música en sus filmes como un personaje más de sus oscuras historias, remarcando las posiciones filiales y paternas o las dificultades en las relaciones de género o pasionales. Forman parte de la nueva representación onírica del cine entre el bien y el mal.
Las atmósferas del autor griego, sin embargo, tienen una sencillez estructural fuera del entramado argumental que permiten su inclinación hacia el mundo de las relaciones y las pesadillas, donde el punto de vista estereotipado de la sociedad que las rodean, han ido forjando una especie de trilogía filosófica o metafísica de la psiquis del ser humano. Desde la educación y los miedos, dibujados por la teatralidad en los comportamientos e interpretaciones de la vida de los otros, hasta el crecimiento de esos caninos de nuestro lado animal, que indican la aceptable, o no, individualidad frente a la responsabilidad adulta de nuestros actos y deudas con los demás. En definitiva, el carácter comunicativo entre hombres y mujeres, y familiares de cualquier edad. Por supuesto, que al son que nos toque bailar en cada momento.
Aunque, adentrándose en el aspecto relacional o comportamiento social, no tanto formal, el director Yorgos Lanthimos persigue una identificación del instinto salvaje dentro de los rasgos educativos, que nos hacen aparecer con una careta frente a amigos o, incluso, la pareja. Casi como si persiguiéramos convertirnos en otra persona distinta, difuminando esa actitud individual frente a códigos aceptables por una unidad colectiva como la familiar y la posibilidad de estar escondidos en las entrañas de un conjunto mayor que conforma la sociedad actual, deshumanizada en tantos aspectos.
Desde que Canino sorprendiera en el festival de Cannes del 2009, su cinematografía ha ascendido las cumbres más elevadas de lo imposible y lo irracional, hasta desprenderse de todos esos rasgos que nos hacen humanos, hacia la alienación, para establecer una etapa más adulta o la decadencia degenerada de una vida de perros. Esa enseñanza tutorial que estalla con golpes imprevisibles y desafiantes, distorsiones de la realidad y la ficción cinematográfica, como puñetazos frente al espejo, gimnastas en presión, dentelladas y los abusos que terminan con una violencia descarnada. O la autolesión, de Alpes que se elevan como un muro de vanidades al teatro real de identificación con la vida de ciertos desconocidos. Ese hiperrealismo que defiende el humor negro de sus cineastas preferidos como Bresson, Cassavettes o Luis Buñuel.
Entre la representación y las máscaras, sobresalen sus guiones distorsionados de realidad junto a su colaborador habitual Efthymis Filippou, que dibujan la parábola social dentro de aquel maletero canino, al juego animal de esta The Lobster o Langosta, donde han ido estableciendo las distintas facetas por que pasan las familias en momentos trágicos. Sus historias se intercambian con conceptos, erróneos o inventados, sobre la pérdida de seres queridos o la educación de los hijos.
Canino fue, el golpe sorpresivo en la mandíbula e indicativo de esa alienación, con los humores enfermizos que perseguía la concepción aséptica, de nuestra actualidad como un futuro cercano, que desbarata nuestros sentimientos.
Mantiene la necesidad artística y teatral de reinterpretar la realidad, a pesar de cualquier tipo de coste laboral o familiar. Mientras, que en Alpes era la estigmatización del dolor y la sobreactuación, que se confunde con esa naturaleza emocional y tergiversa la percepción con sensibilidad aparente. Nos disfrazaba de falsos héroes, cuando somos otras víctimas más.
Pero, los intentos vanos de nuestro renacimiento ante la humanidad, nos confiere una sensación de derrota sentimental, que golpea en la llaga o remata la escondida herida que se infringiera a golpe de maza, como el dolor ajeno. En esta etapa (sin haber visionado sus primeros trabajos) preferiré la primera, mucho más libre en conceptos y su fundada dramatización onírica, hacia esta deshumanización general que nos martillea, antes que Alps, más confusa y mucho menos transparente con aquellos enmascarados conceptos, que denominamos bondad o maldad. En cambio, más sensual que una sexualidad animal o salvaje.
Ahora, pasados seis años de su exitoso filme, su Langosta redondea esta trilogía emocional y muy personal, con la que Lanthimos aparece con una nueva visión más internacional (fuera de fronteras adocenadas de refugiados, actualmente) de otros personajes atrapados en el aspectos sentimental. En un lugar recóndito de sus pesadillas, no islas paradisíacas en mitad del Mediterránero, sino un edificio y los bosques a su alrededor, que conforman el eje desdibujado y fantástico de la falta de libertades y el cierre de negocios. Si bien, aquellos basados en la ayuda psicológica tiene su clientela.
Sobre el Tirreno hacia el Egeo, por mares asépticos de sentimientos, una mesa repleta de mariscos sabrosos, como la Langosta. Ricas ofrendas deshumanizadas que fundamentan su guion más ecléptico, entre lo metafórico y la crítica sin tomar partido. La misión de hacer pensar al público (si este se acerca a su complicado universo), para lo que el director cuenta con la baza de rostros reconocibles en el cine comercial actual, aunque lejos de estereotipos y particularidades reales, que forman la pareja Collin Farrell y Rachel Weisz, o varios actores de carácter como Olivia Colman y el incorregible John C. Reilly frente a los jóvenes que siempre están presentes, con tendencias turbias como Léa Seydoux (Malditos Bastardos, La Vida de Adèle) o el protagonista de El Perfume, Ben Whishaw que da muestras de su adaptación y gran oficio, en papeles como Sufragistas, La Chica Danesa, Spectre o En el Corazón del Mar. También lo veremos en la próxima película de Tom Tykwer, Esperando al Rey junto a Tom Hanks. Pero, Lanthimos también requiere de alguno de sus actores fetiches como Angeliki Papoulia, para su pequeño universo altamente sugestionado por el pensamiento cinematográfico; pero que, en The Lobster forman un complejo y atractivo cartel de aciertos interpretativos, y bastante sorprendentes.
La cinematografía de Mr. Yorgos, también está condicionada por un extraño sentido de la danza o interpretación musical de temas universales, que sugieren secuencias surrealistas a la vez que imágenes desbordadas del comportamiento de unos protagonistas, que podríamos ser nosotros. Semejante a una composición corporal y vocal, que se disfraza de un ritmo absurdo como apertura al humor negro, rayando en la desestabilización generalizada del colectivo e incomprensión del individuo enajenado. Si los movimientos que se ven ennegrecidos por sus relaciones personales, sirven como lubricante a la difícil comprensión, tan impactantes y elásticos como un choque generacional.
Lanthimos ve el paso de la infancia o adolescencia, como una obra desenfocada hacia el mundo ´insensible` de los adultos del mañana, donde las falsedades y confesiones se dan la mano en el mundo onírico y la naturaleza. Algo que tiene su paralelismo con el acto sexual, la prohibición o los tabúes, con definiciones tan abstractas como el amor o relativas como el respeto. Nunca aparta la mirada a las futuras generaciones de alienados, en este caso, con una aparición neutra y problemática de la responsabilidad.
Si la idea es una lucha o no, contra esta globalización, o un error a subsanar por el ser humano en próximas películas, será porque nuestra especie y géneros necesitarán de novedosas inversiones en ese capital inabarcable, de la imaginación. El conjunto de poderosas secuencias se intercalan con la baja intensidad contemporánea o nulidad de la personalidad, en la búsqueda de una sensibilidad con ilusión renovada y acorde a nuestro poder racional. Pero, creo que profundamente literaria como una novela de Ray Bradbury o Philip K. Dick.
O acaso, ¿no existen personas que tratan a sus mascotas como verdaderos hijos y son alimentados mejor que muchos niños hambrientos en el mundo?
Bueno, este aspecto me sugiere un juego... ya que el director ateniense contesta con su típico humor negro y la reflexión que hace pensar al espectador, entre los fanáticos e incrédulos, coquetea con sus sentimientos o percepciones en la evolución de sueños sintomáticos frente al fracaso social y familiar, que ya emprendiese en las anteriores representaciones con la dicotomía entre bien y mal, o tramando una complicada red enfermiza que, desvirtualiza nuestra civilización moderna.
La simplicidad es un cuento o una analogía de lo estético, del escaparate privado aparentemente disfrazado de fábula y la realidad como una elegía o una metáfora animalesca del ser humano. Una Zootrópolis, de sentimientos al contrario.
Con tres mundos diferentes convergiendo, padres e hijo con estado, hacia ese paralelismo de actitudes familiares con condena animal, descerebrada, que nos realizan como seres mortales (o castigan) sobre las intervenciones interesadas, los diferentes papeles que jugamos en las relaciones asociales o subjetivamente, con negaciones de la violenta realidad.
Como Langosta, todas las confluencias personales del personaje principal se dirigen a una comprensión artificial del otro, interpretado por un caústico Farrell separado el mundo que le rodea, que parece magnificar estos errores que han evolucionado hasta la soledad y su apatía social. Cuando el hombre solitario "o denominado soltero recalcitrante" se embarca en una actividad o viaje vacacional a la fuerza (semejante a la odisea de Total Recall sin memoria) de un perdido David (descrito con anterioridad por el escritor Philip K. Dick), que arrastrase su traumatizada existencia a una insensible personalidad, semejante a la búsqueda infructuosa de un recuerdo válido. Aquí, una pareja estable en tan solo 45 días de pesadilla, engaños, cacerías humanas y evasión emocional entre alienígenas.
Si alguna vez te preguntaste, seguramente lo hiciste, en qué tipo de animal te gustaría reencarnarte después de una existencia triste y grisácea... mediante sacrificios inhumanos hacia otra oportunidad romántica y la construcción del nido rocoso; en este universo exótico y claustrofóbico de The Lobster y sus fríos inquilinos, encontrarás respuestas, o no. Pues, si nunca desearas ser una carnosa langosta, buscarías otro tipo de aventura distinta a la fidelidad, que todos intentan probar o meter la presa en la cazuela. Langosta, conejo, cerdo... insecto.
Quizás, tras la intervención de otros sentimientos clásicos, tus deseos irreverentes o las desviaciones del instinto básico, se inclinarían hacia una criatura de elevada capacidad reproductiva o un animal con sentido de la sexualidad más abierto, provocativo, placentero y sin ataduras emocionales, a ser posible. Deseos, más o menos, imposibles y salvajes, que predominan en la condición primitiva de hombres y mujeres, sobre las conexiones neuronales más complicadas.
Otros, en cambio, se decidieran por una existencia más longeva y comprometida, una cazuela acogedora, más allá del ejercicio físico y el orgasmo, o la deriva de esa responsabilidad diaria frente a nuestra opinión pública y aceptada por las reglas sociales. Sofocar la presión soltando la válvula, decidiéndose por la proximidad o el gusto que ate de por vida... ¿he dicho atarse?. Habrá sido un resorte del inconsciente sexual.
Pero, los protagonistas de Langosta, cuanto más intentan alejarse más se acercan hacia esa parte "animal", aunque comparta necesidades y sueños húmedos con el otro, la delgada línea que significa el procrear como conejos para transformarse en la carne saludable que alimente otras pesadillas humanas del futuro generacional. Lograr ese curioso fin establecido de refinada salubridad, y felicidad. Aparentemente...
La Langosta elegida de un increíble actor que lucha contra su propia apariencia (admitida por la sociedad cinéfila y las fans), Colin Farrell ha aumentado su volumen y capacidad disuasoria, para interpretar al individuo alienado y desprovisto de sentimentalismo, como el protagonista desanimado de una sorprendente distopía animada llamada Anomalissa. Su caso es desconcertante y bajo la mirada de Lanthimos, ofrece un hálito de irrealidad al personaje (tal vez caricatura personal o descripción onírica de los autores del guion) que nos atrae a un universo disparatado, un balneario de Battle Creek, oscuro como el pensamiento oculto del director, entre la sociedad y el teatro clásico del absurdo.
El personaje de David se ve atrapado en una estructura blindada o de apariencia calcárea, que le permitiría esconderse de su aburrida existencia, y transformar la monstruosidad en una crisálida que escapara volando o arrastrando su dualidad bajo las profundas aguas. Más bien, paseando de la mano con sus hechuras de galán cinematográfico o joven de sex-appeal arrollador, aunque el género sea mercadotecnia e interés superficial. Por eso, Langosta es una pesadilla animal y existencial, desdoblada sobre la actual situación de una vida matrimonial o en pareja, frente a aquel extinto ideal romántico.
La incipiente Langosta en que sueña convertirse, es el Gregor Sansa de la Metamorfosis de Kafka que no aceptaría fácilmente responsabilidades ni aptitudes sociales osadas. Una pupa que no consigue el cambio deseado al estado superior o un crustáceo irracional y sin sentimientos que puede perder incluso este universo práctico y enfermizo que posee, el de una percepción sintomática como los protagonistas cegados en una novela o ensayo filosófico de José Saramago. Criminal como una película de Lars o Haneke, introspectivamente bergmaniana.
Por otro lado, de este condimentado trabajo en fascinante salpicón griego con pizcas de onirismo y fábula distópica, nos hallamos ante la conciencia dual. Llena de complejos que aumentan con nuestras indecisiones o las aparcadas responsabilidades actuales con los demás, hacia una parábola amarga y alejada de sociedad adocenada, apartados por la civilización de cemento o el terror sangrante que nos acosa, que no puede escapar a esa realidad más natural de aprendizaje emocional. Y por ello, en la película Langosta, el personaje de Farrell se decanta por un hábitat condicionado por los elementos y vecinos mecánicos, en el que los géneros copulan y aprenden a expresarse como antepasados del Hombre sin evolucionar, para volver a las raíces o caverna involutiva. Algo que no libre de la alienación, palpando (o idealizando) a ese conocimiento de una verdad o concepto realista con el que desenvolverse a diario y desprovista de cualquier resquicio de libre emotividad. En definitiva, encarar la necesidad del otro sin miedos o vergüenza al rechazo, a la desconocida empatía.
El viaje de Lanthimos no es negociable, ni pertenecerá a aquellos que se disfrazan de humanos, alrededor de los deseos ocultos y los hechos que esconden su verdadera entidad animal; por ello, este filme o propuesta experimental no se adaptará a la visión grupal o el público habitual en las salas, dónde la comida se sirve en bandejas y se bebe a sorbos ruidosos, todo tan higiénico como mascado. Insensible.
En toda distopía racional, como esta Langosta, algo crece en las entrañas existenciales de la personalidad, existencia contemporánea, para recrear libremente las páginas de aquella receta elaborada por la mente de George Orwell en 1984, y elevándola a un extremismo sobre la insaciable necesidad humana de relacionarse con otros. Todo el despropósito que rodea a los personajes del universo Lanthimos, es un reflejo del comportamiento con el sexo opuesto y la vigilante sociedad como testigo de la privacidad deseada, inalcanzable, insensible, que nos cataloga como especie en extinción, dentro de un corral de langostas anónimas.
Todos seccionados por el mismo bisturí que no desvía del camino emocional, hacia una pérdida de referentes sin distinción entre amor u odio. Así, cuando los personajes de The Lobster se embarcan en una odisea preseleccionada por un estado vigilante sobre la verdad simulada, el viaje nos aleja del colectivo violento a una sensibilidad más estimulante, aprendiendo a comunicarse y pactar en esa granja que el propio Orwell diera vida sobre el animal político y social, frente al líder insensible, o enseñanza irreal en el bosque shakesperiano, donde los hombres con cabeza de asno buscan el amor. Una parábola sobre habitantes libres en un lugar utópico, como los bosques en el sueño de una noche de verano, tantas veces protagonistas en el mundo cinematográfico. Algo salvaje, que nos hiciera a todos más humanos.
Al epicentro altruista en sentimientos, contra la acomodada y ciega colectividad que se propaga como el miedo individual.
En definitiva, cada uno tendrá su perspectiva sobre el valor o la desidia sonámbula, que nos refleja a pesar de reacciones sensitivas, fuera de lo común como seres previsibles y condicionados por las experiencias o el aleccionamiento grupal. El espectador como animal del futuro, manteniendo una expresión manipulada de los sentimientos, o una especie que duda de la propia condición inteligente ante las agresiones perturbadoras de la mente, ya que si una sociedad reniega de las aptitudes diarias de nuestro interior o que viviremos, podemos caer en la inactividad emocional (por ejemplo, la frialdad de los procesos informáticos) a una vida teatral o farsa frente a la muerte. Algo inseparable de una situación normalizada por nuestra violencia innata frente al deseo, tal que dos elementos convalecientes de sus errores y debilidades, o dos mariscos emparejados y cocinados sin condimentar en la cacerola social, al vacío de una presión individualista y práctica. Sin romance.
Por eso, ella y él, intentan establecer algún nexo común, por muy increíble e imperceptible que sea, desproporcionado o anecdótico. No transformarse en la pareja vilipendiada de moda, a la vista de todos.
Sin sentimiento pero con un extraño humor, la Langosta de Lanthimos avanza lentamente, nos evade de la realidad a su particular universo, entre el mundo perceptible y el de ideas individuales más imprevisibles. Desproveernos de la piel de persona, que no encuentra la comunicación necesaria para conectarse de nuevo, y vestirse con establecimientos sociales no te distraigan de la variedad social, hacia primitivos instintos o apariencia animalesca, u otro tipo de castigo.
De no converger a un concepto más evolucionado y amable, del conocimiento del otro o comprensión de su carácter y personalidad, nos veremos perdidos en el sentido de la vida... el contigo pan y cebolla, langosta... hasta que la muerte nos separe o se interponga algún pirado.
Yo elijo a un miembro más individualista, introspectivo y libre dentro de un mundo salvaje.
Yo elijo al gato, al felino de siete vidas que se alimenta con sus garras de caza... aunque me apasionen los baratos conejos o la cara langosta. ¿Y a ti, en qué te gustaría reencarnarte?
Soundtrack The Lobster: Apo Mesa Pethamenos - Danai
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